xoves, 30 de outubro de 2014

PRIMEIRA REUNIÓN DO CLUBE DE LECTURA ADULTOS AGUIAR: El olvido que seremos


HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, El olvido que seremos, Booket, Barcelona, 2011, 420 páxinas.

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Comezamos esta segunda edición coa reunión inicial dos membros de Clube de Lectura Adultos Aguiar.

Esta vez, despois da benvida aos novos participantes, acordamos as datas das próximas citas: o luns 17 de novembro verémonos de novo na nosa Casa de Acollida, a Libraría Biblos, á que temos que agradecer o mimo e a cordialidade coa que nos agasallan.
A primeira lectura xa estaba escollida: El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince.
A ninguén se lle ocorriu obxetar despois da lectura que fixo Óscar do texto que aquí deixamos, recordando que o noso é un Clube Aberto, no que sempre haberá un oco para que o queira encher. Porque o sentido da existencia desta actividade segue a ser tender pontes que axuden a construir ese proxecto que nos implica en paridade: a educación dos rapaces e rapaces, que estando agora nas aulas do Aguiar, pronto serán os individuos que rexerán o mundo: un mundo que precisa unha nova ollada (con)vencida pola sensibilidade. 


   Mi papá siempre pensó, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo. En un cuaderno de apuntes (que yo recogí después de su muerte bajo el título de Manual de tolerancia) escribió lo siguiente: «Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad». Es posible que nadie, ni los padres, puedan hacer completamente felices a sus hijos. Lo que sí es cierto y seguro es que los pueden hacer muy infelices. Él nunca nos golpeó, ni siquiera levemente, a ninguno de nosotros, y era lo que en Medellín se dice un alcahueta, es decir, un permisivo. Si por algo lo puedo criticar es por haberme manifestado y demostrado un amor excesivo, aunque no sé si existe el exceso en el amor. Tal vez sí, pues incluso hay amores enfermizos, y en mi casa siempre se ha repetido en son de chiste una de las primeras frases que yo dije en mi vida, todavía con media lengua:
   —Papi: ¡no me adores tanto!
   Cuando, muchos años más tarde, leí la Carta al padre de Kafka, yo pensé que podría escribir esa misma carta, pero al revés, con puros antónimos y situaciones opuestas. Yo no le tenía miedo a mi papá, sino confianza; él no era déspota, sino tolerante conmigo; no me hacía sentir débil, sino fuerte; no me creía tonto, sino brillante. Sin haber leído un cuento ni mucho menos un libro mío, como él sabía mi secreto, a todo el mundo le decía que yo era escritor, aunque me daba rabia de que diera por hecho lo que era solo un sueño. ¿Cuántas personas podrán decir que tuvieron el padre que quisieran tener si volvieran a nacer? Yo lo podría decir.
   Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido alguien mucho menos feliz.

Héctor Abad Faciolince

mércores, 29 de outubro de 2014

LAS INVIERNAS, Cristina Sánchez-Andrade

CRISTINA SÁNCHEZ-ANDRADE, Las Inviernas, Anagrama, Barcelona, 2014, 248 páxinas.

[NC SAN inv]

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Deixamos as dúas primeiras secuencias para amosar unha pequena parte desta misteriosa historia ambientada na Galicia dos anos 60, da que esperamos volver a falar.
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1
   Pasaron una mañana como el susurro de un avispón, más rápidas que un instante.
   Ellas.
   Las Inviernas.
   Los hombres doblados sobre la tierra se enderezaron para observar. Las mujeres detuvieron las escobas. Los niños dejaron de jugar: dos mujeres con grandes huesos cansados, como irritados de la vida, atravesaban la plaza del pueblo.
   Dos mujeres seguidas de cuatro ovejas y una vaca de andar balanceado que tiraba de un carromato cargado de bártulos.
   Al final de un carreiro que zigzagueaba entre nabizales, seguía estando la vieja casa del abuelo –también su casa–, ahora cubierta por las ramas de una higuera.
   Murciélagos y búhos se estrellaban haciendo círculos. La hiedra había invadido la casa, y la chimenea, abultada por el follaje, adquiría las proporciones y la apariencia de una torre ruinosa. La casa tenía una huerta con un limonero y matorrales que albergaban mariposas y crujidos; al fondo corría un río con truchas finas y sabrosas.
   Más allá del río nacía la fraga con frondosos árboles. Una vegetación apretada y tupida que se entretejía desde el suelo hasta las copas de los árboles, ceñida por huertos y minúsculos prados de labor.
   Llovía, y se metieron dentro.
   Ellas y las bestias.
   Barrieron el suelo. Arrancaron las telarañas. Colocaron los bártulos que traían. Hicieron una sopa. Menguó la luz y aumentó el frío.
   Un olor doméstico y familiar las envolvió; les recordó la dulzura de ciertos días de verano, las comidas en la huerta y la infancia perdida. Pero el olor también les habló de la guerra, de la humedad y de la risa. Ratones. Rabia.
   Una se sentó junto a la otra y le dijo:
   –Estaremos bien.
   La otra contestó:
   –Sí.
   Y pasaron el rato sorbiendo la sopa, enfrascadas en aquella conversación.
   –Estaremos bien.
   No era temor. Acaso una sospecha, una rara intuición.
   –Estaremos.

