mércores, 8 de outubro de 2014

NUBES DE KÉTCHUP, Annabel Pitcher

ANNABEL PITCHER, Nubes de Kétchup, Alevosía, Madrid, 2013, 280 páxinas.

[NUC PIT nub]

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Engadimos aos nosos fondos a segunda novela de Annabel Pitcher cando xa está a pique de publicar a terceira (aínda que no Reino Unido). Os que teñen lido xa Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea coñecen a esta autora tan capz de retratar a emotividade das persoas expostas a situación emocionais extremas.
Por si esta presentación non é persuasiva de abondo, aí queda o primeiro capítulo.
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Calle Ficticia, 1
Bath
1 de agosto
Querido señor S. Harris:
No tenga en cuenta la mancha roja de la esquina. Es mermelada, no sangre, aunque igual tampoco hace falta que le explique la diferencia. No era precisamente mermelada de su esposa lo que la policía le encontró a usted en el zapato.
La mermelada de la esquina es de mi sándwich. De frambuesa, casera. La hizo la abuela. Hace siete años que murió, y esa mermelada fue la última cosa que hizo. O sea, si no se cuentan las semanas que se pasó en el hospital enganchada a una de esas cosas del corazón que hacen bip bip si tienes suerte y biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip si no. Y eso fue lo que se oyó en su cuarto del hospital hace siete años: biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip. Mi hermana pequeña nació seis meses más tarde y mi padre le puso el nombre por la abuela. Dorothy Constance. Luego, mi padre, cuando paró de lamentarse, decidió acortárselo. Como mi hermana es pequeña y redonda la acabamos llamando Dot, que significa punto en inglés.
Mi otra hermana, Soph, tiene diez años. Las dos son rubias con el pelo largo y los ojos verdes y la nariz respingona, pero Soph es alta y delgada y más morena de piel, como si a Dot la hubieran amasado y la hubieran metido diez minutos en el horno. Yo soy distinta. Morena de pelo. De ojos castaños. Estatura normal. Peso normal. Corriente, supongo. Solo con mirarme jamás adivinaría usted mi secreto.
Al final me ha costado terminarme el sándwich. No es que la mermelada estuviera mala ni nada de eso, porque esterilizando los frascos aguanta años. Por lo menos eso es lo que dice mi padre cuando ve que mi madre arruga la nariz. La tiene respingona ella también. El pelo lo tiene del mismo color que mis hermanas, pero más corto y tirando a ondulado. Mi padre lo tiene más parecido al mío, solo que con mechones blancos encima de las orejas, y tiene esa cosa que se llama heterocromía, que significa que un ojo lo tiene castaño y el otro, en cambio, mucho más claro: azul cuando hace bueno, gris si el cielo está cubierto. «El cielo entero en un ojo», le dije una vez. Mi padre también tiene un hoyuelo en mitad de cada mejilla, y tampoco sé si nada de esto importa en realidad, pero supongo que está bien que le haga un retrato de mi familia antes de decirle lo que he venido a decir.
Porque lo voy a decir. No he venido sentarme a este cobertizo del jardín solo porque me parezca divertido. Hace un frío que te congelas y mi madre me mataría si supiera que no estoy en la cama, pero es un buen sitio para escribir esta carta, escondida bajo unos cuantos árboles. No me pregunte de qué tipo son, pero tienen unas hojas grandes que susurran con la brisa. Suissss… Aunque en realidad no es en absoluto así como suenan.
Tengo mermelada en los dedos, así que el bolígrafo está pringoso. Y seguro que los bigotes de los gatos también. Lloyd y Webber se han puesto a maullar como si no pudiesen creer que estuvieran lloviendo sándwiches del cielo cuando lo he lanzado por encima del seto. Yo ya no tenía hambre. La realidad es que no la he tenido en ningún momento, y si le soy sincera, hice el sándwich para retrasar lo de escribir esta carta. No se lo tome a mal ni nada, señor Harris. Solo que resulta difícil. Y estoy cansada. Llevo sin dormir de verdad desde el 1 de mayo.
No hay peligro de que me quede dormida aquí. La caja de azulejos se me está clavando en las piernas y entra corriente por la rendija de debajo de la puerta del cobertizo. Lo que tengo que hacer es espabilarme, porque con esta suerte mía la linterna se me está quedando sin pilas. He intentado sujetarla con los dientes pero me dolía la mandíbula, así que ahora la tengo columpiándose junto a una telaraña del alféizar de la ventana. No suelo venir al cobertizo, y menos a las dos de la mañana, pero esta noche la voz que me suena por dentro está hablando más alto que nunca. Las imágenes son más auténticas y el pulso se me acelera se me acelera se me acelera, y apuesto a que si tuviese el corazón conectado a una de esas máquinas de hospital, la rompería de los saltos que me pega.
He salido de la cama con la parte de arriba del pijama pegada a la espalda y la boca más seca probablemente que un desierto. Ahí es cuando me he metido su nombre y su dirección en el bolsillo de la bata y me he escapado de puntillas, y aquí estoy ahora cara a cara con esta hoja en blanco, decidida a contarle a usted mi secreto pero no del todo segura de cómo decírselo.
