Amosando publicacións coa etiqueta HÉCTOR ABAD FACIOLINCE. Amosar todas as publicacións
Amosando publicacións coa etiqueta HÉCTOR ABAD FACIOLINCE. Amosar todas as publicacións

mércores, 19 de novembro de 2014

ACTA DA REUNIÓN DO CLUBE DE LECTURA ADULTOS AGUIAR


Onte luns, as 19:00 tivo lugar a segunda reunión do Clube de Lectura Adultos Aguiar para dar conta do pracer obtido tras a lectura de El olvido que seremos.


Tendo en conta que o ano pasado as lecturas foron de novelas, era a primeira vez que falabamos dunha obra non ficcional. Esta "carta a una sombra", como di o autor, presenta un carácter híbrido: ás memorias do neno que idolatra ao seu pai, sucédelle a crónica relativamente haxiográfica do martirio de Héctor Abad Gómez, un home bo, un admirable exemplo de humanismo e sabedoría.

Foi fácil emocioanarse coa traxedia padecida por esta familia, e tamén asequible que nos preguntáramos polo proxecto educativo dunha familia acomodada dun pais caribeño nun tempo relativamente próximo, pero tamén alonxado do noso sistema de valores actuais.
Compartimos impresións sobre o papel da muller antes (e agora), sobre o altruismo egoísta de Héctor Abad Gómez, sobre a dificultade de compartir, dende as nosas realidades familiares, certas propostas: "Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz...[p. 24]; "Soy muy buen padre, pero muy mala madre" [p. 196].

Tamén falou Loli da curiosidade que sentía por coñecer a autoría real do poema (atribuido a Jorge Luis Borges) que da título á obra, tema central do libro de Héctor Abab Faciolince, aparecido no 2010 Traiciones de la memoria.


Chegando ás 20:30, e sendo luns, tocou ir recollendo, tras repartir o noso novo proxecto en común: a lectura de Las inviernas, que nos reunirá o día venres 12 de decembro, esta vez, arredor da autora, Cristina Sánchez Andrade.

Damos a benvida as dúas novas persoas que se sumaron á nosa aventura, e reiteramos a invitación a todos os que poidades dispoñer, xenerosamente, dun tempiño para compartir con nós, entre nós.

xoves, 30 de outubro de 2014

PRIMEIRA REUNIÓN DO CLUBE DE LECTURA ADULTOS AGUIAR: El olvido que seremos


HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, El olvido que seremos, Booket, Barcelona, 2011, 420 páxinas.

**********

Comezamos esta segunda edición coa reunión inicial dos membros de Clube de Lectura Adultos Aguiar.

Esta vez, despois da benvida aos novos participantes, acordamos as datas das próximas citas: o luns 17 de novembro verémonos de novo na nosa Casa de Acollida, a Libraría Biblos, á que temos que agradecer o mimo e a cordialidade coa que nos agasallan.
A primeira lectura xa estaba escollida: El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince.
A ninguén se lle ocorriu obxetar despois da lectura que fixo Óscar do texto que aquí deixamos, recordando que o noso é un Clube Aberto, no que sempre haberá un oco para que o queira encher. Porque o sentido da existencia desta actividade segue a ser tender pontes que axuden a construir ese proxecto que nos implica en paridade: a educación dos rapaces e rapaces, que estando agora nas aulas do Aguiar, pronto serán os individuos que rexerán o mundo: un mundo que precisa unha nova ollada (con)vencida pola sensibilidade. 


   Mi papá siempre pensó, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo. En un cuaderno de apuntes (que yo recogí después de su muerte bajo el título de Manual de tolerancia) escribió lo siguiente: «Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad». Es posible que nadie, ni los padres, puedan hacer completamente felices a sus hijos. Lo que sí es cierto y seguro es que los pueden hacer muy infelices. Él nunca nos golpeó, ni siquiera levemente, a ninguno de nosotros, y era lo que en Medellín se dice un alcahueta, es decir, un permisivo. Si por algo lo puedo criticar es por haberme manifestado y demostrado un amor excesivo, aunque no sé si existe el exceso en el amor. Tal vez sí, pues incluso hay amores enfermizos, y en mi casa siempre se ha repetido en son de chiste una de las primeras frases que yo dije en mi vida, todavía con media lengua:
   —Papi: ¡no me adores tanto!
   Cuando, muchos años más tarde, leí la Carta al padre de Kafka, yo pensé que podría escribir esa misma carta, pero al revés, con puros antónimos y situaciones opuestas. Yo no le tenía miedo a mi papá, sino confianza; él no era déspota, sino tolerante conmigo; no me hacía sentir débil, sino fuerte; no me creía tonto, sino brillante. Sin haber leído un cuento ni mucho menos un libro mío, como él sabía mi secreto, a todo el mundo le decía que yo era escritor, aunque me daba rabia de que diera por hecho lo que era solo un sueño. ¿Cuántas personas podrán decir que tuvieron el padre que quisieran tener si volvieran a nacer? Yo lo podría decir.
   Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido alguien mucho menos feliz.

Héctor Abad Faciolince

luns, 29 de setembro de 2014

EL OLVIDO QUE SEREMOS, Héctor Abad Faciolince


HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, El olvido que seremos, Booket, Barcelona, 2011, 420 páxinas.

