ENCUENTRO CON DIANA ARADAS
Emiliana leyó a Baudelaire, Pessoa, Keats, Orwell y Huxley. A Lope y a Bécquer.
Diana Aradas también leyó a Franz Kafka y, por qué no decirlo, a Philippe Claudel.
Nosotros hemos leído a Billy Collins y hemos confirmado, en la crudeza de los autorretratos de William Utermohlen, que la realidad es una construcción personal.
Emiliana una vez supo que no todos elegimos, como Emily Dickinson, la soledad y el confinamiento.
Y no obstante, ya respiremos oxígeno puro en la orilla del océano, ya os conformemos con el leve hilillo de aire que lleva el olor del yodo a la habitación apestillada, para todos la vida es como una caja de cristal.
A todos nos traiciona, decimos, la memoria. Y no. No hay traición. Es nuestra mente la que acomoda los recuerdos, la que los lima y engarza sobre un relato que deambula torpe, como un borracho sobre arenas movedizas. Y sí. ¡Cuántas veces nos faltan las piezas!
La casa, en la que a Emiliana le parece que no mañanea el día, sólo deja entrar la luz por la ventana que mira al mar.
Nosotros, que todavía estamos de este lado de la gatera, sabemos del dolor del que dispensa, con delicadeza extrema, los cuidados. Sabemos de la precisión quirúrgica con la administramos nuestra simulación piadosa. Y, sí, también como Emiliana, odiamos los espejos.
Somos hijasmadres. Somos madreshijas.
Aún somos.
Francisco Rodríguez Coloma
&
Ana Tomé
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