2
   Fuera de Tierra de Chá, habían llegado a acomodarse a otros climas y costumbres, pero nunca habían dejado de soñar con la casa y la higuera, con los verdes prados bajo la lluvia.
   Salvo por la higuera, que había crecido torcida y desparramada sobre el tejado, la casa seguía tal y como la habían dejado antes de huir casi treinta años atrás.
   Ahora, sentadas a la mesa de la casa, lo miraban todo con los ojos llenos de lágrimas, mientras se iba enfriando la sopa.
   Y recordaban.
   Entrando, a la izquierda, después del zaguán muy fresco en donde siempre había perros adormilados, estaba la cocina que daba a la huerta, de extraordinaria floración en primavera, con perales y manzanos, un limonero, buganvillas cuyo aroma delicioso llenaba las estancias, hortensias, un palomar sin palomas, la palleira y las eras.
   Cuando caían las peras, se sentía el pelotazo desde el fondo de la casa y las gallinas corrían despavoridas.
   No había agua corriente en la casa ni cuarto de baño. Como retrete se servían de unos agujeros que daban al establo, cubierto de ramas de tojo para camuflar el olor.
   También estaba el sobrado. En el sobrado se guardaban las máquinas de coser, los carretes de hilo, velas, baúles, libros, papeles, ropa de cama y patatas con gruesos brotes malvas.
   En el sobrado lloraban los niños y había capones muertos, paraguas con las varillas rotas, telarañas y murciélagos.
   Eso lo recordaban muy bien.
   Eso, y que las bestias y las personas convivían allí dentro, en la casa. Un amable contubernio, un efluvio enloquecedor y violento cuyo objetivo final era que estuviera más caliente. El establo estaba muy próximo a la cocina, justo debajo de las habitaciones.
   Cuando caía la noche, los mugidos y los hombres subían por la escalera.
   Alumbrada por la claridad del fuego que lucía en el hogar, la cocina de aquella casa había sido siempre el lugar de reunión de las gentes de Tierra de Chá.
   Mientras se deshojaba el maíz, se asaban las castañas o se calcetaban jerséis, se contaban historias insólitas: una loba que entraba en la aldea para llevarse a los recién nacidos; una serpiente que mamaba dulcemente de las ubres de una vaca, o
fabulosas historias
   Fuera de Tierra de Chá, habían llegado a acomodarse a otros climas y costumbres, pero nunca habían dejado de soñar con la casa y la higuera, con los verdes prados bajo la lluvia.
   Salvo por la higuera, que había crecido torcida y desparramada sobre el tejado, la casa seguía tal y como la habían dejado antes de huir casi treinta años atrás.
   Ahora, sentadas a la mesa de la casa, lo miraban todo con los ojos llenos de lágrimas, mientras se iba enfriando la sopa.
   Y recordaban.
   Entrando, a la izquierda, después del zaguán muy fresco en donde siempre había perros adormilados, estaba la cocina que daba a la huerta, de extraordinaria floración en primavera, con perales y manzanos, un limonero, buganvillas cuyo aroma delicioso llenaba las estancias, hortensias, un palomar sin palomas, la palleira y las eras.
   Cuando caían las peras, se sentía el pelotazo desde el fondo de la casa y las gallinas corrían despavoridas.
   No había agua corriente en la casa ni cuarto de baño. Como retrete se servían de unos agujeros que daban al establo, cubierto de ramas de tojo para camuflar el olor.
   También estaba el sobrado. En el sobrado se guardaban las máquinas de coser, los carretes de hilo, velas, baúles, libros, papeles, ropa de cama y patatas con gruesos brotes malvas.
   En el sobrado lloraban los niños y había capones muertos, paraguas con las varillas rotas, telarañas y murciélagos.
   Eso lo recordaban muy bien.
   Eso, y que las bestias y las personas convivían allí dentro, en la casa. Un amable contubernio, un efluvio enloquecedor y violento cuyo objetivo final era que estuviera más caliente. El establo estaba muy próximo a la cocina, justo debajo de las habitaciones.
   Cuando caía la noche, los mugidos y los hombres subían por la escalera.
   Alumbrada por la claridad del fuego que lucía en el hogar, la cocina de aquella casa había
de unas burras cargadas de alforjas repletas de monedas de oro... (¿te acuerdas?, ¡bien me acuerdo, mujer!).
   En la lareira también se hablaba de Cuba. Mucha gente de la aldea había emigrado allí, sobre todo para no tener que ir de quintos a la guerra de Marruecos, y en Cuba había dinero colgando de los árboles, monedas de oro y collares de perlas en lugar de peras o manzanas. En Cuba se comía estofado de loro y colibríes rellenos, y las mujeres andaban en cueros por las calles.
   En la cabecera de la lareira solía sentarse don Reinaldo, el abuelo de las Inviernas, uno de los hombres más sabios e influyentes de la aldea, siempre vestido de pana, con espesas barbas teñidas por el tabaco y ojos azules del color del mar. En las noches de invierno insistía en que en la aldea siempre había habido mucho loco. Luego hacía el cuento de aquel que regresó de no sé dónde y decía ser una gallina. Tan trastornado estaba que hasta ponía huevos; la familia le seguía la corriente por no quedarse sin ellos.
   Entre las dos Inviernas, que por entonces eran niñas, se sentaba don Manuel, el cura. Bajo, gordo. El cura de Tierra de Chá era un glotón. Andaba siempre con un pie en la misa y otro en la mesa. Era terminar el sermón y ya estaba en la calle. A grandes trancos, arremangándose la sotana para preservarla del estiércol, cruzaba la plaza para ir a almorzar. Mientras la criada le ataba la servilleta al cuello y le servía, emitía gorjeos de alegría. La boca se le hacía agua al ver lo que tenía delante: un buen caldo, con sus correspondientes grelos, cachelos y tocino, chorizo y costillas, luego un par de chuletones o unos huevos fritos con la grasa de cerdo, una bolla de pan y medio litro de vino del país. Y de postre un arroz con leche hecho con mantequilla que le dejaba en el paladar el rastro pegajoso de los besos de su madre. Y que no faltara la copa y el café.
   Nadie quería sentarse junto a él porque desprendía cierto olor. No era olor a establo, ni a sudor, ni siquiera a la grasa de la comida: el cura olía a ropa guardada y a cura. Era un olor de color castaño, en todo caso un olor que tenía que ver con las beatas y con la coliflor cocida.
   Enfrente se sentaba el señor Tiernoamor, de oficio mecánico dentista, y también tío Rosendo, el maestro de ferrado, y un poco más allá, junto a... ¿cómo se llamaba?, preguntó una Invierna, no me acuerdo, contestó la otra, bueno, ése, el criador de capones, y las mujeres, unas u otras, muchas, dependiendo del día. Tristán. El criador de capones se llamaba Tristán.
   La que no faltaba nunca allí era la viuda de Meis; muslo ancho y pantorrilla escurrida, la sombra de un bigote en el labio superior, como casi todas las mujeres de Tierra de Chá. Le lanzaba miradas seductoras a tío Rosendo, situado en la otra punta, y él correspondía quitándose la gorra y suspirando.
   También se sentaba en la lareira la criada de don Reinaldo, de nombre Esperanza, y su hijo Ramonciño.
   Ahora recordaban eso, sí; a Ramonciño, de cabeza grande pero de orejas diminutas como cerezas, le gustaba mamar al amor de la lareira, en ese ambiente recogido y tibio por donde siempre flotaba un agradable olorcillo a chorizo y al humo de la raíz del tojo. Después de la siesta (¿te acuerdas?, ¡cómo no me voy a acordar!), corría a un rincón a buscar su taburete y se ovillaba cerca de las mujeres para oír los cuentos.

martes, 28 de outubro de 2014

CLUBES DE LECTURA 2014 / 2015


CLUBES DE LECTURA 2014 / 2015

   Non é certo que os libros non deixen ver. Ler, di Fernando Pessoa, é soñar da man doutro. É por iso que comezamos esta semana a entrega dos libros para preparar a próxima reunión dos Clubes de Lectura. E, felices, podemos dicir que esta ano somos moitos máis: 256 participantes.
   Ese pode ser o camiño para converternos en mellores lectores.

  • PRIMEIRO DA ESO (ÁLBUM ILUSTRADO). [19 alumnos / 2 grupos]
    SHAUN TAM, La cosa perdida, Bárbara Fiore.
    GREGIE DE MAEYER & KOEN VANMECHELEN, Juul, Lóguez.
    BERTA DÁVILA & INMA DOVAL, A fuxida, Biblos.
    PAULA CARBALLEIRA & SONJA DANOWSKI, O principio, Kalandraka.

  • SEGUNDO DA ESO.  [60 / 5 grupos]
     JOSÉ MARÍA PLAZA, Me gustan y asustan tus ojos de gata, Planeta.
     MARCOS CALVEIRO, Todos somos, Xerais.
     J. SANTAMARÍA & P. ALONSO, Antoloxía do relato policial, Vicens Vives.
     JACK LONDON, A chamada da selva, Xerais.
     ROBERTO SANTIAGO & JESÚS OLMO, Prohibido tener catorce años, Edebé.
    
  • TERCEIRO DA ESO. [45 alumnos / 4 grupos]
     JOHN GREEN, Bajo la misma estrella, Nube de tinta.
     ALFREDO GÓMEZ CERDÁ, El rostro de la sombra, SM.
     ANDREA MECEIRAS, Nubes de evolución, Xerais.
     MARK HADDON, O curioso incidente do can á media noite, Rinoceronte.
  • CUARTO DA ESO.   [19 alumnos / 2 grupos]
     ART SPIEGELMAN, Maus, Reservoir Books.
     ARTURO PÉREZ REVERTE, La sombra del águila, Punto de Lectura.
     ROSA ANEIROS, Ás de bolboreta, Xerais.
 
  • PRIMEIRO DE BACHARELATO.   [42 alumnos / 3 grupos]
     SANDRA CISNEROS, A casa en Mango Street, Rinoceronte.
     MAGGIE O'FARRELL, A desaparición de Esme Lennox, Galaxia.
     MAITE CARRANZA, Palabras envelenadas, Rodeira.
    
