xoves, 31 de marzo de 2016

CUANDO IRRUMPE LO EXTRAORDINARIO, Erin Lange

ERIN LANGE, Cuando irrumpe lo extraordinario, Nube de tinta, Barcelona, 2015, 288 páxinas.

[NUC LAN cua]




   La primera vez que vi a Billy D. yo tenía un pie sobre el cuello de un chico y una mano en mi bolsillo. Él estaba parado al otro lado de la calle, mirando sin esforzarse en disimular, mirando nada más, sin decir una palabra, sin parpadear siquiera.
   —¿Qué miras? —grité.
   Él se quedó boquiabierto, pero no respondió. Tampoco se fue; solo siguió mirando.
   Oí un gorgoteo en la garganta que tenía debajo del pie y eché una ojeada al chico. Parecía que le costaba respirar, pero aún no se había puesto rojo, de modo que volví a prestar atención al otro.
   —¡Lárgate! ¡O luego vas tú!
   Fue una amenaza bastante vacua. Incluso desde el otro lado de la calle, supe, por su expresión vacía, la mandíbula floja y su extraña forma de encorvar la espalda, que era distinto; probablemente estaba en educación especial. Y yo no pegaba a los chicos como él.
   Principios, ¿sabéis?
   —Eh, ¿eres sordo o qué? ¡He dicho que te largues!
   Él vaciló; echó a andar primero hacia la izquierda y luego hacia la derecha. Nos miró una vez más a mí y al chico preso bajo mi bota antes de clavar los ojos en la acera y alejarse pisando fuerte.
   «Bicho raro.»
   Cogí un chicle con la mano que tenía en el bolsillo. Me lo metí en la boca y volví a centrarme en la tarea que me ocupaba. Bajo mi pie, rodeada de tierra y grava, la cara definitivamente se estaba poniendo un poco roja. Levanté el pie y di una patada a una piedra, que golpeó al chico en un hombro y rebotó. Le debió de doler, porque hizo una mueca mientras respiraba de forma entrecortada.
   —¿Piensas que eso ha dolido? Pues no es nada comparado con lo que le haré a tu coche si vuelves a meterte conmigo.
   El chico aún no había recuperado la voz, por suerte para él, porque probablemente era tan tonto que habría dicho algo que me cabreara todavía más. Se sentó en la acera con dificultad y gateó hacia la calle, donde estaba su Mustang rojo, aún con la puerta abierta. Era un modelo antiguo restaurado, de la época en la que los Mustang todavía molaban. Estaba a media acera cuando grité:
   —¡Y más vale que encuentres otro camino para ir al instituto! Si vuelvo a ver tu coche en esta calle, te romperé el parabrisas además de la cara.

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