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Cecilia Varela ilustra estas seis semblanzas de Mujeres admirables: a Condesa de Benavente, María Guerrero, María Moliner, Clara Campoamor, Rosalía de Castro, Matilde Montoya, María Zambrano y Anaïs Napoleón.
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MARÍA MOLINER
Muy cerca del teatro hay una biblioteca donde trabaja Pedro, el tío de Samuel, que va a buscarle y espera a que termine su turno leyendo un cuento. Luego se sientan en una terraza a tomar un refresco. Samuel cuenta a su tío en qué consisten sus deberes.
—Debes hablar de María Moliner, que escribió sola todo un diccionario.
—¿Un diccionario? ¿Entero? Cuéntame cómo lo hizo...
—Verás, ella nació en un pueblo de Zaragoza en 1900. Sus padres le dieron una buena educación. Estudió Filosofía y letras, y acabó la carrera con sobresaliente. Después ganó unas oposiciones para bibliotecarios y, recién casada con un catedrático de Física llamado Fernando Ramón y Ferrando, se trasladó a Valencia. Allí, María empezó a colaborar en actividades educativas dando clases gratuitas de Literatura y Gramática. Ayudó a poner en marcha pequeñas bibliotecas en los pueblos de la provincia, e incluso escribió una guía donde explicaba los pasos a seguir para formar una biblioteca.
—¿Para venderla?
—¡Qué va! Ella decía que el acceso a los libros era fundamental para el progreso de la sociedad, y hacía lo posible para fomentar la lectura. En 1936, empezó a dirigir la biblioteca de la Universidad de Valencia. Por desgracia, la Guerra Civil vino a cambiarlo todo. María, que era fiel a la república, trabajó en puestos relacionados con la organización de archivos, y redactó un plan de bibliotecas para todo el estado. Como la república perdió la guerra, María y su marido fueron apartados de sus trabajos, aunque con el tiempo se les restituiría. Y en 1950 empieza su gran proyecto: escribir un diccionario de uso del español.
—¿Y cómo lo hizo?
—Fue un trabajo muy duro: entonces no había ordenadores, y María Moliner tenía que pasar a máquina miles de fichas. Dedicó a esta tarea todo el tiempo que le dejaba su trabajo en la universidad, pero en 1966 el Diccionario de uso del español estaba en la calle. Los estudiantes y los profesores lo recibieron con entusiasmo, pues era un diccionario práctico que explicaba el uso y significado de las palabras y las expresiones populares. María Moliner era una apasionada del español, y quería ayudar a la gente a escribirlo y hablarlo bien. Con su diccionario lo consiguió. A pesar de ello, en 1972 se le negó el ingreso en la Real Academia Española.
—¿Por qué?
—Pues eso digo yo: ¿cómo demostrar un mayor afecto por nuestro idioma que escribiendo un diccionario? La historia ha sido injusta con María Moliner, y ojalá las nuevas generaciones se acuerden de ella para así, de algún modo, reparar esa injusticia.
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