  • SEGUNDO DE BACHARELATO.   [70 alumnos / 3 grupos]
     Lecturas presenciais de:
  1. curtametraxes, 
  2. pintadas, 
  3. poesía visual, 
  4. poesía escrita,  
  5. microrrelatos, 
  6. haikus, 
  7. greguerías, 
  8. aforismos...
  • CLUBE ADULTOS AGUIAR.   [20 lectores / 1 grupo]
     HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, El olvido que seremos, Seix Barral.
     CRISTINA SÁNCHEZ-ANDRADE, Las inviernas, Anagrama.

Un libro vale polo número e a novidade dos problemas que crea, anima ou reanima.

Paul Valéry


Ilustración: Ekaterina Panikanova


Ilustración da portada: Quint Buchholz

QUINT BUCHHOLTZ, En el país de los libros, Nórdica, Madrid, 2014.

luns, 27 de outubro de 2014

HORA DE LER

4ª SEMANA [4ª SESIÓN]

Nestas datas que anteceden o día de defuntos, ben podemos pensar que somos nós os que camiñamos por enriba do libro que a Morte le. 
Desacralizar a morte, desmontala con serenidade das súas maiúsculas ben pode ensinar a vivir a Vida. 
Son os medos moi necesarios para encarar os perigos. Mal administrados, eses medos poden ser un atranco para deixarnos vivir a vida.   
De todo iso (e de moito máis) falan Encol da morte do Bieito, un relato de Rafael Dieste, e este conto transilvano adaptado por Ana Cristina Herreros.

Deixamos a curtametraxe sobre o relato de Dieste (que fixera Xudit Casas), para os que pensan que convén ver tamén a película.


venres, 24 de outubro de 2014

DÍA INTERNACIONAL DAS BIBLIOTECAS

A estas horas aínda algunha biblioteca andará a celebrar o seu día. 
O Equipo da Biblioteca Sebastián Buedo Jiménez foi quen de encher a sá de frenéticos usuarios que tiñan moito interese en atopar certos exemplares nos que se agochaba máis de un tesouro.
Para os máis afortunados foi o día do Plan de Formación de Usuarios Hiperglucémicos.

DÍA DA BIBLIOTECA 2014


PREGÓN HOMENAJE A ANA MARIA MATUTE

   —¡Ana María, despierta!
   El príncipe se quedó contemplándola. Era guapa, el pelo negro, los ojos grandes, la boca carnosa. Luego la sacudió suavemente, por un hombro.
   Insistió: —Vamos, mujer, que ya es hora.
   Ana María, solo después de un rato, empezó a moverse. Primero movió un dedo, luego una ceja, luego entreabrió un ojo.
    —¿Y tú… quién… eres? –preguntó, no sin gran esfuerzo.
   —¡Soy el Príncipe Azul!
   —¿El qué?
   —El príncipe… ¿No te acuerdas? Tenemos que amarnos.
   —¿Es obligatorio?
   —Claro, lo manda la tradición.
   —¡Pues entonces vete a hacer gárgaras!
   Ana María se giró hacia un lado y volvió a dormirse. El príncipe quedó sumamente desconcertado. Se incorporó del filo del lecho y se puso a pasear la estancia.Vio las telarañas del tiempo colgando de los pesados cortinajes, vio a un par de alabarderos durmiendo de pie, la nariz del uno apoyada en la nariz del otro. Vio, o mejor dicho, escucuchó la estridente sinfonía de ronquidos que le llegaban de todas partes de aquel palacio encantado; ronquidos atronadores de guardianes forzudos, ronquidos silbantes de cocineros exquisitos, ronquidos trascendentes de capellanes gordinflones, ronquidos, ronquidos… Como que tuvo que taparse las orejas para no ser víctima de aquel terremoto sónico… y entonces se dio cuenta: ¡el fuego de la chimenea también dormía! Se acercó, aproximó una mano a aquellas llamas petrificadas y quedó ensimismado… Luego de un tiempo incontable, levantó la vista y vio sobre la repisa una hilera de libros. Eran libros de cuentos, los únicos objetos de aquel lugar que no habían acumulado polvo ni telarañas. Con un temblique en el dedo índice de la mano derecha, impropio de todo un príncipe, fue recorriendo los títulos:  Cuentos de antaño, de Charles Perrault, Cuentos de los hermanos Grimm, Cuentos de H. C. Andersen, Cuentos de Ana María Matute... Al leer este último, el corazón empezó a repicarle. Sacó el libro y lo abrió. Al azar fue leyendo: “Todos nos acostamos con el lobo, pero lo que no podemos hacer es confundirlo con la abuelita.” “La infancia es más larga que la vida”. “El que no ama está muerto”.
   Justo al acabar esta frase, cesaron los ronquidos y el fuego de la chimenea cobró repentina vitalidad. El príncipe se apartó.
   —Eso, ahora ponte a curiosear en mis cosas —oyó a sus espaldas.
   Levantó un poco más la vista y vio, en el espejo de la chimenea, cómo se incorporaba en su magnífico lecho una dama todavía más magnífica. Casi cien años de edad, el pelo totalmente blanco y la sonrisa totalmente pura.
   —¿Se puede saber qué día es hoy?
   —¿Hoy? —El príncipe no tenía ni la menor idea.
   —¡Me acabo de acordar!— Exclamó ella—. ¡Es 24 de octubre, día de la Biblioteca! ¡No te quedes ahí pasmao, que los niños nos están esperando! ¡Vamos, Príncipe Azul, mueve el culo!

Antonio Rodríguez Almodóvar

xoves, 23 de outubro de 2014

OS NENOS TONTOS, Ana María Matute

ANA MARÍA MATUTE, Os nenos tontos, Editorial?, Cidade?, 2015?.

[NUG MAT nen]

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Biblos, Bubulú, El Patito Editorial, Galaxia, Kalandraka, OQO, Rinoceronte, Xerais...
Nós non temos moita idea de dereitos editoriais. Tampoco temos feitos os estudos de mercado que din que determinan como ten que andar a nosa cultura.
Simplemente, botamos en falta unha tradución desta obra seminal no ámbito das microformas, pois tería moitos lectores infantís e moitísimos lectores adultos.  
Publicado en 1956, está considerado un dos primeiros libros adicado íntegramente ao microrrelato.
Deixamos traducidos ao galego estes catro microrrelatos dos que disfrutarán os nosos lectores.
A nosa ousadía terá castigo?

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O OUTRO PÍCARO


   Aquel neno era un neno distinto. Non se metía no río, ata a cintura, nin buscaba niños, nin roubaba a froita do home rico e feo. Era un neno que non amaba nin martirizaba os cans, nin os levaba de caza cun fusil de madeira. Era un neno distinto, que non perdía o cinto, nin rompía os zapatos, nin levaba cicatrices nos xeonllos, nin manchaba os dedos de tinta morada. Era outro neno, sen soños de cabalos, sen medo da noite, sen curiosidade, sen preguntas. Era outro neno, outro, que ninguén viu nunca, que apareceu na escola da señorita Leocadia, sentado no último pupitre, co seu xibonciño de veludo malva, bordado en prata. Un neno que todo o o miraba con outra mirada, que non dicía nada porque todo o tiña dito. E cando a señorita Leocadia lle viulle os dous dedos da man dereita unidos, sen poderse despegar, caeu de xeonllos, chorando, e dixo: «¡Ai de min, ai de min! O neno do altar estaba triste e veu á miña escola!»

