xoves, 6 de novembro de 2014

LA GUERRA MUNDIAL Y YO, Julia Nieto Mantiñán

LA GUERRA MUNDIAL Y YO

   “Cuando Dios desea enviar un desastre sobre una persona, primero le envía un poco de suerte para que goce. Cuando Dios desea enviar bendiciones sobre una persona, primero le envía un poco de desventuras y ve como puede soportarlas”
   Leí estos versos el verano de 1914, a la edad de 18 años. Cuando el mundo parecía despegar de un sueño eterno y se lanzaba a conquistar todo, lo que por naturaleza, debía respetar y proteger.
   Y entonces, por las malas, recordamos, que no hay triunfo sin respeto.
   Quizá cuando mi vista se paseó por las páginas del libro, este proverbio chino, pasó indiferente a las otras palabras y oraciones, y no fue hasta cuatro años después, cuando comencé a basar mi vida en ese concepto.
   “La calma antes de la tormenta.” Si tuviera que definir aquel mes de junio y de julio, sin ninguna duda, lo haría con esas palabras. Pese a que el verano aún nohabía llegado, y las mujeres seguíamos llevando las incómodas faldas hasta los tobillos, el calor llegó pronto a Londres. Poco a poco, los amaneceres se aceleraron, y la noche tardaba en caer sobre el barrio en el que vivía.
   Mi nombre es Christine, y soy la tercera hija de un adinerado pianista polaco y de una bella londinense, hija de empresarios acaudalados. El amor brotó de ellos, como las espinas de una rosa. Doloroso pero atrayente a la vez. Prueba de su perfecto matrimonio somos sus cinco hijos: Peter, Grace, yo, Adam y Benjamin. Nuestras respectivas edades, se comprendían entre los diecinueve y dos años. Todos eran impecablemente rubios y de ojos claros. A excepción de dos miembros de mi familia: mi padre y yo. Ambos teníamos los ojos grisáceos y el cabello oscuro. Rasgos a los que no añado ninguna queja. El problema era el semblante triste que nos personalizaba, que se acentuó aún más después de esos cuatro años cargados de fuego infernal. 
   Me gustaría haber dispuesto de más tiempo de mi infancia para haberlos pasado con mi padre. Era un hombre apuesto, y algo exótico debido a sus raíces extranjeras. Hablaba pausadamente y con un vocabulario envidiable; adoraba hablar con él las pocas horas que teníamos para vernos. Mi padre había triunfado como pianista a los pocos días de haber llegado a Londres. Había conseguido un trabajo en una cafetería durante las primeras horas de la noche y se había dado la casualidad de que el director de la orquesta oficial, se encontraba allí durante la primera velada. Supongo que no tengo que extenderme mucho para comprender que eso le catapultó a la fama, pero también a estar lejos de su familia.
   “La mejor capacidad de un ser humano es esperar” decía “si estuviera las veinticuatro horas del día, apenas te darías cuenta de mi presencia.” Esa frase, que en un primer momento me repetía todas las horas, llegó a atormentarme, cuando me di cuenta, de que ya no podría jugar más con mi padre, pues ya había crecido. A mediados de junio, cuando nuestras clases habían terminado, hicimos las maletas y nos dispusimos a pasar el verano en el campo, donde teníamos una humilde casa. En esa casa, pasé los mejores días de mi vida. Adoraba a los animales que allí vivían y la sensación de paz y tranquilidad que se respiraba en el ambiente. Por el contrario mi hermana, Grace, odiaba aquella preciada sensación y se dedicaba a pasar horas y horas tomando el sol en la piscina. No me gustaba para nada ver como despreciaba aquella nueva forma de vida, pero lo que era aún peor era tener que aguantar sus penas amorosas durante la noche. Se pasaba horas y horas pensando en el último romance que había tenido. Ni siquiera las historias que me relataba se merecían el nombre de romance, ya que cada dos semanas, hablaba de un chico distinto. Cómo no, mi madre no lo sabía, y eso le convenía a mi hermana, si no quería presenciar otra vez una de sus charlas machistas sobre el comportamiento femenino. Imaginaba que el verano iba a terminar con el calificativo de mes tranquilo y melodioso. Y entonces, la pesadilla comenzó.
