PLAYLIST EN KARAOKE DE BARRIO MIENTRAS ESTAMOS MUERTOS
Ayer a las 19:30 José Ovejero comparecía en la Fundación Luis Seoane en compañía de Javier Pintor y Andrés Seoane.
Yo debiera haber ido, no tanto con el afán de escuchar como por el afán de ver si, por fin, José Ovejero calzaba Unas botas de 350 pavos.
Pero no fui.
Fui con los amigotes al karaoke.
Hay gente que se reúne con los amigos de la infancia para jugar al pádel, al fútbol sala, para cenar...
Lo nuestro es ir al karaoke de Visi. Entendedme. Las cañas y las copas ahí son más baratas porque, todo el mundo lo sabe, ya solo los colgaos van al karaoke. No somos muchos, pero sí somos fieles, porque compartimos apuestas desde siempre. Sellamos quinielas. Empezamos con la de fútbol y ahora no nos falta a qué apostar. Desde siempre, es desde la adolescencia. Somos los del barrio. Una precisión: los del polígono y Juanjo y yo, que vivíamos en una calle próxima al polígono.
Caña va caña viene hablamos más de lo humano que de lo divino.
Manel siempre está dando el coñazo con cualquier cosa sobre lo listo que es su buldog francés. Un trauma lo de no haber tenido perro, porque en nuestra infancia nosotros no teníamos más perros que los palleiros que paseaban su orfandad famélica por entre las huertas y los solares baldíos pendientes de construcción.
A Carlos le jode un huevo que su hermano no se haya divorciado aún. Tampoco le ayuda sospechar que su Pili (aún la llama así) ande en tratos con el segurata del súper en el que trabaja de cajera… Por eso o por todo, lleva muy mal lo de la custodia compartida, aunque tampoco se mata mucho por compartir. Ayer mismo dejó a su hija en casa tiktokeando para venir a esta reunión ineludible.
—Con lo buen padre que yo soy…. No como los míos, que nos mandaron a vivir a casa de mi abuela. Yo siempre he estado ahí, ¡eh!...—dice.
Cuando Juanjo le recuerda que su padre tenía dos trabajos y él ninguno, se mosquea.
—¿Y qué tiene eso que ver? —dice.
—Pues que tu padre te sigue ganando por dos a cero.
Cuando Juanjo replica eso, Carlos se mosquea aún más.
Carlos lleva demasiado tiempo en el paro. Tres años es demasiado tiempo para cualquier tipo que, como nosotros, haya superado los cincuenta.
Miro hacia atrás y veo que, salvo los de Manel, nuestros padres fueron niños nacidos en la guerra. Embrutecidos por la escasez, la cartilla de racionamiento y el Auxilio Social, se convirtieron en padres con sabañones en orejas y manos, de copa de coñac y siesta, con la sutileza mínima para decirnos cuando nos habíamos caído: «anda..., ven aquí que te levanto…».
Cuando Visi ve que el ambiente se caldea, nos anima a quitarle las telarañas al karaoke y nos lanzamos a cantar. Primero celebramos que Eva María se haya ido y, después nos indignamos preguntándole por qué te vas. Juanjo se pone intenso cantando libre como el sol cuando amanece y como el mar. Esa la canta muy bien. Y Lolo clava si te dijera, amor mío, que temo la madrugada… Y cuando Carlos canta si me das a elegir entre tú y ese cielo donde, libre, es el vuelo para ir a otros nidos, Ay, amor, me quedo contigo acaba llorando, porque sabe que canta por cantar.
Lo mío no es cantar.
Por eso cuando me tocó cantar Algo de mí… se me quebró la voz.
Y no por lo difícil que sea llegar a los agudos de la canción de Camilo Sesto, sino porque, esta vez, me dio como un cotocroc y, de repente, me vi solo ante Visi, que me miraba con la misma cara de asco que cuando le pedí para el karaoke una canción de Nike Cave: Do you love me? (Like I love you).
Visi no acabó la EGB. Vamos, que no sabe inglés, pero va sobrada de intuición.
Y no sé por qué creo que me pasó lo que a Carme en «Mientras estamos muertos»: que me encontré solo, hablando con unos cuantos nadies que me rodeaban como esos ectoplasmas que, en cuanto te acompañan, te alejan de las cosas, porque sí: algo de mí se está muriendo.
Y cuando te alejas de las cosas, lo leí en un libro muy bueno cuyo título ahora no recuerdo, viene a ser como estar muerto.
Todo esto (lo difícil que es hablar sobre uno mismo) lo explica muy bien José Ovejero en su último libro de cuentos, un libro denso, perfectamente construido por un hombre melancólico que hubiera querido comprar unas botas de 350 pavos. Un hombre que, cualquier día que se lo proponga, podrá volver a visitar el escaparate de esa zapatería de Bolonia, pero que nunca podrá volver a aquel momento dubitativo del pasado.
Porque nos pasamos la vida reviviendo.
Porque no nos es dado desvivir...
Francisco Rodríguez Coloma
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