***

O CARRUSEL


   O neno que non tiña un cadelo espreitaba  pola feira coas mans nos petos, buscando polo chan. O neno que non tiña un cadelo  non quería mirar ao tiro ao branco, nin á nora, nin, sobre todo, ao carrusel  dos cabalos amarelos, encarnados e verdes, ensartados en barras de ouro. O neno que non tiña un cadelo, cando miraba de esguello, dicía: “Iso é unha tontería que non leva a ningunha parte. Só dá voltas e voltas e non leva a ningunha parte”. Un día de chuvia, o neno atopou no chan
 unha chapa redonda de folla de lata; a mellor chapa da mellor botella de cervexa que vise nunca. A chapa brillaba tanto que o neno colleuna e foi correndo ao carrusel, para comprar todas as voltas. E aínda que chovía e o carrusel estaba tapado coa lona, en silencio e quedo, subiu nun cabalo de ouro que tiña grandes ás. E o carrusel empezou a dar voltas, voltas, e a música púxose a dar gritos entre a xente, como el non viu nunca. Pero aquel carrusel era tan grande, tan grande, que nunca terminaba a súa volta, e os rostros da feira, e os toldiños, e a chuvia, afastáronse del. “Que fermoso é non ir a ningunha parte”, pensou o neno, que nunca estivo tan alegre. Cando o sol secou a terra mollada, e o home levantou a lona, todo o mundo fuxiu, berrando. E ningún neno quixo volver montar naquel carrusel.

***
O INCENDIO


   O neno colleu os lapis cor laranxa, o lapis da cor amarela, e aquel por unha punta azul e a outra vermello. Foi  con eles á esquina, e estendeuse no chan. A esquina era branca, ás veces a metade negra, a metade verde. Era a esquina da casa, e todos os sábados a caleaban. O neno tiña os ollos irritados de tanto branco, de tanto sol cortando a súa mirada con fíos  de coitelo. Os lapis do neno eran laranxa, vermello, amarelo e azul. O neno prendeu lume á esquina coas súas cores. Os seus lapis —sobre todo aquel de cor amarela, tan longo—  prendéronse dos postigos e as contraventás verdes, e todo renxía, brillaba, trenzábase. Esfarelouse sobre a súa cabeza, nunha fermosa choiva de cinza, que o abrasou.

***
O ESCAPARATE DA PASTELERÍA


   O neno pequeno, dos pés descalzos e sucios, soñaba todas as noites que entraba dentro do escaparate. Tralo cristal había tortas de mazá, guindas vermellas e salsa de caramelo, que brillaba. Aquel neno pequeno ía sempre seguido dun can descolorido, delgado. Un can de perfil.
   Unha noite, o neno levantouse con ollos estrañamente abertos. Os ollos daquel neno estaban vernizados de almíbar, e a súa boca tiña dentiños  agudos, ansiosos.
   Chegou ao escaparate e apoiou a fronte no cristal, que estaba frío. Sentiu gran desolación nas palmas das mans. Todo estaba apagado, e nada vía. Pero aquel neno somnámbulo volveu á súa choza coas redondas pupilas, da cor do mel e azucre tostado, moi abertas.
   O sol chegou, grande, e o neno viuno entrar. Non podía pechar os ollos e suspiraba. Naquel momento unha señora caritativa asomou a cabeza pola porta. Traía un cazolo cheo de garavanzos que lle sobraron.
   —Eu non teño fame. —Eu non teño fame —dixo o neno. E a señora caritativa, escandalizada, foi contalo a todo o mundo. “Eu non teño fame”, repetiu o neno, interminablemente.
   O fraco cadelo marchou de alí, co corazón oprimido. Volveu, traendo na boca un anaco de xeada, que brillaba ao sol como un gran caramelo. O neno chupouno durante toda a mañá, sen que se fundisen na súa boca fría, con toda a nostalxia.

mércores, 22 de outubro de 2014

EL ÁRBOL DE OSO Y OTROS RELATOS, Ana María Matute

ANA MARÍA MATUTE, El árbol de oro y otros relatos, Bruño, Madrid, 1991, 158 páxinas.

[NC MAT arb]

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Nesta antoloxía que abre un estudo do editor, Julián Moreiro, atopamos algúns microrrelatos do seu seminal libro, Los niños tontos.
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EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO

   Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre:
   -El amigo se murió.
   -Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar.
   El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. «Él volverá», pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar.
   -Entra, niño, que llega el frío -dijo la madre.
   Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: «Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada». Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: «Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido». Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.

martes, 21 de outubro de 2014

LOS NIÑOS TONTOS, Ana María Matute


ANA MARÍA MATUTE, Los niños tontos, Media vaca, Valencia, 2000 (1956).  Ilustraciones de Javier Olivares.

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No ano 1956 Ana María Matute publica os vinte e un relatos que compoñen Los niños tontos, en dúas edicións: a da editorial Arión, en Madrid e a de Destino en Barcelona. A edición de Media Vaca engade a modo de apéndices dous textos: "Como comencé a escribir" (pp. 103-106) da autora; e "Cosas que recuerdo" (pp. 107-109), texto do ilustrador, Javier Olivares, quen elixe o añil e o negro como cores dominantes das súas ilustracións. 
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EL HIJO DE LA LAVANDERA

   Al hijo de la lavandera le tiraban piedras los niños del administrador porque iba siempre cargado con un balde lleno de ropa, detrás de la gorda que era su madre, camino de los lavaderos. Los niños del administrador silbaban cuando pasaba, y se reían mucho viendo sus piernas, que parecían dos estaquitas secas, de esas que se parten con el calor, dando un chasquido. Al niño de la lavandera daban ganas de abrirle la cabeza pelada, como un melón-cepillo, a pedradas; la cabeza alargada y gris, con costurones, la cabeza idiota, que daba tanta rabia. Al niño de la lavandera un día lo bañó su madre en el barreño, y le puso jabón en la cabeza rapada, cabeza-sandía, cabeza-pedrusco, cabeza-cabezón-cabezota, que había que partírsela de una vez. Y la gorda le dio un beso en la monda lironda cabezorra, y allí donde el beso, a pedrada limpia le sacaron sangre los hijos del administrador, esperándole escondidos, detrás de las zarzamoras florecidas.

luns, 20 de outubro de 2014

HORA DE LER



3ª SEMANA [3ª SESIÓN] 

  No caixón das suxesitóns de lectura para esta semana deixamos un microrrelato de Sandra Cisneros, (aínda que hoxe no oportuna tradución ao galego para Rinoceronte de Alicia Menéndez Sousa), e unha historia atopada na novela do exitoso Jonas Jonasson.

venres, 17 de outubro de 2014

UNA MANADA DE ÑUS, Juan Bonilla

JUAN BONILLA, Una manada de ñus, Pre-Textos, Valencia, 2014, 264 páxinas.

