xoves, 27 de novembro de 2014

DRAGAL: A HERDANZA DO DRAGÓN, Elena Gallego

ELENA GALLEGO, Dragal. A herdanza do dragón, Xerais, Vigo, 2012, 264 páxinas.

[NG GAL dra]

Noutros tempos non podiamos satisfacer os desexos dos lectores. 
Fai unha semana, ao rematar a clase de galego, chegaron dous alumnos de 1º de ESO a pedir este título do que lles falara o seu profesor.
Hoxe hai dous exemplaras esperando ser lidos.

mércores, 26 de novembro de 2014

SI DECIDO QUEDARME, Gayle Forman

GAYLE FORMAN, Si decido quedarme, Salamandra, Barcelona, 2014, 192 páxinas.

[NUC FOR sid]

7:09

   Todo el mundo cree que fue por culpa de la nieve. Y en cierto sentido supongo que es verdad.
   Esta mañana, cuando despierto, una fina capa blanca cubre el césped delantero de nuestra casa. No pasa de un par de centímetros, pero en esta parte de Oregón basta eso para que todo quede paralizado, porque el único quitanieves del condado está ocupado en despejar las carreteras. Lo que cae del cielo es agua mojada, gotas, gotas y más gotas, pero de nieve, nada.
   Sin embargo, es suficiente para cerrar las escuelas. Mi hermano pequeño, Teddy, suelta un alarido de guerra cuando la noticia se anuncia en la radio de onda media de mamá.
   —¡Día de nieve! —brama—. Venga, papá, vamos a hacer un muñeco.
   Mi padre sonríe y da unos golpecitos a su pipa. Empezó a fumar en pipa hace poco, desde que le dio por el rollo años cincuenta al estilo de la telecomedia Father Knows Best. También lleva pajarita. No acabo de tener claro si se trata de una cuestión de vestimenta o de ironía, una manera de expresar que en otros tiempos fue punki pero ahora es profesor de Inglés de primaria, o si el hecho de convertirse en maestro lo ha metido en esta especie de experiencia atávica. En cualquier caso, me gusta el olor del tabaco de pipa. Es dulce y ahumado, y me trae recuerdos del invierno y las estufas de leña.
   —Muy valiente de tu parte —le dice a Teddy—. Pero la nieve apenas está cuajando en la carretera. ¿Por qué no pruebas con una ameba, en lugar del muñeco?
   Se nota que papá está contento. Ese par de centímetros de nieve ha acarreado que todos los centros de enseñanza del condado se cierren, incluidos mi instituto y el colegio donde él enseña, así que también es un inesperado día de fiesta para papá. Mi madre, que trabaja en una agencia de viajes de la ciudad, apaga la radio y se sirve una segunda taza de café.
   —Bueno, si todos hacéis novillos, no esperéis que yo vaya a trabajar. No sería justo. —Coge el teléfono y llama a la agencia. Cuando cuelga, nos lanza una mirada—. ¿Preparo el desayuno?
   Papá y yo soltamos una carcajada al unísono. Mamá sólo sabe preparar cereales y tostadas. Es papá quien cocina en esta familia.
   Fingiendo no oírnos, ella saca una caja de Bisquick del armario.
   —Venga ya, no creo que sea tan difícil. ¿Quién quiere crepes?
   —¡Yo! ¡Yo! —grita Teddy—. ¿Podemos echarles trocitos de chocolate?
   —No veo por qué no.
   —¡Yujuuu! —aúlla mi hermano agitando los brazos.
   —¿De dónde sacas tanta energía a estas horas de la mañana? —bromeo, y me vuelvo hacia mi madre—. No deberías dejarle tomar tanto café.
   —No, si ahora lo he pasado al descafeinado —me sigue ella—. Lo suyo es de nacimiento.
   —Vale, mientras no me pases a mí al descafeinado —le advierto.
   —Eso podría tipificarse como maltrato juvenil —tercia papá.
   Mamá me acerca un tazón humeante y el periódico.
   —Sale una estupenda foto de tu novio —me dice.
   —¿En serio? ¿Una foto?
   —Ajá. Y por cierto es todo lo que hemos visto de él desde el verano —añade, lanzándome una mirada de soslayo con una ceja arqueada, su versión de una mirada penetrante.
   —Lo sé —digo, y se me escapa un inoportuno suspiro. La banda de Adam, los Shooting Star, se encuentra en una espiral ascendente, lo que es magnífico… casi siempre.
   —Ah, esta juventud de hoy ya no sabe apreciar la fama —refunfuña papá, sonriendo. Sé que se alegra por Adam, que incluso se enorgullece de él.
   Hojeo el periódico hasta llegar a la agenda cultural. Hay una pequeña nota sobre los Shooting Star, con una foto diminuta de sus cuatro miembros, junto a un extenso artículo sobre los Bikini y una imagen grande de su cantante, la diva del punk-rock Brooke Vega. En la nota sólo se dice que la banda local Shooting Star será la telonera de los Bikini en Portland, una de las ciudades incluidas en su gira nacional. No menciona lo que para mí es una noticia aún más importante: que anoche los Shooting Star actuaron como grupo principal en un club de Seattle y que, según el mensaje que me envió Adam a medianoche, se agotaron las entradas.

martes, 25 de novembro de 2014

MI NOMBRE ES LUCA, The Ellas

Fai xuntamente un ano a nosa proposta era ver a curtametraxe de Iciar Bollaín Amores que matan [2000], protagonizada polo actor galego Luis Tosar, excelente na súa interpetación dun maltratador.

Convén distinguir entre persoa e persoaxe. Por iso hoxe propeñemos ver a Tosar cantando co seu grupo The Ellas esta versión de Susanne Vega na que se denuncia o maltrato.

MI NOMBRE ES LUCA

Mi nombre es Luca
Y vivo en el piso dos
El de arriba donde tú
Tal vez conoces mi voz

Si cuando te vas a dormir
Oyes gritos contra mí
No preguntes que pasó
No preguntes que pasó
No preguntes que pasó

Esto es porque soy torpe
Pero intento no gritar
Puede que esté algo loca
Y quiero disimular.

Te golpean hasta llorar
Y después no sé por qué
Ya no quieres protestar
Ya no quieres protestar
Ya no quieres protestar

Si creo que ya estoy bien
Hoy he vuelto otra vez
Es lo que pienso decir
No me importa si me creen
Si me dejaran en paz
Sin heridas, la verdad

No preguntes como estoy
No preguntes como estoy
No preguntes como estoy

Mi nombre es Luca
Vivo en el piso dos
El de arriba donde tú
Tal vez conoces mi voz

Si cuando te vas a dormir
Oyes gritos contra mí
No preguntes que pasó
No preguntes que pasó
No preguntes que pasó

Te golpean hasta llorar
Y después no sé por qué
Ya no quieres protestar
Ya no quieres protestar
Ya no quieres protestar

luns, 24 de novembro de 2014

HORA DE LER

8ª SEMANA [2ª SESIÓN]
   Hoxe eliximos o tamaño extragrande para a fotografía dunha rapaza de dazasete anos que ven sendo desde o 2012 unha gran muller. Que a Fundación sueca lle concedera o Premio Nobel da Paz a Malala Yousafzai (xunto a Kailash Satyarthi) é un síntoma inequívoco de que a comunidade internacional premia a súa valentía pola denuncia da situación de moitas nenas (e nenos) en moitísimos lugares do mundo. Seguen vixentes as palabras que empregábamos o curso pasado: "Unha muller non debería ter que loitar a cobadazos polo espazo que lle rouba o sexismo dunha sociedade machista, que tanto lle pide a subordinación ao home cando a converte en boneca (en maniquí vivinte, ben disfrazada de símbolo sexual), como cando simplemente a esmaga no xogo ben noxento e aburrido da sumisión".
    
   O noso embigo vén ser a proba. Todos somos fillos de nai: as víctimas e tamén os verdugos.

   
   Convén ler (a estas mulleres e a estes homes) para non esquecer esa débeda:

venres, 21 de novembro de 2014

EL PARAÍSO IMPERFECTO, Augusto Monterroso

AUGUSTO MONTERROSO, El paraíso imperfecto. Antología tímida, Debolsillo, Barcelona, 2013, 240 páginas.
[NHC MON par]


LA JIRAFA QUE DE PRONTO COMPRENDIÓ QUE TODO ES RELATIVO

   Hace mucho tiempo, en un país lejano, vivía una Jirafa de estatura regular pero tan descuidada que una vez se salió de la Selva y se perdió.
   Desorientada como siempre, se puso a caminar a tontas y a locas de aquí para allá, y por más que se agachaba para encontrar el camino no lo encontraba.
   Así, deambulando, llegó a un desfiladero donde en ese momento tenía lugar una gran batalla.
   A pesar de que las bajas eran cuantiosas por ambos bandos, ninguno estaba dispuesto a ceder un milímetro de terreno.
   Los generales arengaban a sus tropas con las espadas en alto, al mismo tiempo que la nieve se teñía de púrpura con la sangre de los heridos.
   Entre el humo y el estrépito de los cañones se veía desplomarse a los muertos de uno y otro ejército, con tiempo apenas para encomendar su alma al diablo; pero los sobrevivientes continuaban disparando con entusiasmo hasta que a ellos también les tocaba y caían con un gesto estúpido pero que en su caída consideraban que la Historia iba a recoger como heroico, pues morían por defender su bandera; y efectivamente la Historia recogía esos gestos como heroicos, tanto la Historia que recogía los gestos del uno, como la que recogía los gestos del otro, ya que cada lado escribía su propia historia; así, Wellington era un héroe para los ingleses y Napoleón era un héroe para los franceses.
   A todo esto, la Jirafa siguió caminando, hasta que llegó a una parte del desfiladero en que estaba montado un enorme Cañón, que en ese preciso instante hizo un disparo exactamente unos veinte centímetros arriba de su cabeza, más o menos.
   Al ver pasar la bala tan cerca, y mientras seguía con la vista su trayectoria, la Jirafa pensó:
   «Qué bueno que no soy tan alta, pues si mi cuello midiera treinta centímetros más esa bala me habría volado la cabeza; o bien, qué bueno que esta parte del desfiladero en que está el Cañón no es tan baja, pues si midiera treinta centímetros menos la bala también me habría volado la cabeza. Ahora comprendo que todo es relativo».

xoves, 20 de novembro de 2014

LENDAS GALEGAS DA TRADICIÓN ORAL, Xosé Manuel González Reboredo

XOSÉ MANUEL GONZÁLEZ REBOREDO, Lendas galegas da tradición oral, Galaxia, 2010, 208 páxinas.


