Chegamos ben abrigadiños ao solsticio de inverno.
E, «por no hacer mudanza en su costumbre», cumprimos a tradición de rememorar as tradicións lendo a Paul Auster, Hans Christian Andersen, Rafael Dieste ou unha antoloxía de microrrelatos, pregando, iso si, que non suceda o augurio de Giselle Aronson.
SUPUESTO
—Soy Papá Noel. ¡Créanme! ¡Soy Papá Noel!— gritaba el hombre vestido acorde a sus declaraciones desgañitadas. En vano intentaba zafar de los inclementes enfermeros de la Clínica Psiquiátrica Municipal, quienes estaban acostumbrados a maniatar y escuchar alaridos. A ellos ya no les sorprendían los supuestos Napoleones, los Bill Gates ficticios, las pretendidas Marilyn Monroe, tampoco los autoproclamados asesinos de Gandhi. Era de esperar que esa Nochebuena apareciera quien se crea Santa Claus.
Lo que sí asombró al personal del neuropsiquiátrico fue escuchar en los noticieros, en la mañana del 25, que esa noche ningún niño del planeta había recibido su regalo.
Lo que sí asombró al personal del neuropsiquiátrico fue escuchar en los noticieros, en la mañana del 25, que esa noche ningún niño del planeta había recibido su regalo.
Giselle Aronson
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