[NC BON man]

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Onte se reuniron no Instituto, como cada tarde dos xoves, os rapaces e rapazas que, dirixidos por Óscar García Ramos, aprenden a mellorar as estratexias do xadrez. Había una manera é un magnífico conto de Juan Bonilla, quen, partindo dos efectos secundarios derivados dun torneo simultáneo de xadrez, imparte una lección sobre ética: porque na vida cotidiá deberíamos evitar movementos de xaque mate.    
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HABÍA UNA MANERA

   Le dijo claramente: Mal hecho, chico, había una manera.Lo sé porque yo estaba en la mesa de al lado. Se nos había dejado claro que por pronto que perdiéramos no nos moviéramos de nuestro sitio hasta que se diese por terminada la simultánea, era una exigencia de Bobby Fischer, no soportaba que los jugadores a los que derrotaba se pusieran en pie y fueran siguiéndole para examinar sus movimientos en los demás tableros.
   De los cincuenta jugadores a los que se enfrentó, una treintena éramos amateurs con algún trofeo en casa (un casino,una Casa del Pueblo, el campeonato del instituto), quince semiprofesionales y cinco profesionales. En media hora sólo quedaban siete jugadores. Fischer iba de un tablero a otro como si estuviese a punto de perder el avión a alguna parte o supiese que si no acababa en menos de una hora con los cincuenta jugadores, el planeta sería invadido por alienígenas carnívoros. Echaba un vistazo rápido a la situación, movía una pieza, paraba el reloj y al tablero siguiente. A los cincuenta minutos de iniciada la simultánea ya sólo quedaban dos jugadores, uno de los profesionales, que se resistía a dar por perdida una partida que estaba más que perdida y sólo podía alargar sacrificando cada una de sus piezas(supongo que quería ser el último en caer, aunque la derrota fuera tan humillante, él sólo con su rey y Fischer con más dela mitad de sus piezas) y el chaval que estaba a mi derecha. [...]

xoves, 16 de outubro de 2014

REO, Xesús Fraga

XESÚS FRAGA, Reo, Galaxia, Vigo, 2014, 144 páxinas.

[ NG FRA reo]

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Non hai erro: non andamos a repetir a entrada coa que comezara este curso. Reo volve a Alto Risco porque onte foi a presentación oficial da novela en Casa Castillo, e alí fomos a disfrutar da presentación do Editor de Xerais Francisco Castro e da sabedoría en arte contemporánea do noso compañeiro Xosé Luis Mosquera Camba.
Mentras eles alumeaban ao auditorio coas súas atinadas observacións, outro escritor compartía con todos nós o prodixio de plasmar nunha das paredes unha peza que ía facendo con total concentración.

 
Todo o mundo repartía os seus ollos entre o seu traballo e o banco no que estaban a falar Castro, Mosquera e, finalmente, Xesús Fraga, que sinalou a singularidade de Betanzos, como unha pequena vila na que aínda se mantén a práctica desta xa tradición artística da que se sinte un dos pioneiros nos oitenta. 
 
Temos que alegrarnos polo feliz atrevimento dunha das alumnas do Aguiar, que, falando no nome de todos os compañeiros de de 2º de ESO, pediu a Xesús Fraga que acudira ao Instituto a falar da súa novela. Compromiso pechado!



Por certo: as cursivas na palabra escritor as poñemos para aquel que aínda non coñeza a xerga dos grafiteiros. Nós, despois do de onte, xa levamos moito sabido.
Eso sí, repetimos, por si alguén aínda anda nas berzas:
Reo obtivo o derradeiro Premio Raíña Lupa de Literatura Infantil e xuvenil.


mércores, 15 de outubro de 2014

LA PIEL EXTENSA. ANTOLOGÍA, Pablo Neruda


PABLO NERUDA, La piel extensa, Edelvives, Zaragoza, 213, 136 páxinas.

[PUC NER pie]

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Da magnífica colección Adarga engadimos aos nosos fondos esta antoloxía de poemas de Neruda ilustrados por Adolfo Serra.
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EL OLVIDO

Cómo te llamas, me preguntó aquel árbol,
y cuáles son tus hojas?
La torre preguntó:
qué altura tienes?

Me recosté en la tierra
y nada preguntó, nada me dijo:
todo lo sabe porque está esperando
y aprendió todo de los que esperaban:
ya sabe tanto que es como el olvido,
eso es, no tiene término,
no hay fin, no hay
fin, no hay punto en el olvido.

martes, 14 de outubro de 2014

EMOCIONARIO. DI LO QUIE SIENTES, Cristina Núñez Pereira & Rafael R. Valcárcel

CRISTINA NÚÑEZ PEREIRA & RAFAEL R. VALCÁRCEL, Emocionario, Palabras Aladas, Madrid, 2013, 92 páxinas.

[AI NUN emo]

   Despois do éxito obtido no curso anterior, este ano queremos dar un paso adiante na acción educativa dos CLUBES DE LECTURA. Por iso, ademáis de manter as modalidades habituais, queremos dar continuidade aos nosos queridos cómicos [Clube de Teatro Máis de cen ás para voar], e incluir tres novas ofertas: o Clube de Lectura Inter-Aguiar, o Clube de Lectura de Poesía e microformas literarias e o Clube de Lectura de Álbum Ilustrado.
 
   O Clube de Lectura de Álbum Ilustrado estará enfocado prioritariamente aos alumnos do primeiro ciclo da ESO. Consideramos que o ensino público ten entre as súas obrigas, a de propiciar a compensación formativa dos alumnos que se ven privados das posibilidades doutros nenos e nenas de familias máis instruídas ou menos castigadas polas limitacións económicas. Tamén sabemos que os artistas que cultivan o Álbum Ilustrado practican unha disciplina artística profundamente trasversal: moitos álbums ilustrados poden ser lidos por lectores dun abano moi amplo de idades. Tamén temos en conta que pola forza visual das imaxes e a extensión dos textos, permiten ser lidos nun prazo de tempo máis curto; por iso, poden ser un fermoso cebo para captar o interese dos alumnos que, tendo menos hábitos lectores, merecen, por iso, unha atención máis sutil e persuasiva da nosa parte.
   Este fermoso diccionario das emocións será un dos Álbumes cos que tratemos de atraer ao noso alumnado a participar da comprensión do mundo exterior e o mundo propio, para que cada un saiba verbalizar as súas inquedanzas e reflexións, pois comprendendo o noso eu estamos máis preto de enterder aos outros.



luns, 13 de outubro de 2014

HORA DE LER



2ª SEMANA [2ª SESIÓN] 


As veces, tan agradable como ler é que nos lean, por exemplo, a historia de Suso (de Xosé Luis Méndez Ferrín) ou a que conta Sandra Cisneros, onde é ben evidente que o sexismo, imposto pola publicidade, penetra no imaxinario colectivo con efectos nefastos, dos que convén fuxir co noso sentido crítico.

venres, 10 de outubro de 2014

EN EL CAFÉ DE LA JUVENTUD PERDIDA, Patrick Modiano

PATRICK MODIANO, En el café de la juventud perdida, Anagrama, Barcelona, 2008, 131 páxinas.