[NG GON len]


A LENDA DA ERMIDA DE ARANGA

   Nunha ocasión, unhas mulleres que pasaban de noite por preto de Aranga (Betanzos, A Coruña) sentiron soar unha campaíña por baixo da terra. Foron entón onda o crego, que veu con elas e comezaron a cavar ata dar cunha cruz de ferro con adornos de cobre e unha coroa de prata que tiña unha campaíña que era a que as mulleres sentiran tocar. Esta cruz parece ser que despois foi roubada ou vendidos algúns anacos.
   No sitio en que estaba a cruz comezou a manar unha fonte de augas milagreiras. Arranxada a fonte e feita unha ermida naquel sitio, organizouse anualmente unha romaría que ten lugar o día 3 de maio.
   A dita fonte, ermida e rornaría fai referencia un cantar de por alí, que di:

   Verdadeira cruz de Aranga,
   que has de dar aos teus romeiros:
   auguiña da túa fonte,
   sombra dos teus casstiñeiros.

Versión publicada por Xaquín Lorenzo en Nós 99. Ourense, 15-III-1952, p. 49.

mércores, 19 de novembro de 2014

ACTA DA REUNIÓN DO CLUBE DE LECTURA ADULTOS AGUIAR


Onte luns, as 19:00 tivo lugar a segunda reunión do Clube de Lectura Adultos Aguiar para dar conta do pracer obtido tras a lectura de El olvido que seremos.


Tendo en conta que o ano pasado as lecturas foron de novelas, era a primeira vez que falabamos dunha obra non ficcional. Esta "carta a una sombra", como di o autor, presenta un carácter híbrido: ás memorias do neno que idolatra ao seu pai, sucédelle a crónica relativamente haxiográfica do martirio de Héctor Abad Gómez, un home bo, un admirable exemplo de humanismo e sabedoría.

Foi fácil emocioanarse coa traxedia padecida por esta familia, e tamén asequible que nos preguntáramos polo proxecto educativo dunha familia acomodada dun pais caribeño nun tempo relativamente próximo, pero tamén alonxado do noso sistema de valores actuais.
Compartimos impresións sobre o papel da muller antes (e agora), sobre o altruismo egoísta de Héctor Abad Gómez, sobre a dificultade de compartir, dende as nosas realidades familiares, certas propostas: "Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz...[p. 24]; "Soy muy buen padre, pero muy mala madre" [p. 196].

Tamén falou Loli da curiosidade que sentía por coñecer a autoría real do poema (atribuido a Jorge Luis Borges) que da título á obra, tema central do libro de Héctor Abab Faciolince, aparecido no 2010 Traiciones de la memoria.


Chegando ás 20:30, e sendo luns, tocou ir recollendo, tras repartir o noso novo proxecto en común: a lectura de Las inviernas, que nos reunirá o día venres 12 de decembro, esta vez, arredor da autora, Cristina Sánchez Andrade.

Damos a benvida as dúas novas persoas que se sumaron á nosa aventura, e reiteramos a invitación a todos os que poidades dispoñer, xenerosamente, dun tempiño para compartir con nós, entre nós.

martes, 18 de novembro de 2014

PRIMEIRA REUNIÓN DO CLUBE DE LECTURA PRESENCIAL 2º BACHARELATO

Na semana pasada nos recreos dos martes, xoves e venres, celebramos as reunións dos clubes de lectura de 2º de Bacharelato. Aínda que pareza unha clase común pola disposición do espacio, non o é.
Sendo os grupos tan numerosos (unha media de 23 persoas por aula; ademáis dos profesores coordinadores: Julián Ferrer, Óscar García e Francisco Rodríguez), non existe outra disposición espacial que a de mirar para o canón onde foron proxectados os textos ou a curtametraxe de Daniel Sánchez Arévalo.

Tras a presentación do proxecto, idéntica para todos os grupos, optamos por ver no Grupo A que pode agachar a linguaxe poética, coa lectura do poema de Jorge Reichman Alabanza de los trenes verdaderos. O mércores, no Grupo B, ler en gíglico serviu para distinguir entre experiencia estética e experiencia intelectual. Certamente, tras unha lectura en voz alta da peza de Julio Cortázar, foi evidente o éxito na comprensión do texto exhibida polos membros do clube. O venres, o visionado da curtametraxe de Daniel Sánche Arévalo deixou a moitos unha impresión notable, como é de esperar en xente de espíritu reflexivo. O debate podería continuar, pois moitas eras as voces que querían ser escoitadas, ou as que pedían unha explicación dos comportamentos das persoaxes.

Todo iso en trinta minutos ben estirados. Por certo, pensábamos celebrar reunións mensuais, pero, ante a receptividade da xente, estamos calculando pasar, alomenos no primerio e segundo trimestre, a reunións quincenais.

Moitas grazas por compartir o voso tempo e consentir que nos alimentemos do mutuo entusiasmo.         

luns, 17 de novembro de 2014

HORA DE LER

7ª SEMANA [1ª SESIÓN]

   Dado que na semana pasada comezaron os tres clubes de 2º de Bacharelato, e, polo tanto, houbo arredor de 75 persoas falando de ou sobre poesía, temos a obriga de extender ese virus aos demáis compoñentes da comunidade educativa. 
   Eleximos para perder o medo á poesía estas antoloxías de Marica Campo e Raúl Vacas.
   Que a ninguén lle asuste o voo das boboretas!

venres, 14 de novembro de 2014

LA NIETA DEL SEÑOR LINH, Phillippe Claudel

PHILIPPE CLAUDEL, La nieta del señor Linh, Salamandra, Barcelona, 128 páxinas.

 [NUC CLA nie]


Un anciano en la popa de un barco. En los brazos sostiene una maleta ligera y a una criatura, todavía más ligera. El anciano se llama Linh. Es el único que lo sabe, porque el resto de las personas que lo sabían están muertas.
   De pie en la cubierta, ve alejarse su país, el país de sus antepasados y sus muertos, mientras la criatura duerme en sus brazos. El país se aleja, se hace infinitamente pequeño, y el señor Linh lo ve desaparecer en el horizonte durante horas, pese al viento que sopla y lo zarandea como a una marioneta.
   El viaje dura mucho tiempo. Días y días. Y el anciano pasa todo ese tiempo en la popa del barco, con la mirada puesta en la estela blanca que acaba fundiéndose con el cielo, escrutando la lejanía en busca de la orilla invisible.
   Cuando quieren hacerlo entrar en su camarote, se deja llevar sin decir nada, pero poco después vuelven a verlo en la cubierta, con la pequeña maleta de cuero a sus pies, agarrado a la borda con una mano y sujetando al bebé con la otra.
   Una correa rodea la maleta para evitar que se abra, como si en su interior hubiera cosas de mucho valor. En realidad sólo contiene ropa usada, una fotografía casi borrada por el sol y un saquito de tela en que el anciano ha metido un puñado de tierra. Eso es todo lo que pudo llevarse. Y al bebé, claro. Es un bebé tranquilo. Una niña. Cuando el señor Linh subió a bordo con una multitud de gente parecida a él, hombres y mujeres que lo habían perdido todo, que fueron reagrupados a toda prisa y se dejaron conducir, la niña tenía seis semanas.
   Seis semanas. Lo mismo que dura el viaje. Así que cuando el barco llegue a su destino la niña tendrá el doble de edad. Y el anciano, la sensación de haber envejecido un siglo.
   A veces le susurra una canción, siempre la misma, y la niña abre los ojos, y también la boca. El anciano la mira y ve algo más que el rostro de una recién nacida. Ve paisajes, mañanas luminosas, el lento y apacible paso de los búfalos por los arrozales, las alargadas sombras de los enormes banianos a la entrada de su aldea, la bruma azulada que desciende de las colinas al atardecer, como un chal deslizándose lentamente por unos hombros...
   La leche que le da a la niña le rebosa de los labios. El señor Linh todavía no tiene costumbre. Es torpe. Pero la niña no llora. Vuelve a dormirse, y él sigue contemplando el horizonte, la espuma de la estela y la lejanía, en la que hace mucho que no ve nada.
   Por fin, un día de noviembre, el barco llega a su destino. Pero el anciano no quiere bajar. Abandonar el barco es como abandonar definitivamente lo que todavía lo une a su tierra. Así que dos mujeres lo acompañan al muelle con gestos suaves, como si se tratara de un enfermo. Hace mucho frío y el cielo está encapotado. El señor Linh aspira el olor del nuevo país. No huele nada. No hay ningún olor. Es un país sin olor. Aprieta a la niña contra su pecho y le canta al oído la canción. En realidad, también la canta para él, para oír su propia voz y la cadencia de su lengua.
   El señor Linh y la niña no están solos. En el muelle hay centenares de personas como ellos. Viejos y jóvenes esperando dócilmente, junto a su escaso equipaje, a que les digan adonde ir y pasando un frío como nunca han pasado. Nadie habla. Son frágiles estatuas de rostro triste que tiritan en absoluto silencio.
   Una de las mujeres que lo ha ayudado a bajar del barco vuelve a acercarse a él. Le hace señas de que la siga. El anciano no entiende sus palabras, pero sí sus gestos. Le enseña la niña. Ella lo mira, parece dudar y por fin sonríe. El anciano se pone en marcha y la sigue.
   Los padres de la niña eran los hijos del señor Linh. El padre de la niña era su hijo. Murieron durante la guerra que asola el país desde hace años. Una mañana fueron a trabajar a los arrozales, con la niña, y por la noche no volvieron. El anciano corrió a buscarlos. Llegó jadeando al arrozal. Ya no era más que un enorme agujero lleno de lodo, y al lado vio un búfalo despanzurrado, con el yugo partido en dos como una brizna de paja. También vio el cuerpo de su hijo y el de su nuera, y un poco más lejos a la niña, envuelta en sus pañales, con los ojos muy abiertos e ilesa, y a su lado una muñeca, su muñeca, tan grande como ella, pero decapitada por un trozo de metralla. La niña tenía diez días. Sus padres le habían puesto Sang Diu, que en el idioma del país quiere decir «Mañana dulce». Le habían puesto ese nombre y luego habían muerto. El señor Linh recogió a la niña. Y se fue. Decidió irse para siempre. Por la niña.
   Una de las mujeres que lo ha ayudado a bajar del barco vuelve a acercarse a él. Le hace señas de que la siga. El anciano no entiende sus palabras, pero sí sus gestos. Le enseña la niña. Ella lo mira, parece dudar y por fin sonríe. El anciano se pone en marcha y la sigue.
   Los padres de la niña eran los hijos del señor Linh. El padre de la niña era su hijo. Murieron durante la guerra que asola el país desde hace años. Una mañana fueron a trabajar a los arrozales, con la niña, y por la noche no volvieron. El anciano corrió a buscarlos. Llegó jadeando al arrozal. Ya no era más que un enorme agujero lleno de lodo, y al lado vio un búfalo despanzurrado, con el yugo partido en dos como una brizna de paja. También vio el cuerpo de su hijo y el de su nuera, y un poco más lejos a la niña, envuelta en sus pañales, con los ojos muy abiertos e ilesa, y a su lado una muñeca, su muñeca, tan grande como ella, pero decapitada por un trozo de metralla. La niña tenía diez días. Sus padres le habían puesto Sang Diu, que en el idioma del país quiere decir «Mañana dulce». Le habían puesto ese nombre y luego habían muerto. El señor Linh recogió a la niña. Y se fue. Decidió irse para siempre. Por la niña.

