VICENTE GARCÍA OLIVA, El cielo de los dinosaurios, Pearson, Madrid, 2011, 88 páxinas.
[NC GAR cie]
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García Oliva parte do relato de Monterroso para ofrecer once
narracións polas que transitan os máis diversos dinosaurios.
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No recordaba cómo había comenzado aquel enamoramiento. Aquella,
podría llamarla, locura. Esa profunda emoción de saber que, al fin,
había hallado al ser complementario, a esa figurada media naranja con la
que uno está dispuesto a pasar el resto de su vida.
Un día descubrí que me embargaba esa oscura sensación que no se sabe muy bien de donde viene, pero que cuando penetra es capaz de romper todas las barreras.
Y ciertamente eran muchas las barreras. Y de todo tipo.
Yo era consciente de la dificultad de aquella relación, hasta entonces oculta, pero que cuando se hiciera pública provocaría, seguro, un escándalo no solo entre mis compañeros de claustro, sino también entre los propios alumnos.
Y lo entendía. Lo entendía a la perfección. La diferencia de edad, los distintos caracteres, yo sensible y cultivado, ella primitiva y espontánea... Pero eso es lo que tiene el amor, que cuando llega rompe todas las barreras (creo que eso ya lo dije antes), derriba todos los diques, salta por encima de todas las convenciones.
Ellos no podían comprenderlo, y yo lo aceptaba.
Pero eso no fue óbice para que me sentara tan mal la frase despectiva del portero de aquel hotel que me dijo, con los ojillos apretados y la voz envenenada.
—Usted nunca entrará aquí acompañado de esa hembra de Velocirraptor.
Un día descubrí que me embargaba esa oscura sensación que no se sabe muy bien de donde viene, pero que cuando penetra es capaz de romper todas las barreras.
Y ciertamente eran muchas las barreras. Y de todo tipo.
Yo era consciente de la dificultad de aquella relación, hasta entonces oculta, pero que cuando se hiciera pública provocaría, seguro, un escándalo no solo entre mis compañeros de claustro, sino también entre los propios alumnos.
Y lo entendía. Lo entendía a la perfección. La diferencia de edad, los distintos caracteres, yo sensible y cultivado, ella primitiva y espontánea... Pero eso es lo que tiene el amor, que cuando llega rompe todas las barreras (creo que eso ya lo dije antes), derriba todos los diques, salta por encima de todas las convenciones.
Ellos no podían comprenderlo, y yo lo aceptaba.
Pero eso no fue óbice para que me sentara tan mal la frase despectiva del portero de aquel hotel que me dijo, con los ojillos apretados y la voz envenenada.
—Usted nunca entrará aquí acompañado de esa hembra de Velocirraptor.
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