GUILLERMO ARRIAGA, Retorno 201, Páginas de Espuma, Madrid, 2005, 154 páxinas.
ROGELIO
A Alan Page
Rogelio
no se percataba de que ya estaba muerto o se resistía sencillamente a
aceptarlo. Por ello, una y otra vez, se salía de la fosa donde estaba
enterrado y no era raro encontrárselo comiendo en algún restaurante
cercano al cementerio. En algunas ocasiones nos iba a visitar al Retorno
y se pasaba largas horas platicando sobre los viejos tiempo. Sin duda
varios de nosotros tratábamos de convencerlo de que ya era un cadáver y
que apestaba bastante. No nos hacía caso y con una desfachatez increíble
se presentaba en cualquier lugar y a cualquier hora.
Una noche lo acompañé de vuelta al panteón. Charlamos un buen rato sobre todas aquellas experiencias que habíamos compartido cuando él aún vivía. Compramos unas cuantas cervezas y nos emborrachamos. Nos divertimos. Nos reímos. Gozamos. Lloramos. Al amanecer se despidió con una sonrisa. Se acomodó en su ataúd y cerró la tapa. Nunca más volví a saber de él, porque esa madrugada morí atropellado y mi mujer… mi mujer decidió incinerarme.
Una noche lo acompañé de vuelta al panteón. Charlamos un buen rato sobre todas aquellas experiencias que habíamos compartido cuando él aún vivía. Compramos unas cuantas cervezas y nos emborrachamos. Nos divertimos. Nos reímos. Gozamos. Lloramos. Al amanecer se despidió con una sonrisa. Se acomodó en su ataúd y cerró la tapa. Nunca más volví a saber de él, porque esa madrugada morí atropellado y mi mujer… mi mujer decidió incinerarme.
Guillermo Arriaga, Retorno 201, Páginas de Espuma, Madrid, 2005, p. 105.
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