xoves, 13 de novembro de 2014

AMOR, Raquel Díaz Reguera


RAQUEL DÍAZ REGUERA, Amor, Lumen, Barcelona, 2014, 96 páxinas.

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Con estas imaxes e con estes textos, como non imos querer ter este novo traballo de Raquel Díaz na nosa Biblioteca?
**********

A, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre, tras…  el amor.

.. Está por todos los rincones de la realidad y la ficción, desafiando a la cordura, desatendiendo a la gravedad, burlándose de cualquier ciencia que trate de buscarle explicación. No existe manera de escapar de él y no entiende de reglas ni de leyes ni de “peros” ni de “por qués”. Habla en todas los idiomas con la misma lengua. No aprende de los errores, tropieza en la misma piedra una y otra vez, no hace distinciones de razas, ni sexos, ni edades, ni imposibles. Huye de la lógica y no se deja convencer por la razón, ama la trama sin preocuparse por el desenlace. No puedes seguir su rastro porque no tiene caminos, atarlo en corto es darle alas. Puede ser un banquete para el corazón o una herida indeleble para el alma. Se puede afinar con los dedos de la ternura o desafinar con los del desamor para que suene desgañitado como el despecho. Nadie sabe  de donde llega ni por donde se va. En sus manos eres como marioneta feliz movida por sus hilos y a su antojo. Como veleta expuesta al capricho de los vientos. Está presente en todas las modalidades del arte, en todas las caricias del planeta, en todos rincones del tiempo. No se puede vivir sin aire, ni se puede respirar sin amor... 


   Después de una exhaustiva recogida de datos; sumando desvelos, analizando suspiros, catalogando besos, auscultando latidos, atando anhelos... nos hemos atrevido a tipificar hasta veinticuatro tipos de amor diferentes, según sean de altos vuelos o de “ a ras del suelo”, diurnos, taciturnos, insomnes, delirantes, desesperados, desatendidos, acogedores o festivos... 
Advirtiendo las características que, a grandes rasgos, comparten algunos de ellos, los hemos clasificados en cuatro categorías principales. 


Amores Desmedidos
Amores a Medias
Amores a Medida
Amores Medio-ocres.

Una vez que cada clase de amor ocupó su lugar dentro de una de estas cuatro categorías, nos dispusimos a diseccionar con precisión de cirujano y uno por uno, los veintiséis prototipos que quedan recogidos en estas páginas.  



mércores, 12 de novembro de 2014

LOS HIJOS DE LOS DÍAS, Eduardo Galeano


EDUARDO GALEANO, Los hijos de los días, Siglo XXI, Madrid, 2012, 432 páginas.

[NHC GAL hij]


NOVIEMBRE
12

NO ME GUSTA QUE ME MIENTAN

   Sor Juana Inés de la Cruz, nacida en el día de hoy de 1651, fue la más.
   Nadie voló tan alto en su tierra y en su tiempo.
   Ella entró muy joven al convento. Creyó que el convento era menos cárcel que la casa. Estaba mal informada. Cuando se enteró, ya era tarde; y años después murió, condenada al silencio, la mujer que mejor decía.
   Sus carceleros solían prodigarle alabanzas, que ella nunca creyó.
   En cierta ocasión, un artista de la corte del virrey de México le pintó un retrato que era algo así como una profecía del photoshop. Ella contestó:
        
Éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

martes, 11 de novembro de 2014

CARTA DESDE LA TRINCHERA, Violeta Silva Sánchez


CARTA DESDE LA TRINCHERA

   En el gramófono sonaba la canción Avec Bidasse de André Cadou. Como si de una premonición se tratase. Esta canción hablaba de una guerra que nadie creía que pudiera llegar, pero para la que todos se preparaban. Me encontraba leyendo un libro en el viejo sofá de piel negra que tanto le gustaba a mi marido. Estaba colocado cerca de la ventana, donde la luz era más intensa y los rayos de sol daban calor a mi cuerpo. Los niños habían salido a jugar con unos amigos y estaba sola en casa. Cuando mis quehaceres me lo permitían, me dedicaba a la lectura. Era algo que me distraía mucho, me hacía olvidar la realidad y meterme en otras vidas distintas a la mía. Esta vez había elegido En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. De pronto, la aldaba de la puerta sonó. Tardé en abrir porque tenía un mal presentimiento y quería alargar este momento, aún, de esperanza. Caminé despacio hacia la puerta, agarré la manilla, pero tardé unos segundos en girarla. Al abrir me encontré lo que no habría querido encontrarme nunca: era el cartero. Su cara parecía triste y haciendo un gesto de resignación, me entregó una carta. Todo mi mundo se vino abajo cuando recibí aquella carta amarilla. Intenté tranquilizarme, pero era imposible. Mis manos temblaban y un sudor frío recorría mi cuerpo. Me imaginaba su contenido. Me armé de valor y la abrí con dificultad. La carta era de mi marido Pierre que se encontraba en el frente luchando contra los alemanes.


Marne, 5 de septiembre de 1914.


   Querida Marie:

   He decidido escribir esta carta y dársela al comandante Joffre con la intención de entregártela si no sobrevivo.

   Aunque estamos en septiembre, hace mucho frío. Estoy sentado en esta trinchera horrible, llena de ratas y a dos metros de profundidad, rodeado de sacos de arena y alambre de púas. Es casi como estar enterrado en vida, pero en esta maldita guerra me parece el lugar más seguro. De vez en cuando el viento trae un olor a putrefacción de los cadáveres que se apilan fuera. Debemos procurar no sacar la cabeza porque hay francotiradores acechándonos, para ello han inventado varios mecanismos para disparar desde aquí abajo. Como te dije, es un sitio bastante seguro, aunque inmundo. Las ratas son enormes y a veces te despiertas, porque una está olisqueándote la cara o metida en algún bolsillo buscando comida. Son del tamaño de gatos, porque la comida es abundante: se alimentan de cadáveres. Son animales repulsivos. He visto a algunas ratas dejar una cabeza despojada de piel y músculo en pocos minutos. Empiezan siempre por los ojos y luego se comen el resto. Algún compañero se ha convertido en especialista en desratización, incluso han traído perros para ayudar.

   He conocido a muchos soldados. Venimos de todos lados. El poco tiempo que llevamos aquí no nos ha permitido conocernos a fondo, pero sí entablar una fuerte amistad. Miro sus caras y veo tristeza, miedo y resignación. Maldita guerra, que destroza familias, malditas fronteras y maldito poder. ¿Por qué tengo que estar aquí? Quiero estar en mi casa, con mi familia, en mi hogar. Ya no encuentro sentido a luchar por mi patria. El miedo me vence. ¿Qué será de vosotros sin mí? Me asusta que los niños se olviden de su padre, que no se acuerden de mí. ¡Podría haberles enseñado tantas cosas! Dios mío, hablo ya como si no existiera más futuro que hoy, pero tengo el presentimiento de que así será. Pronto formaré parte del grupo de los que han dejado este mundo prematuramente.



   Las lágrimas empañaban mis ojos, me costaba continuar leyendo. Caroline y Théo eran demasiado pequeños para comprender todo esto, pero me apenaba que no pudiesen disfrutar de un padre maravilloso, que les podría haber enseñado tanto. Me armé de valor y seguí leyendo:



   Muchos amigos y también enemigos han muerto por su patria. ¡Son tantas muertes inútiles! Han dejado madres, padres, mujeres e hijos desolados. Todo, por las ansias de poder de unos pocos. Cuando me encuentro cara a cara con el enemigo, es como mirarse en un espejo: veo mi misma cara de terror. Disparamos sin pensar para sobrevivir. He visto cadáveres de jóvenes, casi niños, y no puedo evitar pensar en Théo. Llega un momento en que el corazón deja de actuar como tal y sólo obedecemos al cerebro y esto me da miedo.