   No malinterpretéis estas palabras, la Guerra no empezó de repente. Al igual que todas las enfermedades comenzó levemente, casi imperceptible, y poco a poco, se fue extendiendo.
   El 29 de junio mi hermano Peter entró en casa agitando un ejemplar del periódico, y dijo: “Mirad esto, "Asesinado el archiduque de Austria en una visita a Serbia."” Ojeé por encima el ejemplar y levanté la cabeza con la esperanza de encontrar la gravedad del asunto en la expresión de mi hermano. Sin embargo solo encontré una leve sonrisa que me indicó que no debía preocuparme.
   Me encantaría decir que después de este asunto, toda Europa siguió disfrutando del verano tranquilamente, así, que lo diré:: Toda Europa siguió respirando tranquilamente excepto dos países, cuyos nombres eran: Austria y Serbia. Unas semanas más tarde, conocí el significado de la palabra ultimátum, que distó mucho de ser lo que yo imaginaba. En efecto, Austria, Serbia y por lo tanto sus anteriores alianzas quedaron expuestas a una guerra. Cuando recibí la noticia me encontraba en el salón con la radio a mis espaldas, mientras tejía una chaqueta para poner durante las frescas noches del verano. La voz masculina que viajaba por el mundo en nuestro lugar, mascullaba nombres de países al tiempo que repetía sin parar guerra, soldados, máquinas de asalto...
   Cuando aquella noche, me fue imposible dormir, tenía demasiada adrenalina acumulada en mi cuerpo: la llegada de mi padre, la guerra europea, las caras de preocupación... era como si me hubieran hecho un nudo con las cuerdas vocales y me las estuvieran estrujando. Mis padres querían que nada cambiara en nuestras vidas, pero no pudieron evitarlo. Dejé de quedar con mis amigas para cocinar o hacer las tareas, ya que de lo único de lo que hablaban era de los hombres a los que perderían. Desde ese momento era incapaz de verlas de otro modo distinto al de verdaderas idiotas, así que me dediqué a hacer punto por las tardes sin ninguna compañía salvo la de mi hermano Benjamin que aún no hablaba y que por eso, era una gran compañía. Ahora no éramos siete personas sentadas a la mesa, sino que la radio estaba encendida durante todas las comidas. A medida que los días del mes de julio pasaban, sentía en mi pecho la nostalgia del campo, la tensión, la incertidumbre, y el miedo. Sobre todo el miedo. Todos estos sentimientos combinados son difíciles de disimular. Y al final, mis padres acabaron por darse cuenta,de que sus hijos necesitaban un descanso, o eso demostraron saber, cuando nos incitaron a asistir a un baile que se organizaba en el centro de la ciudad. Mis ganas de asistir eran nulas, no así las de mis hermanos mayores. Así, que al final no me quedó otra que ceder y prepararme para ir al baile que se celebraba el día 2 de agosto. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me di cuenta de que ya habíamos terminado el mes de julio. Esto me hizo pensar que era verdad que necesitaba un descanso, así que definitivamente me decidí a ir. Iba a elegir yo, mi propio vestido. Pero mi hermana me dijo que con mi poca experiencia no sabría que elegir ni como maquillarme, así que se presentó voluntaria para elegir el conjunto, y yo le dejé. Unas horas antes del comienzo del baile, procedimos a arreglarnos.
   Grace, me puso de pie en una silla, y me vistió, y más tarde maquilló. Durante todo ese tiempo, me prohibió que bajase la mirada y tapó todos los espejos y, aunque notaba una pizca de nerviosismo, la sonrisa de satisfacción de mi hermana me hizo sentir más tranquila. Después de una media hora, se alejó de mí, y me observó como si fuera un pintor que admiraba su obra. Luego giró un espejo y me miré en él. No pude evitar una cara de asombro. El vestido, aunque algo escotado para mi gusto era blanco y tenía los bordes adornados con encaje, que se adaptaba perfectamente a mi figura. El maquillaje había dado protagonismo a mis ojos, que por fin se veían azules, y había disminuido la pizca de tristeza. “Dios mío, Grace!” dije sin disimular mi clara sorpresa. Mi hermana se rió y se inclinó como los actores de teatro al terminar una obra. En la otra media hora que tardó mi hermana en arreglarse, me resultó imposible no dejar de mirarme. Era obvio que nos habíamos olvidado de la oscuridad, que asomaba por la vuelta de la esquina. Cuando llegamos al lugar, que era un centro enorme adornado con globos, serpentinas etc. Mi hermana se fue junto a su último fichaje, y mi hermano se quedó con un grupo de amigos. Yo, sin ningún conocido, me senté en una silla cerca de la orquesta. “Tu hermano no me había dicho que tenía una hermana tan guapa”, cuando me giré, me encontré con un hombre, de la edad de mi hermano. Con el pelo negro (algo despeinado, que le hacía irresistible), una mirada profunda pero pura, y con el típico bigote inglés. Era increíblemente guapo, lo que hizo que me sonrojase.