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Patrick Modiano gana o Nobel de Literatura e nós xa sentimos dentro de nós o latexo que nos leva a querer falar dunha das súas obras maestras. 
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   De las dos entradas del café, siempre prefería la más estrecha, la que llamaban la puerta de la sombra. Escogía la misma mesa, al fondo del local, que era pequeño. Al principio, no hablaba con nadie; luego ya conocía a los parroquianos de Le Condé, la mayoría de los cuales tenía nuestra edad, entre los diecinueve y los veinticinco años, diría yo. En ocasiones se sentaba en las mesas de ellos, pero, las más de las veces, seguía siendo adicta a su sitio, al fondo del todo.
   No llegaba a una hora fija. Podía vérsela ahí sentada por la mañana muy temprano. O se presentaba a eso de las doce de la noche y se quedaba hasta la hora de cerrar. Era el café que más tarde cerraba en el barrio, junto con Le Bouquet y La Pergola, y el que tenía una clientela más peculiar. Ahora que ha pasado el tiempo me pregunto si no era sólo su presencia la que hacía peculiares el local y a las personas que en él había, como si lo hubiera impregnado todo con su perfume.
   Vamos a suponer que llevan allí a alguien con los ojos vendados, lo sientan a una mesa, le quitan la venda y le preguntan: ¿En qué barrio de París estás? Bastaría con que mirase a los vecinos y escuchase lo que decían y es posible que lo adivinara: Por las inmediaciones de la glorieta de L'Odéon, que siempre me imagino igual de lúgubre bajo la lluvia.
   Entró un día en Le Condé un fotógrafo. Nada había en su aspecto que lo diferenciase de los parroquianos. La misma edad, el mismo atuendo desaliñado. Llevaba una chaqueta que le estaba larga, un pantalón de lienzo y zapatones del ejército. Hizo muchas fotos a los asiduos de Le Condé. Él también se volvió un asiduo y a los demás les parecía que le hacía fotos a la familia. Mucho más adelante se publicaron en un álbum dedicado a París, sin más pie que los nombres de los clientes o sus apodos. Y ella aparece en varias de esas fotos. Captaba la luz, como se dice en el cine, mejor que los demás. En ella es en la primera en quien nos fijamos, de entre todos los otros. En la parte de abajo de la página, en los pies de foto, se la menciona con el nombre de «Louki». «De izquierda a derecha: Zacharias, Louki, Tarzan, Jean-Michel, Fred y Ali Cherif...» «En primer plano, sentada en la barra: Louki. Detrás Annet, Don Carlos, Mireille, Adamov y el doctor Vala.» Está muy erguida, mientras que los demás tienen la guardia baja; el que se llama Fred, por ejemplo, se ha quedado dormido con la cabeza apoyada en el asiento de molesquín y se ve muy bien que lleva varios días sin afeitarse. Hay que dejar claro lo siguiente: el nombre de Louki se lo pusieron cuando empezó a ir asiduamente por Le Condé. Yo estaba allí una noche, cuando entró a eso de las doce y ya no quedaban más que Tarzan, Fred, Zacharias y Mireille, sentados a la misma mesa. Fue Tarzan quien exclamó: «Anda, aquí viene Louki...» Primero pareció asustada y, luego, sonrió. Zacharias se puso de pie y, con tono de fingida seriedad, dijo: «Esta noche te bautizo. A partir de ahora te llamarás Louki.» Y según iba pasando el rato y todos la llamaban Louki, creo que sentía alivio por tener ese nombre nuevo. Sí, alivio. Porque, desde luego, cuanto más lo pienso más vuelvo a mi primera impresión: se refugiaba aquí, en Le Condé, como si quisiera huir de algo, escapar de un peligro. Se me ocurrió cuando la vi sola, al fondo del todo, en aquel sitio en donde nadie podía fijarse en ella. Y cuando se mezclaba con los demás, tampoco llamaba la atención. Se quedaba en silencio y reservada y se limitaba a escuchar. Llegué incluso a decirme que, para mayor seguridad, prefería los grupos escandalosos, prefería a los «bocazas», porque, en caso contrario, no habría estado casi siempre sentada en la mesa de Zacharias, de Jean-Michel, de Fred y de la Houpa... Junto a ellos, el entorno se la tragaba, no era ya sino una comparsa anónima, de esas de las que dicen en los pies de foto: «Persona no identificada» o, más sencillamente, «X». Sí, en la primera época en Le Condé nunca la vi hablando a solas con alguien. Y además no había inconveniente en que alguno de los bocazas la llamase Louki cuando hablaba para todos puesto que en realidad no se llamaba así.
   No obstante, si te fijabas bien, notabas unos cuantos detalles que la diferenciaban de los demás. Se vestía con un primor poco usual en los parroquianos de Le Condé. Una noche, en la mesa de Tarzan, de Ali Cherif y de la Houpa, mientras encendía un cigarrillo me llamó la atención lo delicadas que tenía las manos. Y, sobre todo, le brillaban las uñas. Las llevaba pintadas con un barniz incoloro. Puede parecer un detalle fútil. Seamos, pues, más trascendentes. Para ello es menester dar unos cuantos detalles acerca de los parroquianos de Le Condé. Tenían, decíamos, entre diecinueve y veinticinco años, salvo algunos, como Babilée, Adamov o el doctor Vala, que se iban acercando poco a poco a los cincuenta, pero de cuya edad se olvidaba uno. Babilée, Adamov o el doctor Vala seguían siendo fieles a su juventud, a eso a lo que podríamos dar el hermoso nombre, melodioso y pasado de moda, de «bohemia». Busco en el diccionario «bohemio»: Persona que lleva una vida de vagabundeo, sin normas ni preocupación por el mañana. He aquí una definición que les iba muy bien a las asiduas y a los asiduos de Le Condé. Algunos de ellos, como Tarzan, Jean-Michel y Fred aseguraban que, desde la adolescencia, habían tenido que vérselas bastante más de una vez con la policía, y la Houpa se había fugado a los dieciséis años del correccional de Le Bon Pasteur. Pero estábamos en París y en la Rive Gauche, la orilla izquierda del Sena, y la mayoría de ellos vivían a la sombra de la literatura y de las artes. Yo, por mi parte, estaba estudiando. No me atrevía a decirlo y, en realidad, no me mezclaba en serio con aquel grupo.
   Me di cuenta claramente de que era diferente de los demás. ¿De dónde venía antes de que le pusieran aquel nombre? Los parroquianos de Le Condé solían tener un libro en las manos, que dejaban al desgaire encima de la mesa y cuya tapa estaba manchada de vino. Los cantos de Maldoror, Iluminaciones, Las barricadas misteriosas. Pero ella, al principio, siempre llegaba con las manos vacías. Y, luego, seguramente, debió de querer hacer lo mismo que los demás y un día, en Le Condé, la sorprendí sola y leyendo. Desde entonces, el libro ya no la dejó nunca. Lo colocaba bien a la vista encima de la mesa, cuando estaba con Adamov y los demás, como si aquel libro fuera el pasaporte o la tarjeta de residente que legitimaba su presencia junto a ellos. Pero nadie se fijaba, ni Adamov, ni Babilée, ni Tarzan, ni la Houpa. Era un libro de bolsillo con la tapa sucia, de esos que se compran en los puestos de lance de los muelles y cuyo título estaba impreso en grandes letras rojas: Horizontes perdidos. Por entonces, era algo que no me decía nada. Debería haberle preguntado de qué trataba el libro, pero me dije, tontamente, que Horizontes perdidos no era para ella sino un accesorio y que hacía como si lo estuviera leyendo para ponerse a tono con la clientela de Le Condé. A aquella clientela, si un transeúnte le hubiera lanzado una mirada furtiva desde la calle –e incluso si hubiera apoyado la frente en la cristalera–, la habría tomado por una sencilla clientela de estudiantes. Pero no habría tardado en cambiar de opinión al fijarse en la cantidad de alcohol que bebían en la mesa de Tarzan, de Mireille, de Fred y de la Houpa. En los apacibles cafés del Barrio Latino, nadie habría bebido nunca tanto. Por supuesto, en las horas bajas de la tarde Le Condé podía resultar engañoso. Pero según iba cayendo el día, se convertía en el punto de cita de eso que un filósofe sentimental llamaba «la juventud perdida». ¿Por qué ese café y no otro? Por la dueña, una tal señora Chadly a la que nada parecía sorprender y que mostraba incluso cierta indulgencia con sus parroquianos. Muchos años después, cuando las calles del barrio no brindaban ya más que escaparates de lujosos comercios de moda y una marroquinería ocupaba el lugar de Le Condé, me encontré con la señora Chadly en la otra orilla del Sena, en la cuesta arriba de la calle Blanche. Tardó en reconocerme. Caminamos juntos un buen rato hablando de Le Condé. Su marido, un argelino, compró el comercio al acabar la guerra. Se acordaba de cómo nos llamábamos todos. Con frecuencia se preguntaba qué habría sido de nosotros, pero no se hacía ilusiones. Supo, desde el principio, que las cosas iban a irnos muy mal. Unos perros perdidos, me dijo. Y cuando nos separamos, delante de la farmacia de la plaza Blanche, me hizo la siguiente confidencia, mirándome a los ojos: «A mí la que más me gustaba era Louki. »

xoves, 9 de outubro de 2014

EN LA ORILLA, Rafael Chirbes


RAFAEL CHIRBES, En la orilla, Anagrama, Barcelona, 2013, 438 páxinas.