   Están repartiendo ropa y calzado porque la que tenemos está mojada y rota. Es ropa de otros compañeros que ya no la necesitan. Me han dado una chaqueta y al meter la mano en el bolsillo he encontrado la foto de una chica. Detrás lleva escrito: “A William con todo mi amor”. Pienso en esa chica, es otro corazón roto por esta maldita guerra. Me dan escalofríos al pensar en usar la chaqueta, pero tengo frío y la necesito. También me han dado unas botas que pertenecieron a un soldado alemán. Las que llevo me van pequeñas y tengo los pies destrozados. El camino hasta la trinchera ha sido largo, hemos recorrido más de 60 kilómetros. Primero en un tren, hacinados como ganado en un vagón con un poco de paja en el suelo y el resto a pie. Las nuevas botas me vendrán muy bien. Intento cambiar los calcetines varias veces al día porque el sudor y la humedad son lo peor. Es muy importante cuidar los pies y más en esta época. Como ha llovido tanto, la trinchera es un lodazal. Algún soldado sufre ya, lo que llaman, pies de trinchera. Tanta humedad ablanda el pie y causa infección pudiendo provocar gangrena y hasta amputación de miembros. Aquí en la trinchera si no te mata tu enemigo, mueres por enfermedad: disentería, tuberculosis, gripe o cualquier infección causada por molestos piojos, pulgas, ratas… Incluso la herida de artillería más pequeña puede complicarse y conducir a un hombre a la muerte. Estamos indefensos, abandonados de la mano de Dios. Ojalá tantas muertes y sufrimiento no sean inútiles y tengan algún sentido. Ahora mismo yo no se lo encuentro. El trato a los soldados me parece inhumano. Nos tratan como auténticos animales, cuando estamos sacrificando nuestra vida por sus ideales.

   ¿Recuerdas a Abel, el panadero? También está aquí. Se encarga de la comida y con su buen humor trata de alegrarnos un poco la vida. Hoy nos ha preparado una sopa de guisantes con unos trozos de carne de caballo, acompañado con un mendrugo de pan. Hace lo que puede, pero es una ración insuficiente para un soldado. Desde que los británicos se han unido, somos más a repartir, lo que no ayuda nada a mejorar nuestra situación en cuanto a la dieta.

   La vida aquí es aburrida, tenemos demasiado tiempo para pensar y la mente suele desviarse hacia la idea de la muerte. Los bombardeos son frecuentes, pero existe también el peligro de los gases tóxicos y corrosivos. Miles de compañeros mueren cada día y sus cuerpos apilados van descomponiéndose fuera de la trinchera. Esto no hace más que aumentar nuestro pesimismo. Nuestra moral está por los suelos.


   La voz de mi hija me trajo al presente. Preguntaba por qué lloraba y no fui capaz de ser sincera. Podría haberle dicho la verdad, podría haberle dicho que su padre había muerto por culpa de una estúpida guerra, podría haber salido corriendo de la habitación y descargar toda mi rabia. Estaba enfadada, pero no me moví, no dije nada. Fijé la vista en la ventana y seguí llorando. Entonces Caroline me abrazó y entendí que necesitaba una respuesta. Mi hija tenía diez años y ya no era tan niña como yo pensaba. Intenté escoger las palabras más sencillas y menos bruscas para la situación. Cogí sus manos e inmediatamente ella me abrazó. Lo había adivinado sin decirle nada. Entonces las dos, abrazadas, lloramos amargamente. Al rato, ya más tranquilas, continuamos con la triste carta de Pierre.


   No quiero que guardéis un mal recuerdo. El objetivo de esta carta es explicar con palabras y sabiendo que el tiempo se me echa encima, lo muchísimo que os quiero y lo muchísimo que os echaré de menos. Quiero que me recordéis feliz. Quiero que borréis de vuestra mente los malos ratos que he pasado aquí y que os he explicado en estas líneas. Necesitaba desahogarme. Habéis sido lo mejor que me ha pasado. No cambiaría nada de mi vida. Ojalá hubiésemos vivido en otra época, en una época sin guerras que destrozan familias. No encuentro las palabras adecuadas para expresar el amor que os tengo. Ahora y aquí, me doy cuenta de lo afortunado que he sido al tener una familia como la nuestra. Espero que seáis muy felices, os lo merecéis. Me voy con la pena de no haber disfrutado más con vuestra compañía, de no haber aprovechado cada segundo al máximo. Acordaos de mí. ¡Os quiero tanto!

   Marie, te pido que les hables a los niños de mi, de su padre. Mantén vivo mi recuerdo. En cuanto a ti, tendrás que rehacer tu vida, lo sé y me hace sentir un poco celoso. Sé feliz, lo más que puedas; se feliz por ti y por mí. No cierres las puertas al amor. Encuentra a alguien apropiado para los tres. Existe en el mundo, mucha gente buena y os merecéis lo mejor.

   Es casi de noche, y me cuesta escribir. La oscuridad me asusta, pero también oculta todo lo malo que me rodea en esta trinchera. Acabo esta última carta con la impresión de que quedan demasiadas cosas por decir, pero es tarde y casi no consigo distinguir mis propias palabras. Os deseo lo mejor. Acordaos de mí. Os quiero y os querré siempre. Mi corazón está lleno de vuestro amor. La muerte será más dulce si os tengo en mis pensamientos. Gracias por todo lo que me habéis dado.

   Pierre

 
   La carta había terminado. Las últimas palabras estaban escritas como a tientas, unas más juntas, otras más separadas y saliéndose de los renglones. Mi corazón estaba encogido. Caroline apoyaba su cabeza en mi hombro. Una lágrima resbalaba por su mejilla y se estrellaba contra mi blusa. Ninguna de las dos decía nada. Permanecimos en silencio, con la mirada clavada en la carta. No nos dimos cuenta del paso del tiempo. De repente, todo estaba oscuro. Cogí a Caroline de la mano y la llevé a su cuarto. La tumbé en la cama y fui a buscar a Théo. Lo tumbé en la cama con su hermana y me acosté en medio de los dos. Los apreté contra mi pecho y pensé: seré fuerte y sacaré a mis hijos adelante y jamás te olvidaré, Pierre. Jamás te olvidaremos, papá.



Violeta Silva Sánchez

1º Premio en el  Iº Concurso literario Premio Palacete.

&
François Flameng

luns, 10 de novembro de 2014

HORA DE LER


6ª SEMANA [6ª SESIÓN] 

   Nestas cinco primeiras semanas as nosas propostas de lectura viñan firmadas por grandes autores ben coñecidos: Xosé MIranda, Rafael Dieste, Sandra Cisneros, Méndez Ferrín, Jonas Jonasson, Etgar Keret, Fran Alonso...
   Hoxe temos a fonda satisfacción de suxerir a lectura das creacións de rapazas e rapaces cos que podemos tropezar polos corredores do noso IES: os alumnos de 2º da ESO Alberto Gómez Perales, Julia Nieto Mantiñán e Violeta Sánchez Silva que veñen de gañar os primerios premios do Concurso Literario Palacete cuns relatos dunha sorprendente calidade que fai supoñer que poden pronto pasar de autores coñecidos a grandes autores.
      