   Solo alcancé a esbozar una sonrisa, que él devolvió con el mismo gesto. Acto seguido se sentó y dijo tendiéndome la mano “Harry Evens” lo observé temiendo que notase como el corazón me iba a cien, pero me armé de valor y le di la mano con decisión: “Christine Bronislaw” noté por el rabillo del ojo, como algunas chicas nos miraban con envidia. “¿Christine? bonito nombre, ¿te gusta esta canción?” Hasta ese momento no me había dado cuenta de que la canción que sonaba era Alma Llanera, una de mis canciones favoritas “Mmm, la verdad es que me encanta” “Pues ya somos dos” y añadió levantándose y tendiendo de nuevo la mano “¿Te apetece bailar?” Era la primera vez que
alguien me pedía que bailase con él, sin embargo había ido con mi hermana a varias clases y tenía alguna práctica. De todas formas, el corazón se me iba a salir del pecho y tenía miedo de que notase mi nerviosismo. Le di la mano y sonreí. El me levantó y comenzó a bailar conmigo. La verdad es que no se me daba tan mal como yo pensé que se me daría, así que rebajé un punto en la cantidad de latidos por minuto. Harry era un gran conversador, como mi hermano y mi padre, pero a diferencia de ellos, dejaba que yo expresase mi opinión, y me respetaba. Creo que poco a poco fui comprendiendo a mi hermana en sus enamoramientos por minuto. Deseaba que las horas no pasaran y que, pese a que cambiásemos de canción, Harry siguiese bailando conmigo y no cambiando de conversador. Notaba como los nervios se habían disipado y hablaba con él como si lo conociera de toda la vida, notaba como la madurez iba llegando a mí, entonces, mi espíritu infantil resucitó y volvió a mi cuando Harry dijo: “Ha sido un honor conocerte, Christine, nunca está de más conocer a alguien interesante con quien compartir mis penas, antes de que estalle la guerra” Supongo que esperando una respuesta, no siguió hablando.
   En otras circunstancias le hubiese respondido, pero miles de pensamientos cruzaban mi cabeza : Mi familia, mi país, mi casa... ¿y mi hermano? Al nombrar Harry , la idea de ir a luchar pensé si él también tendría que hacerlo. De repente, la iluminación de la sala me hizo daño en los ojos y la música me agujereó los tímpanos, sentí las lágrimas agolpándose en mis párpados, y sin pensarlo, eché a correr. Salí del establecimiento con lágrimas en los ojos, y caminé a lo largo de la calle que tan solo tenía unas luces encendidas. Los oídos me pitaban y la vista comenzó a nublarse, oía la voz de Harry, seguida de otras que reconocí como la de mis hermanos. Tenía ganas de parar y llorar en sus brazos, pero no quería... no quería.... no quería admitir que Harry tenía razón y que la guerra llegaría, que mi hermano se iría y que nada volvería a ser lo mismo. Entonces, dejé de ver y de oír, solo noté un golpe incomparable en el cráneo, y fue entonces cuando me dí cuenta de que estaba en el suelo y de que no podía hacer nada para evitarlo. Me desperté a la mañana siguiente, en mi cama, con mi hermana a mis pies. “Me ha costado convencer a mamá de que sufrías mal de amores y no otra cosa” dijo riéndose. Yo reí y me dejé caer, dolorida y avergonzada, ¿qué pensaría ahora Harry de mi? Durante los siguientes días, solo me dediqué a pensar en él, cada vez que salía a la calle, debía ir perfectamente arreglada por si me lo encontraba, mi primer y último pensamiento iban para él. Ahora me siento culpable de no haber podido consolar a mi madre durante esos momentos duros,en los que sufría por sus hijos.