**********
Pronto retomaremos a actividade dos Clubes de Lectura. 

E un dos Clubes de Lectura que mantivo unha interesante actividade foi o Clube de Adultos Aguiar

Deciamos en xaneiro de 2014 que a nosa proposta era reunir ás persoas interesadas en falar periódicamente sobre un libro que acordáramos ler. A nosa idea é que ditos libros foran tamén un estímulo para falar do que nos une a familias e docentes: a educación. Tamén quedou claro no curso anterior que libros como este El olvido que seremos (do que se pode ler, como adianto, o primerio capítulo) permitirán ter de que falar.

Aínda que pronto faremos chegar esta proposta as vosas casas empregando de carteiros aos vosos fillos, queda aquí xa dende hoxe a posibilidade de inscribirse no correo [bibliofranciscoaguiar@gmail.com] indicando como asunto “Club lectura Nais Pais”. 
**********



   En la casa vivían diez mujeres, un niño y un señor. Las mujeres eran Tata, que había sido la niñera de mi abuela, tenía casi cien años, y estaba medio sorda y medio ciega; dos muchachas del servicio —Emma y Teresa—; mis cinco hermanas—Maryluz, Clara, Eva, Marta, Sol—; mi mamá y una monja. El niño, yo, amaba al señor, su padre, sobre todas las cosas. Lo amaba más que a Dios. Un día tuve que escoger entre Dios y mi papá, y escogí a mi papá. Fue la primera discusión teológica de mi vida y la tuve con la hermanita Josefa, la monja que nos cuidaba a Sol y a mí, los hermanos menores. Si cierro los ojos puedo oír su voz recia, gruesa, enfrentada a mi voz infantil. Era una mañana luminosa y estábamos en el patio, al sol, mirando los colibríes que venían a hacer el recorrido de las flores. De un momento a otro la hermanita me dijo:
   —Su papá se va a ir para el Infierno.
   —¿Por qué? —le pregunté yo.
   —Porque no va a misa.
   —¿Y yo?
   —Usted va a irse para el Cielo, porque reza todas las noches conmigo.
   Por las noches, mientras ella se cambiaba detrás del biombo de los unicornios, rezábamos padrenuestros y avemarías. Al final, antes de dormirnos, rezábamos el credo: «Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, de todo lo visible y lo invisible...». Ella se quitaba el hábito detrás del biombo para que no le viéramos el pelo; nos había advertido que verle el pelo a una monja era pecado mortal. Yo, que entiendo las cosas bien, pero despacio, había estado imaginándome todo el día en el Cielo sin mi papá (me asomaba desde una ventana del Paraíso y lo veía a él allá abajo, pidiendo auxilio mientras se quemaba en las llamas del Infierno), y esa noche, cuando ella empezó a entonar las oraciones detrás del biombo de los unicornios, le dije:
   —No voy a volver a rezar.
   —¿Ah, no? —me retó ella.
   —No. Yo ya no me quiero ir para el Cielo. A mí no me gusta el Cielo sin mi papá. Prefiero irme para el Infierno con él.
   La hermanita Josefa asomó la cabeza (fue la única vez que la vimos sin velo, es decir, la única vez que cometimos el pecado de verle sus mechas sin encanto) y gritó: «¡Chito!». Después se dio la bendición.
   Yo quería a mi papá con un amor que nunca volví a sentir hasta que nacieron mis hijos. Cuando los tuve a ellos lo reconocí, porque es un amor igual en intensidad, aunque distinto, y en cierto sentido opuesto. Yo sentía que a mí nada me podía pasar si estaba con mi papá. Y siento que a mis hijos no les puede pasar nada si están conmigo. Es decir, yo sé que antes me haría matar, sin dudarlo un instante, por defender a mis hijos. Y sé que mi papá se habría hecho matar sin dudarlo un instante por defenderme a mí. La idea más insoportable de mi infancia era imaginar que mi papá se pudiera morir, y por eso yo había resuelto tirarme al río Medellín si él llegaba a morirse. Y también sé que hay algo que sería mucho peor que mi muerte: la muerte de un hijo mío. Todo esto es una cosa muy primitiva, ancestral, que se siente en lo más hondo de la conciencia, en un sitio anterior al pensamiento. Es algo que no se piensa, sino que sencillamente es así, sin atenuantes, pues uno no lo sabe con la cabeza sino con las tripas.
   Yo amaba a mi papá con un amor animal. Me gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor, sobre la cama, cuando se iba de viaje, y yo les rogaba a las muchachas y a mi mamá que no cambiaran las sábanas ni la funda de la almohada. Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo. Cuando me daba miedo, por la noche, me pasaba para su cama y siempre me abría un campo a su lado para que yo me acostara. Nunca dijo que no. Mi mamá protestaba, decía que me estaba malcriando, pero mi papá se corría hasta el borde del colchón y me dejaba quedar. Yo sentía por mi papá lo mismo que mis amigos decían que sentían por la mamá. Yo olía a mi papá, le ponía un brazo encima, me metía el dedo pulgar en la boca, y me dormía profundo hasta que el ruido de los cascos de los caballos y las campanadas del carro de la leche anunciaban el amanecer.