venres, 7 de novembro de 2014

LA RATONERA, Alberto Gómez Perales


LA RATONERA

   Desperté en aquella habitación oscura, solo e indefenso. Mi único acompañante era un pequeño ratón gris de ojos marrones y cola rosada. El único ruido que podía oír era el sonido del agua caer desde una gotera del techo. El único olor que percibía era el de la humedad, presente en toda la habitación. La verdad es que no era muy grande, y no  tenía muchas cosas: un colchón en el suelo, una mesa y una silla. En la mesa había una bandeja con un cuenco de sopa, un poco de arroz y una botella de agua. Sin pensármelo dos veces, me senté en la silla y empecé a comer, pues me sentía desnutrido. ¿Quién sabe cuántos días llevaba inconsciente? No creo que muchos, ya que la sed no era uno de mis mayores problemas. De todos modos, bebí un poco de agua antes de intentar abrir la puerta. Cerrada. Deseché la idea de intentar echarla abajo, porque era una pesada y resistente puerta de metal con un pequeñísimo cristal en la parte inferior sujeto por unas bisagras. Era imposible salir de esa habitación sin ayuda del exterior. ¿Y cómo iba a pedir auxilio? Yo sólo era un ciudadano español que sobrevivió a las llamas que posiblemente ya hayan consumido la ciudad rusa a la que había viajado por negocios, a pesar de recibir importantes quemaduras que aún me escuecen. La mayor parte de mi ropa ardió en la escapada y, al intentar refugiarme en un cobertizo, me encontré con un armario  lleno de chaquetas que, por alguna extraña razón, eran todas iguales. Lo último que recordaba era intentar huir con una puesta y ser atacado por un pequeño grupo de soldados rusos. Tenía que averiguar por qué estaba allí, quién me había capturado, cómo podría volver a casa, y por qué aquel ratón me miraba con tanta curiosidad. De momento era lo único que me hacía esbozar una leve sonrisa. Le di unos granitos de arroz que me habían sobrado y un poco de agua, intentó roer mi dedo con cariño, y se tumbó a dormir panza arriba. Decidí hacer lo mismo. El tiempo que llevaba inconsciente no me sirvió para reponer fuerzas, así que caí en un sueño profundo inmediatamente.
  Me despertó un sonido chirriante y no muy agradable. Otra bandeja con comida se deslizó por el cristalito de la puerta. Esta vez, puré y macarrones, con un poco más de agua. Me di cuenta en seguida de que querían mantenerme con vida, si no, no se habrían molestado en prepararme comida nutritiva y variada.
   -¿Quiénes sois? -grité- ¿Qué está pasando aquí? -no había respuesta- ¡Socorro!
  Nada. Silencio. Incluso el irritante sonido del agua había cesado. Ahora el miedo y la soledad me recorrían el cuerpo, helándome las venas. Me sobresalté al sentir el suave tacto peludo que sentí sobre mi torso, que la camisa harapienta y desabrochada que portaba no llegaba a tapar. Me alivió darme cuenta de que solamente era el ratoncito, que se aferraba a mi vello corporal, mirándome, de nuevo, con curiosidad. Decidí repetir el proceso que había llevado a cabo el día anterior: comer, beber, darle unos pocos macarrones y algo de agua al roedor y dormir. No obstante, no conseguí dormir hasta pasadas varias horas y, cuando lo hice, sólo me sirvió para asustarme más a causa de las pesadillas relacionadas con los enfrentamientos entre el ejército y los rebeldes rusos. Me levanté, empapado en sudor, y deambulé por la habitación. Mi mente estaba en blanco. No sabía qué hacer, pues tan sólo me quedaba esperar una visita, un milagro, o la muerte. De pronto oí unos pasos, cada vez más cercanos. Pensé que me traerían más comida, pero no. No estaba especialmente hambriento, pero las pesadillas me habían agotado, así que me senté en una esquina de la estancia. Mirando hacia arriba me di cuenta de lo valiosa que es la compañía, de cómo te puede cambiar la vida un momento y, sobre todo, de que el techo necesitaba una mano de pintura. También deberían de cambiar la bombilla, que de vez en cuando titilaba; aunque, al fin y al cabo, ¿por qué se iban a tomar esa molestia?
    Empecé a preguntarme a qué estaría destinada originalmente la sala en la que me encontraba. Quizás me encontraba en una antigua cárcel del gobierno ruso, o  simplemente en el feo sótano de una casa abandonada, probablemente alejada de la civilización para que nadie se pudiese imaginar que vivía a escasos metros de una especie de prisión improvisada. Además, no oía el sonido de la guerra. En fin, en aquel momento no me importaba en absoluto dónde estaba, sino cómo iba a escapar. Pasaron minutos y horas sin obtener respuesta, pero de repente empecé a escuchar pasos de nuevo. Esta vez sí se dirigían hacia mí. Unas misteriosas manos femeninas asomaron por el cristal de la
puerta para darme otra bandeja con alimentos. Según las vi, dije:
  -Пожалуйста скажите мне, почему я здесь*
  Al principio, silencio. Pero, de pronto, una preciosa y tímida voz respondió:
  -Lo siento, no hablo ruso.
  Antes de poder reaccionar, ya se había ido. No hacía más que preguntarme: “¿Quién era esa chica? Era española,  ¿no? ¿O acaso la soledad ya me está afectando al cerebro?”. En los días consecuentes me limitaba a comer, beber, ejercitar los músculos, y jugar con el ratón tirándole granitos de arroz que iba acumulando. Reconozco que
al principio ese animal me había dado un poco de grima, pero con el tiempo le cogí mucho cariño. Decidí llamarle Sésamo, en recuerdo a un día en que mordisqueó el pan de la hamburguesa que me dieron mientras dormía. Notaba cómo la barba me crecía conforme pasaban los días. Sésamo se había hecho un pequeño escondrijo en una pared, y cada vez que me acercaba intentaba morderme. Suponía que lo hacía porque ahí iba almacenando parte de la comida que le daba.
   Un día, la puerta se abrió de golpe. Nunca había visto esa puerta abierta, y nunca había visto un hombre como el que la había abierto. Era alto, robusto y bigotudo. Tenía el pelo castaño oscuro, y los ojos verdosos. Tenía una cicatriz en la nariz, pero lo que más me impresionaba de él era su vestimenta. Era claramente la de un alto cargo del ejército ruso. Estaba acompañado por dos soldados. Uno de ellos estaba calvo, y tenía la cara tapada por una bufanda. El otro, mucho menos corpulento, llevaba un fusil, que no creo que dudase en usar en caso de necesidad. El alto cargo y yo empezamos a hablar en ruso. Bueno, yo me limité a decir que no sabía nada de los rebeldes rusos como respuesta a sus repetitivas preguntas. El miedo volvió a recorrerme el cuerpo cuando se levantó de la silla en la que se apoyaba con actitud amenazadora, pero, gracias a Dios, una mujer joven y atractiva, que rondaba mi edad (35 años), le dijo a uno de los imponentes matones:
  -Dígale que tiene una reunión.
  ¡Era ella, la chica de la bandeja! En cuanto me di cuenta intenté hablar con ella.
  -¡Eres la chica del otro día! -comencé- Por favor, ayúdame. Yo no he hecho nada malo, no tengo nada que ver con los rebeldes.
  Ella parecía creerme. Intentó convencer al hombre, pero sólo le sirvió para recibir un puñetazo. La sangre manaba de su nariz como un río, pero la herida no parecía  excesivamente grande. Todos salieron de la habitación, pero el general me dedicó unas últimas palabras en ruso: “atente a las consecuencias”. No podía hacer otra cosa que temer.
   Temer por mi vida, temer por esa chica aparentemente inocente, temer por el fatal desenlace que podría tener la guerra, todavía en curso. Los días posteriores me alimentaron a base de dos manzanas diarias y agua. Por suerte era suficiente para Sésamo, que aun así continuaba llevando comida a su habitación personal; pero yo me sentía agotado.
   Tenía las fuerzas mermadas, y no me apetecía nada más que tumbarme en la cama a esperar mi triste final. Cuando dormía, rusos y alemanes entraban en mis sueños para conquistarlos. Al fin y al cabo dicen que la vida es un sueño que se desgasta hasta convertirse en pesadilla. Cuando ya no tenía ni una pizca de esperanza, escuché un tiroteo en la lejanía. Cada vez se oía más fuerte, así que me acurruqué en una pared con Sésamo en brazos. De pronto, alguien forzó la puerta y entró con brusquedad. Mi reacción fue la de intentar protegerme con mis propios brazos, pero poco a poco me fui dando cuenta de que el hombre que había entrado permanecía inmóvil en el fondo de la sala.
  -We are here to help you -dijo, con cautela.
  -Lo siento, solo hablo español y ruso.
  - ¡Ah, menos mal! Santiago, vamos a sacarle de aquí.
  Sin comerlo ni beberlo, el hombre empezó a explicarme con pelos y señales qué había pasado: la chaqueta que me puse en aquella ciudad era de los revolucionarios rusos, que estaban a favor de Alemania. Entre eso y el fragor de la batalla me confundieron con un cabecilla rebelde, y me secuestraron para usarme como rehén.
  -Está bien, pero ¿por qué no se percataron de quién era en realidad cuando vinieron a interrogarme?
  -Bueno, en su estado no es muy fácil reconocerle -dijo, ofreciéndome un espejo.
  Tenía razón. La falta de sueño y la desnutrición habían hecho estragos en mi piel, por no hablar de la larga barba que me había crecido en lo que fueron cuatro meses de cautiverio. También tenía el pelo largo y descuidado, y el cuerpo débil y escuálido. Les pregunté cómo me habían encontrado. Al parecer una llamada anónima de una mujer de voz angelical les había revelado mi paradero, ahora que la guerra estaba acabando. No pude evitar pensar en aquella chica. Aquella chica de las manos delicadas, aquella chica de cabello rubio, aquella chica de voz armoniosa.
   Mientras lo meditaba, ella apareció: Aura. Una hermosa mujer de 1,70 de altura con el pelo liso y rubio, los ojos grandes y azules, una boca que siempre esboza una sonrisa y una voz más que agradable. Por un momento pasé miedo por ella por el hecho de ser del bando enemigo, pero la traición a su general le salvó la vida.
  -Si quiere le llevamos a su casa, Señor Ordóñez -dijo el militar, dirigiéndose a mí.
 Me pareció genial, pero antes tenía que hacer una cosa. Me acerqué al agujero de la pared en el que reposaba Sésamo, ahora plácidamente, y no podía dar crédito a lo que veía: no solo estaba él, sino también una ratoncita, a la que llamé Josefina, y sus cuatro crías: Evaristo, Borja, Basilio y Betty. Después del shock de ver a mi gran amigo ya con una familia, decidí llevármelos a todos a vivir a mi casa de Málaga. Casi me muero de la impresión cuando Aura me dijo:
  -Mi casa debe de estar destruida. ¿Podría ir a vivir contigo?
  Por suerte conseguí articular la frase:
  -Sí.
 