   Amaneció el 4 de julio, y mi mañana transcurrió normal y corriente, ajena a que aquella tarde iba a cambiar mi vida y la de todos nosotros. Después de comer, Grace y yo salimos a hacer recados, y cuando volvimos, nos sorprendió no ver a nadie en la calle. Mi corazón se enredó y comenzó a latir más y más rápido, sin duda, era señal de mal augurio. Al llegar a casa mis sospechas cobraron más fuerza al ver a mis padres blancos como la cal. Y cuando oí la noticia que hizo que mi hermana y mi madre se echaran a llorar, no sé porque preocupante motivo la noticia no fue sorpresa.
   Alemania había invadido Bélgica. Al hacerlo, Inglaterra debía responder, y ya lo había hecho con un ultimátum. Ultimátum, dichosa palabra. Aquella primera noche de conflicto, fue la primera que no dormí por temor a que mi padre y mi hermano llegasen a los puños. Temo que no era la única, pues de la habitación de mi madre llegaban sollozos. Mi hermano tenía la opción de no alistarse en esa batalla de la que difícilmente volvería. Pero si no lo hacía, teniendo en cuenta que estaba completamente sano y en la edad adecuada, lo tacharían de cobarde. Discrepaba totalmente en ese asunto, pues creo que los verdaderos valientes son los que luchan contra las ataduras sociales. Sin embargo mi padre no parecía comprenderlo. Temía por mi hermano, y por mi madre que tendría que soportar lo que para una madre equivale a perder la vida misma.
   Los días que siguieron, vinieron cargados de tensión, nadie hablaba ni nos mirábamos. Mi hermano no estaba en casa, salía muy temprano y llegaba muy tarde. Debí haber sospechado que algo no iba bien, pero me dediqué a llenar mi cabeza de pensamientos positivos. Unos días después, Peter nos reunió en el salón y nos informó que iba a alistarse para el combate. Lo siguiente fue una serie de llantos y felicitaciones por parte de mi padre. Mientras tanto, yo me limitaba a contener las lágrimas que se clavaban en mi garganta como si en realidad fueran espinas. Me preguntaba, y lo sigo haciendo, cuándo se me presentaría la satisfacción del honor de la que tanto hablaban, porque si se trataba de eso, no valía la pena. El 8 de agosto, mi hermano caminó entre una fila llena de hombres que se despedían temiendo no tener la ocasión de hacerlo nuevamente. Me pregunté si en realidad caminaría sobre la escalinata hacia la muerte, pero aparté esos pensamientos lejos de mí, ya que notaba las lágrimas, aunque sorprendida, por la idea de que aún me quedasen lágrimas para llorar. Vi como se infiltraba en un grupo de amigos y saludaba a uno en concreto, que intentó zafarse de su brazo, como si le molestase su presencia.
   Un hombre de pelo negro, algo despeinado y una mirada profunda pero dulce... en ese momento comprendí el significado de la expresión “ un vuelco al corazón”. Mi hermano hablaba con Harry , que se había dado cuenta de mi presencia. Sonrió y caminó hacia mí. Cuando lo hice, consideré la idea de desmayarme de nuevo. Cuando estaba delante de mí, hizo una reverencia, y dijo “Se presenta ante vos, el rey de los idiotas” reí, y dije “Bienvenido a la corte de los desmayadizos” Ambos sonreímos y nos enzarzamos en una entretenida conversación, que terminó invitándome a comer. Así, juntos, fue como transcurrió uno de los mejores días de mi vida. Ya cuando la noche había caído, nos sentamos en el suelo, de un parque cubierto por hierba y él dijo “¿Me esperarás, Christine? Quizá había leído esa frase en montones de libros sobre hombres que se van y dejan solas y tristes a sus mujeres. Quizá había deseado cada vez que la leía, que un hombre me la dijera a mí, pero en el momento en que la frase salió de su garganta, me pareció que la decía en un idioma extraño. En unas milésimas de segundo me tranquilicé y respondí algo de lo que nunca me arrepentiré: “Toda mi vida si es preciso”. Él se incorporó, y plasmó sus labios con los míos, en un gesto que había visto veces y veces, pero que era incomparable. Aquella noche, nuevamente, las mariposas revolotearon por mi estómago y me impidieron dormir, pero no me importó.