[NC CHI enl]

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No día de hoxe será público o nome do novo Premio Nobel de Literatura. 
Teremos algún libro seu entre os da nosa biblioteca?
Alomenos xa vimos de rexistrar esta novela do sempre profundo e cautivador Rafael Chirbes, desde onte, Premio Nacional de Narrativa.
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26 de diciembre de 2010

El primero en ver la carroña es Ahmed Ouallahi.
Desde que Esteban cerró la carpintería hace más de un mes, Ahmed pasea todas las mañanas por La Marina. Su amigo Rachid lo lleva en el coche hasta el restaurante en que trabaja como pinche de cocina, y Ahmed camina desde allí hasta el rincón del pantano donde planta la caña y echa la red. Le gusta pescar en el marjal, lejos de los mirones y de los guardias. Cuando cierran la cocina del restaurante —a las tres y media de la tarde—, Rachid lo busca y, sentados en el suelo a la sombra de las cañas, comen sobre un mantel tendido en la hierba. Los une la amistad, pero también se brindan un servicio mutuo. Pagan a medias la gasolina del viejo Ford Mondeo de Rachid, una ganga que consiguió por menos de mil euros y ha resultado ser una ruina porque, según dice, traga gasolina con la misma avidez con que un alemán bebe cerveza. Desde Misent al restaurante hay quince kilómetros, lo que quiere decir que, sumando ida y vuelta, el coche se chupa tres litros. A casi uno treinta el litro, suponen unos cuatro euros diarios sólo en combustible, ciento veinte al mes, a descontar de un sueldo que apenas llega a los mil, ése es el cálculo que le hace Rachid a Ahmed (seguramente, exagera un poco), por lo que Ahmed le abona a su amigo diez euros semanales por el transporte. Si encontrara trabajo, se sacaría el carnet y se compraría su propio vehículo. Con la crisis es fácil encontrar coches y furgonetas de segunda mano a precios irrisorios, otra cosa es el rendimiento que te proporcionen después: coches de los que la gente ha tenido que desprenderse antes de que se los llevara el banco, furgonas de empresas que han quebrado, autocaravanas, camionetas: es época de oportunidades para quien tenga algún euro que invertir comprando a la baja. Lo que no sabes nunca es el regalo envenenado que guardan dentro esas gangas. Consumo desmedido de combustible, piezas que hay que cambiar al poco tiempo, accesorios que se estropean con sólo mirarlos. Lo barato suele salir caro, refunfuña Rachid, mientras le pega un acelerón. Ahí nos hemos gastado medio litro. Vuelve a acelerar. Ahora, otro medio litro. Se ríen. La crisis impone su mandato por todas partes. No sólo en los de abajo. También las empresas están quebradas o a medio quebrar. El hermano de Rachid trabajaba en un almacén de materiales que tenía siete camiones y otros tantos chóferes, eso fue hace cuatro años. En la actualidad, los han despedido a todos y los camiones permanecen aparcados en la playa de asfalto que hay en las traseras del almacén. Cuando tienen que realizar un porte, contratan por horas a un chófer autónomo que les hace el trabajo en su propio camión, cobra al contado, a tanto la hora, a tanto el kilómetro, y vuelve a quedarse pegado al teléfono móvil, con los brazos cruzados hasta el siguiente encargo. Ahmed y Rachid charlan sobre las posibilidades de negocio que supondría comprar coches usados para revenderlos en Marruecos.

mércores, 8 de outubro de 2014

NUBES DE KÉTCHUP, Annabel Pitcher

ANNABEL PITCHER, Nubes de Kétchup, Alevosía, Madrid, 2013, 280 páxinas.

[NUC PIT nub]