***
* “por favor, dígame por qué estoy aquí”
Alberto Gómez Perales
&
Ludwig Meidner

xoves, 6 de novembro de 2014

LA GUERRA MUNDIAL Y YO, Julia Nieto Mantiñán

LA GUERRA MUNDIAL Y YO

   “Cuando Dios desea enviar un desastre sobre una persona, primero le envía un poco de suerte para que goce. Cuando Dios desea enviar bendiciones sobre una persona, primero le envía un poco de desventuras y ve como puede soportarlas”
   Leí estos versos el verano de 1914, a la edad de 18 años. Cuando el mundo parecía despegar de un sueño eterno y se lanzaba a conquistar todo, lo que por naturaleza, debía respetar y proteger.
   Y entonces, por las malas, recordamos, que no hay triunfo sin respeto.
   Quizá cuando mi vista se paseó por las páginas del libro, este proverbio chino, pasó indiferente a las otras palabras y oraciones, y no fue hasta cuatro años después, cuando comencé a basar mi vida en ese concepto.
   “La calma antes de la tormenta.” Si tuviera que definir aquel mes de junio y de julio, sin ninguna duda, lo haría con esas palabras. Pese a que el verano aún nohabía llegado, y las mujeres seguíamos llevando las incómodas faldas hasta los tobillos, el calor llegó pronto a Londres. Poco a poco, los amaneceres se aceleraron, y la noche tardaba en caer sobre el barrio en el que vivía.
   Mi nombre es Christine, y soy la tercera hija de un adinerado pianista polaco y de una bella londinense, hija de empresarios acaudalados. El amor brotó de ellos, como las espinas de una rosa. Doloroso pero atrayente a la vez. Prueba de su perfecto matrimonio somos sus cinco hijos: Peter, Grace, yo, Adam y Benjamin. Nuestras respectivas edades, se comprendían entre los diecinueve y dos años. Todos eran impecablemente rubios y de ojos claros. A excepción de dos miembros de mi familia: mi padre y yo. Ambos teníamos los ojos grisáceos y el cabello oscuro. Rasgos a los que no añado ninguna queja. El problema era el semblante triste que nos personalizaba, que se acentuó aún más después de esos cuatro años cargados de fuego infernal. 
   Me gustaría haber dispuesto de más tiempo de mi infancia para haberlos pasado con mi padre. Era un hombre apuesto, y algo exótico debido a sus raíces extranjeras. Hablaba pausadamente y con un vocabulario envidiable; adoraba hablar con él las pocas horas que teníamos para vernos. Mi padre había triunfado como pianista a los pocos días de haber llegado a Londres. Había conseguido un trabajo en una cafetería durante las primeras horas de la noche y se había dado la casualidad de que el director de la orquesta oficial, se encontraba allí durante la primera velada. Supongo que no tengo que extenderme mucho para comprender que eso le catapultó a la fama, pero también a estar lejos de su familia.
   “La mejor capacidad de un ser humano es esperar” decía “si estuviera las veinticuatro horas del día, apenas te darías cuenta de mi presencia.” Esa frase, que en un primer momento me repetía todas las horas, llegó a atormentarme, cuando me di cuenta, de que ya no podría jugar más con mi padre, pues ya había crecido. A mediados de junio, cuando nuestras clases habían terminado, hicimos las maletas y nos dispusimos a pasar el verano en el campo, donde teníamos una humilde casa. En esa casa, pasé los mejores días de mi vida. Adoraba a los animales que allí vivían y la sensación de paz y tranquilidad que se respiraba en el ambiente. Por el contrario mi hermana, Grace, odiaba aquella preciada sensación y se dedicaba a pasar horas y horas tomando el sol en la piscina. No me gustaba para nada ver como despreciaba aquella nueva forma de vida, pero lo que era aún peor era tener que aguantar sus penas amorosas durante la noche. Se pasaba horas y horas pensando en el último romance que había tenido. Ni siquiera las historias que me relataba se merecían el nombre de romance, ya que cada dos semanas, hablaba de un chico distinto. Cómo no, mi madre no lo sabía, y eso le convenía a mi hermana, si no quería presenciar otra vez una de sus charlas machistas sobre el comportamiento femenino. Imaginaba que el verano iba a terminar con el calificativo de mes tranquilo y melodioso. Y entonces, la pesadilla comenzó.
   No malinterpretéis estas palabras, la Guerra no empezó de repente. Al igual que todas las enfermedades comenzó levemente, casi imperceptible, y poco a poco, se fue extendiendo.
   El 29 de junio mi hermano Peter entró en casa agitando un ejemplar del periódico, y dijo: “Mirad esto, "Asesinado el archiduque de Austria en una visita a Serbia."” Ojeé por encima el ejemplar y levanté la cabeza con la esperanza de encontrar la gravedad del asunto en la expresión de mi hermano. Sin embargo solo encontré una leve sonrisa que me indicó que no debía preocuparme.
   Me encantaría decir que después de este asunto, toda Europa siguió disfrutando del verano tranquilamente, así, que lo diré:: Toda Europa siguió respirando tranquilamente excepto dos países, cuyos nombres eran: Austria y Serbia. Unas semanas más tarde, conocí el significado de la palabra ultimátum, que distó mucho de ser lo que yo imaginaba. En efecto, Austria, Serbia y por lo tanto sus anteriores alianzas quedaron expuestas a una guerra. Cuando recibí la noticia me encontraba en el salón con la radio a mis espaldas, mientras tejía una chaqueta para poner durante las frescas noches del verano. La voz masculina que viajaba por el mundo en nuestro lugar, mascullaba nombres de países al tiempo que repetía sin parar guerra, soldados, máquinas de asalto...
   Cuando aquella noche, me fue imposible dormir, tenía demasiada adrenalina acumulada en mi cuerpo: la llegada de mi padre, la guerra europea, las caras de preocupación... era como si me hubieran hecho un nudo con las cuerdas vocales y me las estuvieran estrujando. Mis padres querían que nada cambiara en nuestras vidas, pero no pudieron evitarlo. Dejé de quedar con mis amigas para cocinar o hacer las tareas, ya que de lo único de lo que hablaban era de los hombres a los que perderían. Desde ese momento era incapaz de verlas de otro modo distinto al de verdaderas idiotas, así que me dediqué a hacer punto por las tardes sin ninguna compañía salvo la de mi hermano Benjamin que aún no hablaba y que por eso, era una gran compañía. Ahora no éramos siete personas sentadas a la mesa, sino que la radio estaba encendida durante todas las comidas. A medida que los días del mes de julio pasaban, sentía en mi pecho la nostalgia del campo, la tensión, la incertidumbre, y el miedo. Sobre todo el miedo. Todos estos sentimientos combinados son difíciles de disimular. Y al final, mis padres acabaron por darse cuenta,de que sus hijos necesitaban un descanso, o eso demostraron saber, cuando nos incitaron a asistir a un baile que se organizaba en el centro de la ciudad. Mis ganas de asistir eran nulas, no así las de mis hermanos mayores. Así, que al final no me quedó otra que ceder y prepararme para ir al baile que se celebraba el día 2 de agosto. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me di cuenta de que ya habíamos terminado el mes de julio. Esto me hizo pensar que era verdad que necesitaba un descanso, así que definitivamente me decidí a ir. Iba a elegir yo, mi propio vestido. Pero mi hermana me dijo que con mi poca experiencia no sabría que elegir ni como maquillarme, así que se presentó voluntaria para elegir el conjunto, y yo le dejé. Unas horas antes del comienzo del baile, procedimos a arreglarnos.
   Grace, me puso de pie en una silla, y me vistió, y más tarde maquilló. Durante todo ese tiempo, me prohibió que bajase la mirada y tapó todos los espejos y, aunque notaba una pizca de nerviosismo, la sonrisa de satisfacción de mi hermana me hizo sentir más tranquila. Después de una media hora, se alejó de mí, y me observó como si fuera un pintor que admiraba su obra. Luego giró un espejo y me miré en él. No pude evitar una cara de asombro. El vestido, aunque algo escotado para mi gusto era blanco y tenía los bordes adornados con encaje, que se adaptaba perfectamente a mi figura. El maquillaje había dado protagonismo a mis ojos, que por fin se veían azules, y había disminuido la pizca de tristeza. “Dios mío, Grace!” dije sin disimular mi clara sorpresa. Mi hermana se rió y se inclinó como los actores de teatro al terminar una obra. En la otra media hora que tardó mi hermana en arreglarse, me resultó imposible no dejar de mirarme. Era obvio que nos habíamos olvidado de la oscuridad, que asomaba por la vuelta de la esquina. Cuando llegamos al lugar, que era un centro enorme adornado con globos, serpentinas etc. Mi hermana se fue junto a su último fichaje, y mi hermano se quedó con un grupo de amigos. Yo, sin ningún conocido, me senté en una silla cerca de la orquesta. “Tu hermano no me había dicho que tenía una hermana tan guapa”, cuando me giré, me encontré con un hombre, de la edad de mi hermano. Con el pelo negro (algo despeinado, que le hacía irresistible), una mirada profunda pero pura, y con el típico bigote inglés. Era increíblemente guapo, lo que hizo que me sonrojase.
   Solo alcancé a esbozar una sonrisa, que él devolvió con el mismo gesto. Acto seguido se sentó y dijo tendiéndome la mano “Harry Evens” lo observé temiendo que notase como el corazón me iba a cien, pero me armé de valor y le di la mano con decisión: “Christine Bronislaw” noté por el rabillo del ojo, como algunas chicas nos miraban con envidia. “¿Christine? bonito nombre, ¿te gusta esta canción?” Hasta ese momento no me había dado cuenta de que la canción que sonaba era Alma Llanera, una de mis canciones favoritas “Mmm, la verdad es que me encanta” “Pues ya somos dos” y añadió levantándose y tendiendo de nuevo la mano “¿Te apetece bailar?” Era la primera vez que
alguien me pedía que bailase con él, sin embargo había ido con mi hermana a varias clases y tenía alguna práctica. De todas formas, el corazón se me iba a salir del pecho y tenía miedo de que notase mi nerviosismo. Le di la mano y sonreí. El me levantó y comenzó a bailar conmigo. La verdad es que no se me daba tan mal como yo pensé que se me daría, así que rebajé un punto en la cantidad de latidos por minuto. Harry era un gran conversador, como mi hermano y mi padre, pero a diferencia de ellos, dejaba que yo expresase mi opinión, y me respetaba. Creo que poco a poco fui comprendiendo a mi hermana en sus enamoramientos por minuto. Deseaba que las horas no pasaran y que, pese a que cambiásemos de canción, Harry siguiese bailando conmigo y no cambiando de conversador. Notaba como los nervios se habían disipado y hablaba con él como si lo conociera de toda la vida, notaba como la madurez iba llegando a mí, entonces, mi espíritu infantil resucitó y volvió a mi cuando Harry dijo: “Ha sido un honor conocerte, Christine, nunca está de más conocer a alguien interesante con quien compartir mis penas, antes de que estalle la guerra” Supongo que esperando una respuesta, no siguió hablando.