   Mi madre nunca volvió a ser la misma, después de la ida de mi hermano. Solía hablar sola, y la tristeza se asentó en sus ojos, bordeados por ojeras. Mi padre decidió pasar más tiempo en casa, cosa que no pareció cambiarle la expresión, como solía hacerlo antes. Los días pasaban y pasaban, y entonces, Lisa, una prima muy querida por mi madre, se estableció en la ciudad. Mi madre estaba contenta, y como Lisa también tenía a su hijo alistado, se entendían a la perfección. Lisa trabajaba en un pub del barrio, como camarera, y mi madre iba a buscarla para recorrer el camino juntas.
   Y entonces, deseé que no se hubieran conocido nunca. Ocurrió un año después,en septiembre, los meses habían pasado, y Adam había cumplido un año más, siete en total. Aún no habían llegado noticias sobre Peter y parecía que la calma había vuelto. Habíamos tenido dos ataques aéreos durante enero, pero ninguno había causado grandes estragos. Pero a mi padre le quitaba el sueño la poca preparación de Inglaterra. Era la noche del 8 de septiembre, nuestro profesor particular, se había ido a Bélgica, así que aún no habíamos empezado las clases. Mi madre, como siempre había salido a recoger a su prima. Mi padre cada vez gustaba menos de los paseos nocturnos de mi madre, pues le parecían peligrosos. Cuando observé como mi madre salía por la puerta, nunca pensé que sería la última vez que lo haría. Me encontraba dibujando, una de mis grandes pasiones, cuando un ruido me dejó los tímpanos bailando. Me incorporé, o al menos lo intenté , ya que me caí de nuevo y vi como en una sucesión aterradora, como todos los cristales comenzaban a caer.
   En un movimiento reflejo, grité y me escondí debajo de una mesa, pero noté la punzada en mi pierna de uno de los cristales. Me dolía la cabeza y no era capaz de pensar en nada, tampoco de oír. Y entonces, cesaron los estallidos, estuve largo rato debajo de la mesa, y ví llegar a mi padre muy alborotado seguido de mis hermanos. Salí con cuidado y cargada de miedo y desesperación dije “¿Qué ha sido eso?” No me di cuenta de que lo decía gritando y al borde del llanto. “Una bomba” A Grace también le temblaba la voz. Benjamin lloraba y Adam tenía tanto miedo que no paraba de temblar y no podía ni gritar. “ Creo que ha sido un bombardeo, … Voy a salir!” dijo mi padre. Grace y yo le suplicamos que no lo hiciera, que a lo mejor le disparaban, pero se limitó ir hacia la puerta mientras nos indicaba que nos calmáramos y nos quedáramos dentro. Estaba realmente aterrorizada, ni siquiera el llanto de mi hermano me molestaba tanto como mis propios pensamientos. Al fin, mi padre regresó y nos dijo que ya había cesado. Sin embargo, estaba sospechosamente pálido.
   Salimos al jardín, y le pregunté, temiendo lo peor, “¿Qu-qué pasa?”. Él suspiró y dijo como si le dolieran las palabras “Mamá” Me había olvidado de que mamá no estaba en casa, y el miedo completó su circuito alrededor de mi cuerpo, abarcándolo totalmente. Lo siguiente fue una búsqueda insaciable que terminó cuando por fin llegamos al pub donde trabajaba Lisa. Allí el mundo se apagó para mí. Todo estaba completamente calcinado y había montones de ambulancias paradas y cargadas de gente. Charcos de sangre y agua en el suelo, y una sucia carpa improvisada donde se atendía a los heridos y se depositaban los restos humanos. Tenía un nudo en la garganta y empecé a sudar, quería llorar, pero no era capaz de hacer nada. Nada!.