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Engadimos aos nosos fondos a segunda novela de Annabel Pitcher cando xa está a pique de publicar a terceira (aínda que no Reino Unido). Os que teñen lido xa Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea coñecen a esta autora tan capz de retratar a emotividade das persoas expostas a situación emocionais extremas.
Por si esta presentación non é persuasiva de abondo, aí queda o primeiro capítulo.
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Calle Ficticia, 1
Bath
1 de agosto
Querido señor S. Harris:
No tenga en cuenta la mancha roja de la esquina. Es mermelada, no sangre, aunque igual tampoco hace falta que le explique la diferencia. No era precisamente mermelada de su esposa lo que la policía le encontró a usted en el zapato.
La mermelada de la esquina es de mi sándwich. De frambuesa, casera. La hizo la abuela. Hace siete años que murió, y esa mermelada fue la última cosa que hizo. O sea, si no se cuentan las semanas que se pasó en el hospital enganchada a una de esas cosas del corazón que hacen bip bip si tienes suerte y biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip si no. Y eso fue lo que se oyó en su cuarto del hospital hace siete años: biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip. Mi hermana pequeña nació seis meses más tarde y mi padre le puso el nombre por la abuela. Dorothy Constance. Luego, mi padre, cuando paró de lamentarse, decidió acortárselo. Como mi hermana es pequeña y redonda la acabamos llamando Dot, que significa punto en inglés.
Mi otra hermana, Soph, tiene diez años. Las dos son rubias con el pelo largo y los ojos verdes y la nariz respingona, pero Soph es alta y delgada y más morena de piel, como si a Dot la hubieran amasado y la hubieran metido diez minutos en el horno. Yo soy distinta. Morena de pelo. De ojos castaños. Estatura normal. Peso normal. Corriente, supongo. Solo con mirarme jamás adivinaría usted mi secreto.
Al final me ha costado terminarme el sándwich. No es que la mermelada estuviera mala ni nada de eso, porque esterilizando los frascos aguanta años. Por lo menos eso es lo que dice mi padre cuando ve que mi madre arruga la nariz. La tiene respingona ella también. El pelo lo tiene del mismo color que mis hermanas, pero más corto y tirando a ondulado. Mi padre lo tiene más parecido al mío, solo que con mechones blancos encima de las orejas, y tiene esa cosa que se llama heterocromía, que significa que un ojo lo tiene castaño y el otro, en cambio, mucho más claro: azul cuando hace bueno, gris si el cielo está cubierto. «El cielo entero en un ojo», le dije una vez. Mi padre también tiene un hoyuelo en mitad de cada mejilla, y tampoco sé si nada de esto importa en realidad, pero supongo que está bien que le haga un retrato de mi familia antes de decirle lo que he venido a decir.
Porque lo voy a decir. No he venido sentarme a este cobertizo del jardín solo porque me parezca divertido. Hace un frío que te congelas y mi madre me mataría si supiera que no estoy en la cama, pero es un buen sitio para escribir esta carta, escondida bajo unos cuantos árboles. No me pregunte de qué tipo son, pero tienen unas hojas grandes que susurran con la brisa. Suissss… Aunque en realidad no es en absoluto así como suenan.
Tengo mermelada en los dedos, así que el bolígrafo está pringoso. Y seguro que los bigotes de los gatos también. Lloyd y Webber se han puesto a maullar como si no pudiesen creer que estuvieran lloviendo sándwiches del cielo cuando lo he lanzado por encima del seto. Yo ya no tenía hambre. La realidad es que no la he tenido en ningún momento, y si le soy sincera, hice el sándwich para retrasar lo de escribir esta carta. No se lo tome a mal ni nada, señor Harris. Solo que resulta difícil. Y estoy cansada. Llevo sin dormir de verdad desde el 1 de mayo.
No hay peligro de que me quede dormida aquí. La caja de azulejos se me está clavando en las piernas y entra corriente por la rendija de debajo de la puerta del cobertizo. Lo que tengo que hacer es espabilarme, porque con esta suerte mía la linterna se me está quedando sin pilas. He intentado sujetarla con los dientes pero me dolía la mandíbula, así que ahora la tengo columpiándose junto a una telaraña del alféizar de la ventana. No suelo venir al cobertizo, y menos a las dos de la mañana, pero esta noche la voz que me suena por dentro está hablando más alto que nunca. Las imágenes son más auténticas y el pulso se me acelera se me acelera se me acelera, y apuesto a que si tuviese el corazón conectado a una de esas máquinas de hospital, la rompería de los saltos que me pega.
He salido de la cama con la parte de arriba del pijama pegada a la espalda y la boca más seca probablemente que un desierto. Ahí es cuando me he metido su nombre y su dirección en el bolsillo de la bata y me he escapado de puntillas, y aquí estoy ahora cara a cara con esta hoja en blanco, decidida a contarle a usted mi secreto pero no del todo segura de cómo decírselo.
Escribiendo no existe lo del nudo en la lengua, pero si existiera, si mi mano fuese como una lengua enorme, de verdad le digo que la tendría atada con uno de esos nudos complicados que solo los boy scouts saben deshacer. Los boy scouts y también el tipo ese de la BBC2, el que va con el pelo revuelto y hace programas de supervivencia y acaba siempre en mitad de la jungla durmiendo encima de un árbol y comiéndose alguna serpiente para cenar. Ahora que lo pienso, lo más probable es que usted no tenga ni idea de lo que le estoy diciendo. ¿Tienen tele en el Corredor de la Muerte?, y si es que sí, ¿ven programas británicos o solo estadounidenses?
Me hago cargo de que tampoco tiene sentido hacer preguntas. Aunque usted quisiera responderme a esta carta, la dirección del encabezamiento es falsa. No existe en Inglaterra ninguna calle Ficticia, de modo que, señor Harris, no se vaya usted a pensar que puede escaparse de la cárcel y plantarse de repente en la puerta de mi casa solo porque haya conseguido que le traigan desde Texas y esté buscando a una chica que se llama…, bueno, vamos a hacer como que me llamo Zoe.
Los detalles para ponerme en contacto con usted los he sacado de una página web sobre el Corredor de la Muerte, y la página la encontré por una monja, y esta es una frase que nunca pensé que escribiría, pero es que mi vida tampoco está resultando como me la había imaginado. Había una foto de usted con una expresión bastante amistosa para alguien que lleva un mono naranja, la cabeza rapada y unas gafas muy gordas y tiene una cicatriz en la mejilla. El suyo no fue el único perfil en el que hice clic. Hay cientos de criminales que quieren que alguien les escriba. Cientos. Pero usted destacaba. Toda esa historia de que su familia había renegado de usted y que por eso no había recibido una sola carta en estos once años. Toda esa historia de sus remordimientos.
No es que yo crea en Dios, pero me fui a confesar para liberarme de la sensación de culpa después de comprobar tres veces en la Wikipedia que el cura no puede contarle nada a la policía. Pero cuando me senté en el confesionario y vi su silueta a través de la celosía fui incapaz de hablar. Allí estaba yo para confesarme con un tipo que no debía de haber hecho nada malo en su vida, como no fuera darle un trago de más al vino de la comunión en algún día tonto. A menos que fuera uno de esos curas que se meten con los niños, en cuyo caso lo sabría todo sobre el pecado, pero como no tenía forma de estar segura no me arriesgué.
Con usted me siento mucho más a salvo. Y para serle sincera me recuerda en cierto modo a Harry Potter. No me acuerdo de cuándo salió el primer libro, si fue antes o después de su juicio por asesinato, pero en todo caso, por si está un poco perdido, le diré que Harry Potter tiene una cicatriz y gafas y usted tiene una cicatriz y gafas, y a él tampoco le escribía nunca nadie. Pero entonces de pronto recibió una carta misteriosa en la que le decían que era mago y su vida se transformó milagrosamente.
Ahora estará usted leyendo esto en su celda y preguntándose: «¿Es que me va a decir a mí que yo tengo poderes mágicos?», y si puede uno fiarse de la web, apuesto a que se estará imaginando a sí mismo curándole a su mujer las heridas una por una. Vaya, pues siento decepcionarle y todo eso, pero yo no soy más que una chica corriente, no la directora de una escuela de Magia y Brujería. Aun así, créame, si este boli fuera una varita, le daría a usted el poder de devolverle la vida a su mujer, porque eso es una cosa que tenemos en común.
Yo sé lo que se siente.
En mi caso no fue una mujer. Fue un chico. Y lo maté, hace tres meses exactamente.
¿Sabe qué fue lo peor? Que no me pillaron. Nadie se ha dado cuenta de que soy yo la responsable. Nadie tiene ni idea de que ando por ahí como el chico ese, Scot Free, diciendo todo lo que conviene que diga y haciéndolo todo bien, pero por dentro estoy como gritando. No me atrevo a contárselo a mi madre ni a mi padre ni a mis hermanas porque no quiero que renieguen de mí y tampoco quiero ir a la cárcel aunque me lo merezca. Ya ve, señor Harris, soy menos valiente que usted, así que no se sienta tan mal cuando vaya a que le pongan la inyección letal, por la que yo por cierto tampoco me preocuparía demasiado porque mi perro, cuando lo sacrificaron, tenía un aspecto de lo más apacible. La web dice que usted nunca se va a perdonar a sí mismo, pero por lo menos que sepa que hay gente muchísimo peor que usted en el mundo. Usted tuvo las agallas de reconocer su error, y yo en cambio soy demasiado cobarde hasta para revelar mi verdadera identidad en una carta.
Así que sí, puede llamarme usted Zoe. Vamos a hacer como que vivo en el oeste de Inglaterra, no sé, en algún lugar cerca de Bath, que es una ciudad antigua con edificios antiguos y los fines de semana con montones de turistas que sacan fotos del puente. Todo lo demás que le escriba será verdad.
Se despide,
Zoe

martes, 7 de outubro de 2014

POETA EN NUEVA YORK. CITA EN MANHATTAN, Federico García Lorca & Robés


FEDERICO GARCÍA LORCA, Poeta en Nueva York. Cita en Manhattan, Lundberg, Barcelona, 2011, 132 páxinas.

 [PC GAR poe]

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Abre este libro ilustrado un Prólogo de Mario Hernández. Os poemas reciben a feliz compañía das fotografías en b/n de José Antonio Robés. As últimas páxinas repiten íntegramente os textos traducidos ao inglés. 

Leonard Cohen púsolle música ao poema Pequeño Vals vienés (Take This Waltz), canción da que acaban de facer unha soberbia versión Sílvia Pérez Cruz y Raúl Fernández.
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PEQUEÑO VALS VIENÉS

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha
Hay un salón con mil ventanas

Ay, ay, ay, ay,
Toma este vals con la boca cerrada
[...]




TAKE THIS WALTZ

Now in Vienna there are ten pretty women.
There’s a shoulder where death comes to cry.
There’s a lobby with nine hundred windows.
There’s a tree where the doves go to die.
There’s a piece that was torn from the morning,
and it hangs in the Gallery of Frost —
Ay, ay ay ay
Take this waltz, take this waltz,
take this waltz with the clamp on its jaws.
[...]