   En otras circunstancias le hubiese respondido, pero miles de pensamientos cruzaban mi cabeza : Mi familia, mi país, mi casa... ¿y mi hermano? Al nombrar Harry , la idea de ir a luchar pensé si él también tendría que hacerlo. De repente, la iluminación de la sala me hizo daño en los ojos y la música me agujereó los tímpanos, sentí las lágrimas agolpándose en mis párpados, y sin pensarlo, eché a correr. Salí del establecimiento con lágrimas en los ojos, y caminé a lo largo de la calle que tan solo tenía unas luces encendidas. Los oídos me pitaban y la vista comenzó a nublarse, oía la voz de Harry, seguida de otras que reconocí como la de mis hermanos. Tenía ganas de parar y llorar en sus brazos, pero no quería... no quería.... no quería admitir que Harry tenía razón y que la guerra llegaría, que mi hermano se iría y que nada volvería a ser lo mismo. Entonces, dejé de ver y de oír, solo noté un golpe incomparable en el cráneo, y fue entonces cuando me dí cuenta de que estaba en el suelo y de que no podía hacer nada para evitarlo. Me desperté a la mañana siguiente, en mi cama, con mi hermana a mis pies. “Me ha costado convencer a mamá de que sufrías mal de amores y no otra cosa” dijo riéndose. Yo reí y me dejé caer, dolorida y avergonzada, ¿qué pensaría ahora Harry de mi? Durante los siguientes días, solo me dediqué a pensar en él, cada vez que salía a la calle, debía ir perfectamente arreglada por si me lo encontraba, mi primer y último pensamiento iban para él. Ahora me siento culpable de no haber podido consolar a mi madre durante esos momentos duros,en los que sufría por sus hijos.
   Amaneció el 4 de julio, y mi mañana transcurrió normal y corriente, ajena a que aquella tarde iba a cambiar mi vida y la de todos nosotros. Después de comer, Grace y yo salimos a hacer recados, y cuando volvimos, nos sorprendió no ver a nadie en la calle. Mi corazón se enredó y comenzó a latir más y más rápido, sin duda, era señal de mal augurio. Al llegar a casa mis sospechas cobraron más fuerza al ver a mis padres blancos como la cal. Y cuando oí la noticia que hizo que mi hermana y mi madre se echaran a llorar, no sé porque preocupante motivo la noticia no fue sorpresa.
   Alemania había invadido Bélgica. Al hacerlo, Inglaterra debía responder, y ya lo había hecho con un ultimátum. Ultimátum, dichosa palabra. Aquella primera noche de conflicto, fue la primera que no dormí por temor a que mi padre y mi hermano llegasen a los puños. Temo que no era la única, pues de la habitación de mi madre llegaban sollozos. Mi hermano tenía la opción de no alistarse en esa batalla de la que difícilmente volvería. Pero si no lo hacía, teniendo en cuenta que estaba completamente sano y en la edad adecuada, lo tacharían de cobarde. Discrepaba totalmente en ese asunto, pues creo que los verdaderos valientes son los que luchan contra las ataduras sociales. Sin embargo mi padre no parecía comprenderlo. Temía por mi hermano, y por mi madre que tendría que soportar lo que para una madre equivale a perder la vida misma.
   Los días que siguieron, vinieron cargados de tensión, nadie hablaba ni nos mirábamos. Mi hermano no estaba en casa, salía muy temprano y llegaba muy tarde. Debí haber sospechado que algo no iba bien, pero me dediqué a llenar mi cabeza de pensamientos positivos. Unos días después, Peter nos reunió en el salón y nos informó que iba a alistarse para el combate. Lo siguiente fue una serie de llantos y felicitaciones por parte de mi padre. Mientras tanto, yo me limitaba a contener las lágrimas que se clavaban en mi garganta como si en realidad fueran espinas. Me preguntaba, y lo sigo haciendo, cuándo se me presentaría la satisfacción del honor de la que tanto hablaban, porque si se trataba de eso, no valía la pena. El 8 de agosto, mi hermano caminó entre una fila llena de hombres que se despedían temiendo no tener la ocasión de hacerlo nuevamente. Me pregunté si en realidad caminaría sobre la escalinata hacia la muerte, pero aparté esos pensamientos lejos de mí, ya que notaba las lágrimas, aunque sorprendida, por la idea de que aún me quedasen lágrimas para llorar. Vi como se infiltraba en un grupo de amigos y saludaba a uno en concreto, que intentó zafarse de su brazo, como si le molestase su presencia.
   Un hombre de pelo negro, algo despeinado y una mirada profunda pero dulce... en ese momento comprendí el significado de la expresión “ un vuelco al corazón”. Mi hermano hablaba con Harry , que se había dado cuenta de mi presencia. Sonrió y caminó hacia mí. Cuando lo hice, consideré la idea de desmayarme de nuevo. Cuando estaba delante de mí, hizo una reverencia, y dijo “Se presenta ante vos, el rey de los idiotas” reí, y dije “Bienvenido a la corte de los desmayadizos” Ambos sonreímos y nos enzarzamos en una entretenida conversación, que terminó invitándome a comer. Así, juntos, fue como transcurrió uno de los mejores días de mi vida. Ya cuando la noche había caído, nos sentamos en el suelo, de un parque cubierto por hierba y él dijo “¿Me esperarás, Christine? Quizá había leído esa frase en montones de libros sobre hombres que se van y dejan solas y tristes a sus mujeres. Quizá había deseado cada vez que la leía, que un hombre me la dijera a mí, pero en el momento en que la frase salió de su garganta, me pareció que la decía en un idioma extraño. En unas milésimas de segundo me tranquilicé y respondí algo de lo que nunca me arrepentiré: “Toda mi vida si es preciso”. Él se incorporó, y plasmó sus labios con los míos, en un gesto que había visto veces y veces, pero que era incomparable. Aquella noche, nuevamente, las mariposas revolotearon por mi estómago y me impidieron dormir, pero no me importó.
   Mi madre nunca volvió a ser la misma, después de la ida de mi hermano. Solía hablar sola, y la tristeza se asentó en sus ojos, bordeados por ojeras. Mi padre decidió pasar más tiempo en casa, cosa que no pareció cambiarle la expresión, como solía hacerlo antes. Los días pasaban y pasaban, y entonces, Lisa, una prima muy querida por mi madre, se estableció en la ciudad. Mi madre estaba contenta, y como Lisa también tenía a su hijo alistado, se entendían a la perfección. Lisa trabajaba en un pub del barrio, como camarera, y mi madre iba a buscarla para recorrer el camino juntas.
   Y entonces, deseé que no se hubieran conocido nunca. Ocurrió un año después,en septiembre, los meses habían pasado, y Adam había cumplido un año más, siete en total. Aún no habían llegado noticias sobre Peter y parecía que la calma había vuelto. Habíamos tenido dos ataques aéreos durante enero, pero ninguno había causado grandes estragos. Pero a mi padre le quitaba el sueño la poca preparación de Inglaterra. Era la noche del 8 de septiembre, nuestro profesor particular, se había ido a Bélgica, así que aún no habíamos empezado las clases. Mi madre, como siempre había salido a recoger a su prima. Mi padre cada vez gustaba menos de los paseos nocturnos de mi madre, pues le parecían peligrosos. Cuando observé como mi madre salía por la puerta, nunca pensé que sería la última vez que lo haría. Me encontraba dibujando, una de mis grandes pasiones, cuando un ruido me dejó los tímpanos bailando. Me incorporé, o al menos lo intenté , ya que me caí de nuevo y vi como en una sucesión aterradora, como todos los cristales comenzaban a caer.
   En un movimiento reflejo, grité y me escondí debajo de una mesa, pero noté la punzada en mi pierna de uno de los cristales. Me dolía la cabeza y no era capaz de pensar en nada, tampoco de oír. Y entonces, cesaron los estallidos, estuve largo rato debajo de la mesa, y ví llegar a mi padre muy alborotado seguido de mis hermanos. Salí con cuidado y cargada de miedo y desesperación dije “¿Qué ha sido eso?” No me di cuenta de que lo decía gritando y al borde del llanto. “Una bomba” A Grace también le temblaba la voz. Benjamin lloraba y Adam tenía tanto miedo que no paraba de temblar y no podía ni gritar. “ Creo que ha sido un bombardeo, … Voy a salir!” dijo mi padre. Grace y yo le suplicamos que no lo hiciera, que a lo mejor le disparaban, pero se limitó ir hacia la puerta mientras nos indicaba que nos calmáramos y nos quedáramos dentro. Estaba realmente aterrorizada, ni siquiera el llanto de mi hermano me molestaba tanto como mis propios pensamientos. Al fin, mi padre regresó y nos dijo que ya había cesado. Sin embargo, estaba sospechosamente pálido.
   Salimos al jardín, y le pregunté, temiendo lo peor, “¿Qu-qué pasa?”. Él suspiró y dijo como si le dolieran las palabras “Mamá” Me había olvidado de que mamá no estaba en casa, y el miedo completó su circuito alrededor de mi cuerpo, abarcándolo totalmente. Lo siguiente fue una búsqueda insaciable que terminó cuando por fin llegamos al pub donde trabajaba Lisa. Allí el mundo se apagó para mí. Todo estaba completamente calcinado y había montones de ambulancias paradas y cargadas de gente. Charcos de sangre y agua en el suelo, y una sucia carpa improvisada donde se atendía a los heridos y se depositaban los restos humanos. Tenía un nudo en la garganta y empecé a sudar, quería llorar, pero no era capaz de hacer nada. Nada!.
   Mi padre, entrecerró los ojos, preocupado y caminó hacia la carpa. Donde un médico manchado de sangre tenía una larga lista. “¿Elisabeth Bronislaw”? dijo. Me dolió escuchar el nombre de mi madre dicho con tanta frialdad. Nadie debería depender de la expresión de un medico a la hora de saber si su madre está viva o muerta. Debía de tener cierto adiestramiento para el trato a familiares porque no dio ninguna pista. “Pasen por aquí!” -dijo-- . Solo con la idea de saber que mi madre estaba allí las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin que pudiera controlarme. El espectáculo era horroroso, me preocupaba que fuera demasiado para mi hermano pequeño, pero él no parecía dejar de mirar al frente.
   El médico nos condujo hasta una camilla concreta, en la que una mujer ensangrentada, que algún día debió ser la más feliz del mundo sonreía. “Mamá!” fue lo único que el nudo en la garganta me dejó decir. “Mis niños!” Y abrió los brazos, pero los cerró como si le doliera. Nos dio un beso a cada uno.
   Lamento no haber podido decirle que la quería y que lo seguiría haciendo, pero la tristeza solo dejó que de mí salieran unas lágrimas. “...Tranquila!” -dijo con voz dulce- “tranquila...”. Mi madre solo tenía dos manos, pero consiguió que los cuatro hijos presentes nos agarrásemos a ella.