   Mi padre, entrecerró los ojos, preocupado y caminó hacia la carpa. Donde un médico manchado de sangre tenía una larga lista. “¿Elisabeth Bronislaw”? dijo. Me dolió escuchar el nombre de mi madre dicho con tanta frialdad. Nadie debería depender de la expresión de un medico a la hora de saber si su madre está viva o muerta. Debía de tener cierto adiestramiento para el trato a familiares porque no dio ninguna pista. “Pasen por aquí!” -dijo-- . Solo con la idea de saber que mi madre estaba allí las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin que pudiera controlarme. El espectáculo era horroroso, me preocupaba que fuera demasiado para mi hermano pequeño, pero él no parecía dejar de mirar al frente.
   El médico nos condujo hasta una camilla concreta, en la que una mujer ensangrentada, que algún día debió ser la más feliz del mundo sonreía. “Mamá!” fue lo único que el nudo en la garganta me dejó decir. “Mis niños!” Y abrió los brazos, pero los cerró como si le doliera. Nos dio un beso a cada uno.
   Lamento no haber podido decirle que la quería y que lo seguiría haciendo, pero la tristeza solo dejó que de mí salieran unas lágrimas. “...Tranquila!” -dijo con voz dulce- “tranquila...”. Mi madre solo tenía dos manos, pero consiguió que los cuatro hijos presentes nos agarrásemos a ella.
   Las horas pasaban y mi padre, a los pies de la cama miraba a mi madre con preocupación y mi madre le devolvía las miradas mientras nos acariciaba el pelo. Las voces se apagaron, y hablábamos con los ojos. De alguna manera, todos sabían que se estaba muriendo, pero ninguno quería reconocerlo. A veces los misterios de la mente humana son increíbles, pues, cuando debería haber pasado más miedo, mi madre hizo que no lo sintiera y que pensara, por un momento, que por mañana todo volvería a ser como antes.
   Cuando la noche ya era cerrada, tuve sueño y me fui durmiendo sin casi notarlo. Cerré los párpados... y cuando los abrí descubrí que mi madre también lo había hecho, pero ella dormía con demasiada paz y entonces me dí cuenta de que nunca volvería a despertar. La lloramos mucho. Nada volvió a ser lo mismo. Es difícil expresar lo que sentí cuando el dolor y la certeza de que mi madre, esa persona que me acompañó durante todos los días y que, al igual que el Sol, formaba parte de mi día a día, ahora ya solo quedaba en el mundo de los recuerdos y que tendría que esforzarme por guardar, como el más bello y único tesoro, todos y cada uno de los bellos momentos que estuvimos juntas.
   Murieron 80 personas aquel día, y mi dolor insuperable tuvo que unirse al duelo colectivo experimentado por todos los familiares de las víctimas. Enterramos a mamá en el campo cercano a aquella casa donde habíamos sido tan felices. Recordé que una vez, un profesor nos explicó que no existía el silencio absoluto y no fuimos capaces de imaginarlo, pero lo que hubo en mi casa los meses siguientes, se acercó bastante a lo que creo que quería explicarnos. Creo que, difícilmente, lo superaré. Pero la vida tenía preparados muchos golpes y el siguiente no tardaría en llegar. Dos meses después de la pérdida, salí a dar un paseo, hacia las 7 de la tarde. Cargada de bolsas de la compra, me decidí a volver a casa, cuando, sin más dilación, vi a mi hermano. No pude evitar que las bolsas se me cayesen y que él se diera cuenta y saliera huyendo. Recogí las bolsas y mientras lo hacía pensaba, que me estaba volviendo loca. ¿Sería porque lo echaba de menos? Pensé que debería seguirlo, pero le había perdido la pista. Respiré hondo y me dediqué a pensar que eran imaginaciones mías. Pero mis nervios comenzaron a crecer, cuando creí ver a mi hermano de nuevo. Aquella vez fue la gota que colmaba el vaso. Me decidí a seguirlo y le grité, el se giró y lo tuve claro “No puede ser, pensé” Empezó a correr, pero al poco se paró, se metió en un bar y me indicó con la mano que viniese. Al principio me dio algo de miedo, pero me decidí a entrar. El hombre que guardaba gran parecido con mi hermano estaba en la barra, sentado. Yo entré y avancé hacia él, hubo un intercambio de miradas en el que los dos parecíamos tratar de darnos cuenta de que nos habíamos reconocido. Entonces él se levantó y con gesto serio me abrazó y me dijo fríamente “¿Cómo estás Christine?” No podía creerlo, ¡mi hermano!