Escribiendo no existe lo del nudo en la lengua, pero si existiera, si mi mano fuese como una lengua enorme, de verdad le digo que la tendría atada con uno de esos nudos complicados que solo los boy scouts saben deshacer. Los boy scouts y también el tipo ese de la BBC2, el que va con el pelo revuelto y hace programas de supervivencia y acaba siempre en mitad de la jungla durmiendo encima de un árbol y comiéndose alguna serpiente para cenar. Ahora que lo pienso, lo más probable es que usted no tenga ni idea de lo que le estoy diciendo. ¿Tienen tele en el Corredor de la Muerte?, y si es que sí, ¿ven programas británicos o solo estadounidenses?
Me hago cargo de que tampoco tiene sentido hacer preguntas. Aunque usted quisiera responderme a esta carta, la dirección del encabezamiento es falsa. No existe en Inglaterra ninguna calle Ficticia, de modo que, señor Harris, no se vaya usted a pensar que puede escaparse de la cárcel y plantarse de repente en la puerta de mi casa solo porque haya conseguido que le traigan desde Texas y esté buscando a una chica que se llama…, bueno, vamos a hacer como que me llamo Zoe.
Los detalles para ponerme en contacto con usted los he sacado de una página web sobre el Corredor de la Muerte, y la página la encontré por una monja, y esta es una frase que nunca pensé que escribiría, pero es que mi vida tampoco está resultando como me la había imaginado. Había una foto de usted con una expresión bastante amistosa para alguien que lleva un mono naranja, la cabeza rapada y unas gafas muy gordas y tiene una cicatriz en la mejilla. El suyo no fue el único perfil en el que hice clic. Hay cientos de criminales que quieren que alguien les escriba. Cientos. Pero usted destacaba. Toda esa historia de que su familia había renegado de usted y que por eso no había recibido una sola carta en estos once años. Toda esa historia de sus remordimientos.
No es que yo crea en Dios, pero me fui a confesar para liberarme de la sensación de culpa después de comprobar tres veces en la Wikipedia que el cura no puede contarle nada a la policía. Pero cuando me senté en el confesionario y vi su silueta a través de la celosía fui incapaz de hablar. Allí estaba yo para confesarme con un tipo que no debía de haber hecho nada malo en su vida, como no fuera darle un trago de más al vino de la comunión en algún día tonto. A menos que fuera uno de esos curas que se meten con los niños, en cuyo caso lo sabría todo sobre el pecado, pero como no tenía forma de estar segura no me arriesgué.
Con usted me siento mucho más a salvo. Y para serle sincera me recuerda en cierto modo a Harry Potter. No me acuerdo de cuándo salió el primer libro, si fue antes o después de su juicio por asesinato, pero en todo caso, por si está un poco perdido, le diré que Harry Potter tiene una cicatriz y gafas y usted tiene una cicatriz y gafas, y a él tampoco le escribía nunca nadie. Pero entonces de pronto recibió una carta misteriosa en la que le decían que era mago y su vida se transformó milagrosamente.
Ahora estará usted leyendo esto en su celda y preguntándose: «¿Es que me va a decir a mí que yo tengo poderes mágicos?», y si puede uno fiarse de la web, apuesto a que se estará imaginando a sí mismo curándole a su mujer las heridas una por una. Vaya, pues siento decepcionarle y todo eso, pero yo no soy más que una chica corriente, no la directora de una escuela de Magia y Brujería. Aun así, créame, si este boli fuera una varita, le daría a usted el poder de devolverle la vida a su mujer, porque eso es una cosa que tenemos en común.
Yo sé lo que se siente.
En mi caso no fue una mujer. Fue un chico. Y lo maté, hace tres meses exactamente.
¿Sabe qué fue lo peor? Que no me pillaron. Nadie se ha dado cuenta de que soy yo la responsable. Nadie tiene ni idea de que ando por ahí como el chico ese, Scot Free, diciendo todo lo que conviene que diga y haciéndolo todo bien, pero por dentro estoy como gritando. No me atrevo a contárselo a mi madre ni a mi padre ni a mis hermanas porque no quiero que renieguen de mí y tampoco quiero ir a la cárcel aunque me lo merezca. Ya ve, señor Harris, soy menos valiente que usted, así que no se sienta tan mal cuando vaya a que le pongan la inyección letal, por la que yo por cierto tampoco me preocuparía demasiado porque mi perro, cuando lo sacrificaron, tenía un aspecto de lo más apacible. La web dice que usted nunca se va a perdonar a sí mismo, pero por lo menos que sepa que hay gente muchísimo peor que usted en el mundo. Usted tuvo las agallas de reconocer su error, y yo en cambio soy demasiado cobarde hasta para revelar mi verdadera identidad en una carta.
Así que sí, puede llamarme usted Zoe. Vamos a hacer como que vivo en el oeste de Inglaterra, no sé, en algún lugar cerca de Bath, que es una ciudad antigua con edificios antiguos y los fines de semana con montones de turistas que sacan fotos del puente. Todo lo demás que le escriba será verdad.
Se despide,
Zoe

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