   Las horas pasaban y mi padre, a los pies de la cama miraba a mi madre con preocupación y mi madre le devolvía las miradas mientras nos acariciaba el pelo. Las voces se apagaron, y hablábamos con los ojos. De alguna manera, todos sabían que se estaba muriendo, pero ninguno quería reconocerlo. A veces los misterios de la mente humana son increíbles, pues, cuando debería haber pasado más miedo, mi madre hizo que no lo sintiera y que pensara, por un momento, que por mañana todo volvería a ser como antes.
   Cuando la noche ya era cerrada, tuve sueño y me fui durmiendo sin casi notarlo. Cerré los párpados... y cuando los abrí descubrí que mi madre también lo había hecho, pero ella dormía con demasiada paz y entonces me dí cuenta de que nunca volvería a despertar. La lloramos mucho. Nada volvió a ser lo mismo. Es difícil expresar lo que sentí cuando el dolor y la certeza de que mi madre, esa persona que me acompañó durante todos los días y que, al igual que el Sol, formaba parte de mi día a día, ahora ya solo quedaba en el mundo de los recuerdos y que tendría que esforzarme por guardar, como el más bello y único tesoro, todos y cada uno de los bellos momentos que estuvimos juntas.
   Murieron 80 personas aquel día, y mi dolor insuperable tuvo que unirse al duelo colectivo experimentado por todos los familiares de las víctimas. Enterramos a mamá en el campo cercano a aquella casa donde habíamos sido tan felices. Recordé que una vez, un profesor nos explicó que no existía el silencio absoluto y no fuimos capaces de imaginarlo, pero lo que hubo en mi casa los meses siguientes, se acercó bastante a lo que creo que quería explicarnos. Creo que, difícilmente, lo superaré. Pero la vida tenía preparados muchos golpes y el siguiente no tardaría en llegar. Dos meses después de la pérdida, salí a dar un paseo, hacia las 7 de la tarde. Cargada de bolsas de la compra, me decidí a volver a casa, cuando, sin más dilación, vi a mi hermano. No pude evitar que las bolsas se me cayesen y que él se diera cuenta y saliera huyendo. Recogí las bolsas y mientras lo hacía pensaba, que me estaba volviendo loca. ¿Sería porque lo echaba de menos? Pensé que debería seguirlo, pero le había perdido la pista. Respiré hondo y me dediqué a pensar que eran imaginaciones mías. Pero mis nervios comenzaron a crecer, cuando creí ver a mi hermano de nuevo. Aquella vez fue la gota que colmaba el vaso. Me decidí a seguirlo y le grité, el se giró y lo tuve claro “No puede ser, pensé” Empezó a correr, pero al poco se paró, se metió en un bar y me indicó con la mano que viniese. Al principio me dio algo de miedo, pero me decidí a entrar. El hombre que guardaba gran parecido con mi hermano estaba en la barra, sentado. Yo entré y avancé hacia él, hubo un intercambio de miradas en el que los dos parecíamos tratar de darnos cuenta de que nos habíamos reconocido. Entonces él se levantó y con gesto serio me abrazó y me dijo fríamente “¿Cómo estás Christine?” No podía creerlo, ¡mi hermano!
   Consideré seriamente la opción de ir a un manicomio, ya que me daba la sensación de estar completamente loca. Mi 'supuestamente' hermano, se separó de mí, y me miró, esperando a que hablase, pero no era capaz de articular palabra. “Christine , escucha, no debes decirle a nadie que estoy aquí...” Esta vez las palabras salieron de mí como un tiro “Pe-pero... ¿qué haces aquí?” él suspiró y se sentó de nuevo “ Christine, yo no podía alistarme, no podía tirar mi vida al suelo de esa forma” A la espera de palabras que no  llegaron, prosiguió pero no, sin antes suspirar de nuevo “Cuando papá me presentó la idea de alistarme, hablé con unos amigos y planeamos zafarnos del ejército...” Las palabras me dolían, mi hermano... no estaba arriesgando su vida como creía. Debería alegrarme por él, sin embargo, pensé en las noches en vela temiendo por su vida, y en mi madre, mi pobre madre que lo lloró hasta su muerte. Mi hermano continuó hablando: “Cuando llegamos al campo de batalla, fingí una enfermedad mental, pero no pude volver a casa por lo que papá pudiese decirme”.
   Yo no podía más, de nuevo un montón de pensamientos vinieron a mi mente y la bombardearon “¿Y te importa lo que papá pueda decirte, pero no lo que yo, tus hermanos... y mamá podamos pensar de tu llegada?” Al nombrar a mi madre, recordé que mi hermano aún no sabía nada sobre su muerte. “Mamá te lloró mucho ¿sabes?”
   “Christine, tendré tiempo de estar con mamá cuando vuelva -me dijo-,... y se alegrará el doble” “¡Mamá ha muerto!” Lamenté mucho decirle a mi hermano la noticia tan directamente, pero estaba enfadada, enfadada por dedicar un pensamiento a un hombre que ni siquiera parecía pensar en nosotros. Mi hermano parecía derrotado, no era capaz de mirarme, pero no lloraba, sin embargo, yo, hacía tiempo que lo hacía. De repente, la esperanza llegó de nuevo a mí y dije “¿Y-y Harry?”
   Mi hermano me miró con dureza y altivez, y me espetó “Supongo que podrás seguir honrándole con tu amor y todos los honores porque él si que ha ido a luchar” No pude más, salí disparada del lugar, y me perdí entre la multitud de la calle. No me importaba a donde ir, en ese momento, una gran parte de mi mente, se dedicaba a dispararme con pensamientos oscuros, tristes y melancólicos y ya todo era una pesadilla desatada.
    El invierno cesó, y comenzó un nuevo año, pero fue un gravísimo error pensar que me traería mejores presagios que el anterior. El 5 de febrero, cumplí diecinueve años y , por primera vez, me pregunté, de que habían servido. Cuatro días después, el 9, una noticia que nadie debería recibir, hizo que se me quedara grabada a fuego esa fecha. Estaba jugaba con mi hermano Benjamin, al que, ahora que empezaba a mostrar sus intenciones de aprender, le leía montones de cuentos. Creo que durante ese año, fue con la persona que más hablé, pues me herían las palabras que vinieran de cualquier otro ser.
   Entonces, llamaron a la puerta. Como yo estaba en el piso de arriba, tan solo me llegaron el sonido de voces masculinas y un escalofrío me recorrió el cuerpo al ver un coche militar fuera. Cuando la visita se hubo despachado, bajé corriendo las escaleras y miré a mi padre, que había arqueado las cejas y cuyos ojos lo decían todo, no eran buenas noticias. Extendió la mano, y dejó ver un telegrama. “Lo siento Christine” Cogí el telegrama y lo abrí, como una fiera y su presa. Después de leerlo caí al suelo y lloré, lloré y lloré. Me dolía el pecho, y notaba un fuerte dolor de cabeza, como si mi cuerpo me pidiese que, por favor, no llorase, pues no quedaban lágrimas. Harry, al que prometí esperar, había muerto en el campo de batalla. Recordé las palabras de mi hermano, sobre que podría honrarle con todos los honores, y noté de nuevo el dolor que producía aquel sentido del honor, y que, por su culpa, ya se habían perdido bastantes vidas. Mi estado de ánimo cambió repentinamente, estaba enfadada, enfadada con los hombres, incapaces de cuidar del prójimo, si no que preferían enfrentarse a él en el campo de batalla. Enfadada con el universo, por arrebatarme todas las personas que más quería. Me levanté y me fui a mi habitación. No sé cuantos objetos rompí en el suelo, ni hasta donde se oyeron mis gritos de una combinación de ira y tristeza. Después de horas de llanto desconsolado, me dejé caer sobre la cama y me dormí. El episodio se repitió días y días, hasta que no me quedaron objetos que romper, gritos que exhalar, ni lágrimas que derramar. Entonces, sustituí esos sentimientos por los de esperanza. Me obligaba a pensar que todo esto era una mentira, y que cuando, al día siguiente despertara, mi madre, Harry, mi hermano... estarían conmigo.
   Hubiese pasado así toda mi vida. Pero entonces, mi padre entró en mi habitación y simplemente me dijo, “Si lloras por personas que ni siquiera están aquí, entonces no podrás reír con nosotros. Simplemente esa frase hizo que pensara toda la noche, simplemente.
   A la mañana siguiente me desperté con las primeras luces. Me vestí, y salí sin hacer ruido de casa. Avancé unas cuantas calles y llegué al barrio donde había encontrado a mi hermano. Pregunté a algunas mujeres con niños que paseaban, y por suerte lo conocían. Siguiendo sus indicaciones, llegué a un bar donde, a través del escaparate, vi a mi hermano. Entré, y sin dirigirle ninguna palabra, me senté delante de él, que, por sus gestos, se sentía molesto. “¿Hace buen día, no?” Miré hacia la ventana y reí, porque en realidad, estaba lloviendo. “Peter, siento haberte dicho lo de mamá de esa forma...” iba a seguir hablando pero me detuvo con un gesto. Luego miró a la ventana, y dijo, “A veces aún parece que está aquí, noto como me regaña por no haber ido a casa y como vela por las noches, creo que lo que menos le hubiese gustado es que dos de sus hijos estuviesen enfadados, lo siento Christine, por no devolverte los pensamientos tristes y por no acompañarte en los momentos duros” Le miré, y derramé algunas lágrimas. Él, sin darme cuenta, esperaba una respuesta, y esbozó “Te toca” yo le miré, me levanté, y le abracé, hacía tiempo que no era tan reconfortable un abrazo. Hablamos largo y tendido, sobre nuestras vidas, y lo mucho que habíamos madurado. Al día siguiente, Peter, se presentó en casa y le explicó lo sucedido a mi padre. Pensé que tendría que aguantar de nuevo las peleas y que incluso, podría echarlo de casa, sin embargo, se fundieron en un cariñoso abrazo. Un año después, el 11 de noviembre de 1918, la guerra llegó a su fin, con unos balances de millones de muertos, entre los que se encontraba mi madre y Harry. En cuanto a mí, yo y mi familia, nos subimos a un tren con rumbo al campo el 3 de junio de 1919.
   Fue mi primer y último viaje en tren, pues no pienso moverme de donde estoy, y donde mi felicidad es plena. Durante el viaje, mi padre y mis hermanos se acomodaron, sin embargo, yo me quedé de pie ante la puerta que se cerraba y que era la barrera entre dos futuros distintos. “Estamos sometidos a un ciclo” solía decir mi profesor. “Morimos igual que nacimos, y nacemos igual que morimos” No sé si aún lo recordáis, pero este relato que aquí acaba, nació con una metáfora, y morirá con una que ocupó mi mente durante mi viaje a la felicidad: “La vida es como un viaje en tren, algunos comienzan el viaje junto a ti, y otros lo hacen a mitad del camino.
   Muchos se bajan antes de la última parada, y muy pocos permanecen hasta ella. Pero cada persona, deja algo en ti, un recuerdo que nunca olvidarás.
   Disfruta del viaje, pues es imposible saber con certeza, cuando llegará a su fin”

Julia Nieto Mantiñán
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John Singer Sargent