   Consideré seriamente la opción de ir a un manicomio, ya que me daba la sensación de estar completamente loca. Mi 'supuestamente' hermano, se separó de mí, y me miró, esperando a que hablase, pero no era capaz de articular palabra. “Christine , escucha, no debes decirle a nadie que estoy aquí...” Esta vez las palabras salieron de mí como un tiro “Pe-pero... ¿qué haces aquí?” él suspiró y se sentó de nuevo “ Christine, yo no podía alistarme, no podía tirar mi vida al suelo de esa forma” A la espera de palabras que no  llegaron, prosiguió pero no, sin antes suspirar de nuevo “Cuando papá me presentó la idea de alistarme, hablé con unos amigos y planeamos zafarnos del ejército...” Las palabras me dolían, mi hermano... no estaba arriesgando su vida como creía. Debería alegrarme por él, sin embargo, pensé en las noches en vela temiendo por su vida, y en mi madre, mi pobre madre que lo lloró hasta su muerte. Mi hermano continuó hablando: “Cuando llegamos al campo de batalla, fingí una enfermedad mental, pero no pude volver a casa por lo que papá pudiese decirme”.
   Yo no podía más, de nuevo un montón de pensamientos vinieron a mi mente y la bombardearon “¿Y te importa lo que papá pueda decirte, pero no lo que yo, tus hermanos... y mamá podamos pensar de tu llegada?” Al nombrar a mi madre, recordé que mi hermano aún no sabía nada sobre su muerte. “Mamá te lloró mucho ¿sabes?”
   “Christine, tendré tiempo de estar con mamá cuando vuelva -me dijo-,... y se alegrará el doble” “¡Mamá ha muerto!” Lamenté mucho decirle a mi hermano la noticia tan directamente, pero estaba enfadada, enfadada por dedicar un pensamiento a un hombre que ni siquiera parecía pensar en nosotros. Mi hermano parecía derrotado, no era capaz de mirarme, pero no lloraba, sin embargo, yo, hacía tiempo que lo hacía. De repente, la esperanza llegó de nuevo a mí y dije “¿Y-y Harry?”
   Mi hermano me miró con dureza y altivez, y me espetó “Supongo que podrás seguir honrándole con tu amor y todos los honores porque él si que ha ido a luchar” No pude más, salí disparada del lugar, y me perdí entre la multitud de la calle. No me importaba a donde ir, en ese momento, una gran parte de mi mente, se dedicaba a dispararme con pensamientos oscuros, tristes y melancólicos y ya todo era una pesadilla desatada.
    El invierno cesó, y comenzó un nuevo año, pero fue un gravísimo error pensar que me traería mejores presagios que el anterior. El 5 de febrero, cumplí diecinueve años y , por primera vez, me pregunté, de que habían servido. Cuatro días después, el 9, una noticia que nadie debería recibir, hizo que se me quedara grabada a fuego esa fecha. Estaba jugaba con mi hermano Benjamin, al que, ahora que empezaba a mostrar sus intenciones de aprender, le leía montones de cuentos. Creo que durante ese año, fue con la persona que más hablé, pues me herían las palabras que vinieran de cualquier otro ser.
   Entonces, llamaron a la puerta. Como yo estaba en el piso de arriba, tan solo me llegaron el sonido de voces masculinas y un escalofrío me recorrió el cuerpo al ver un coche militar fuera. Cuando la visita se hubo despachado, bajé corriendo las escaleras y miré a mi padre, que había arqueado las cejas y cuyos ojos lo decían todo, no eran buenas noticias. Extendió la mano, y dejó ver un telegrama. “Lo siento Christine” Cogí el telegrama y lo abrí, como una fiera y su presa. Después de leerlo caí al suelo y lloré, lloré y lloré. Me dolía el pecho, y notaba un fuerte dolor de cabeza, como si mi cuerpo me pidiese que, por favor, no llorase, pues no quedaban lágrimas. Harry, al que prometí esperar, había muerto en el campo de batalla. Recordé las palabras de mi hermano, sobre que podría honrarle con todos los honores, y noté de nuevo el dolor que producía aquel sentido del honor, y que, por su culpa, ya se habían perdido bastantes vidas. Mi estado de ánimo cambió repentinamente, estaba enfadada, enfadada con los hombres, incapaces de cuidar del prójimo, si no que preferían enfrentarse a él en el campo de batalla. Enfadada con el universo, por arrebatarme todas las personas que más quería. Me levanté y me fui a mi habitación. No sé cuantos objetos rompí en el suelo, ni hasta donde se oyeron mis gritos de una combinación de ira y tristeza. Después de horas de llanto desconsolado, me dejé caer sobre la cama y me dormí. El episodio se repitió días y días, hasta que no me quedaron objetos que romper, gritos que exhalar, ni lágrimas que derramar. Entonces, sustituí esos sentimientos por los de esperanza. Me obligaba a pensar que todo esto era una mentira, y que cuando, al día siguiente despertara, mi madre, Harry, mi hermano... estarían conmigo.
   Hubiese pasado así toda mi vida. Pero entonces, mi padre entró en mi habitación y simplemente me dijo, “Si lloras por personas que ni siquiera están aquí, entonces no podrás reír con nosotros. Simplemente esa frase hizo que pensara toda la noche, simplemente.
   A la mañana siguiente me desperté con las primeras luces. Me vestí, y salí sin hacer ruido de casa. Avancé unas cuantas calles y llegué al barrio donde había encontrado a mi hermano. Pregunté a algunas mujeres con niños que paseaban, y por suerte lo conocían. Siguiendo sus indicaciones, llegué a un bar donde, a través del escaparate, vi a mi hermano. Entré, y sin dirigirle ninguna palabra, me senté delante de él, que, por sus gestos, se sentía molesto. “¿Hace buen día, no?” Miré hacia la ventana y reí, porque en realidad, estaba lloviendo. “Peter, siento haberte dicho lo de mamá de esa forma...” iba a seguir hablando pero me detuvo con un gesto. Luego miró a la ventana, y dijo, “A veces aún parece que está aquí, noto como me regaña por no haber ido a casa y como vela por las noches, creo que lo que menos le hubiese gustado es que dos de sus hijos estuviesen enfadados, lo siento Christine, por no devolverte los pensamientos tristes y por no acompañarte en los momentos duros” Le miré, y derramé algunas lágrimas. Él, sin darme cuenta, esperaba una respuesta, y esbozó “Te toca” yo le miré, me levanté, y le abracé, hacía tiempo que no era tan reconfortable un abrazo. Hablamos largo y tendido, sobre nuestras vidas, y lo mucho que habíamos madurado. Al día siguiente, Peter, se presentó en casa y le explicó lo sucedido a mi padre. Pensé que tendría que aguantar de nuevo las peleas y que incluso, podría echarlo de casa, sin embargo, se fundieron en un cariñoso abrazo. Un año después, el 11 de noviembre de 1918, la guerra llegó a su fin, con unos balances de millones de muertos, entre los que se encontraba mi madre y Harry. En cuanto a mí, yo y mi familia, nos subimos a un tren con rumbo al campo el 3 de junio de 1919.
   Fue mi primer y último viaje en tren, pues no pienso moverme de donde estoy, y donde mi felicidad es plena. Durante el viaje, mi padre y mis hermanos se acomodaron, sin embargo, yo me quedé de pie ante la puerta que se cerraba y que era la barrera entre dos futuros distintos. “Estamos sometidos a un ciclo” solía decir mi profesor. “Morimos igual que nacimos, y nacemos igual que morimos” No sé si aún lo recordáis, pero este relato que aquí acaba, nació con una metáfora, y morirá con una que ocupó mi mente durante mi viaje a la felicidad: “La vida es como un viaje en tren, algunos comienzan el viaje junto a ti, y otros lo hacen a mitad del camino.
   Muchos se bajan antes de la última parada, y muy pocos permanecen hasta ella. Pero cada persona, deja algo en ti, un recuerdo que nunca olvidarás.
   Disfruta del viaje, pues es imposible saber con certeza, cuando llegará a su fin”

Julia Nieto Mantiñán
&
John Singer Sargent

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