MARCELA SERRANO, Nosotras que nos queremos tanto, Alfaguara, Madrid, 2014, 328 páxinas.
[NC SER nos]
Dicen que estoy enferma. No sé muy bien por qué estoy en esta clínica. Me trajo Magda aquella noche, pensando que había intentado suicidarme. Traté de explicarle al día siguiente que no era mi intención. Magda no entiende que yo solo estaba cansada. Por eso perdí el conocimiento. Igual podría haberme llevado a un hospital cualquiera. Pero no me creen. Dicen que la mezcla de tranquilizantes y alcohol puede ser letal. Y que yo lo sabía.
Estoy bien aquí. Todo es muy gris y se entona conmigo misma. Las mujeres de las otras piezas las divisé hoy en la mañana están peor que yo. Una lloraba, otra vomitaba. Vi brazos y piernas colgando de camas y me pregunté si no estarían muertas. Al menos las piezas y sábanas están limpias. Por el tipo de vegetación que diviso, sospecho que estamos cerca de la cordillera, en la parte alta de la ciudad. Ni siquiera he preguntado ni me importa. Tuve una sola confrontación con la enfermera: trató de quitarme los cigarrillos. Aquella cajetilla que imploré a Magda, que virtualmente arranqué de su cartera. Eso no se lo acepté y le dije claramente que me iría de inmediato si me la confiscaba. Lo raro es que me hizo caso. Si trata con sicóticos, debe estar habituada a la agresividad. Le puse la misma voz de mando que usaba mi madre con los inquilinos y surtió efecto. No me dejarán sin fumar, es para lo único que me queda voluntad.
Estoy bien aquí. Todo es muy gris y se entona conmigo misma. Las mujeres de las otras piezas las divisé hoy en la mañana están peor que yo. Una lloraba, otra vomitaba. Vi brazos y piernas colgando de camas y me pregunté si no estarían muertas. Al menos las piezas y sábanas están limpias. Por el tipo de vegetación que diviso, sospecho que estamos cerca de la cordillera, en la parte alta de la ciudad. Ni siquiera he preguntado ni me importa. Tuve una sola confrontación con la enfermera: trató de quitarme los cigarrillos. Aquella cajetilla que imploré a Magda, que virtualmente arranqué de su cartera. Eso no se lo acepté y le dije claramente que me iría de inmediato si me la confiscaba. Lo raro es que me hizo caso. Si trata con sicóticos, debe estar habituada a la agresividad. Le puse la misma voz de mando que usaba mi madre con los inquilinos y surtió efecto. No me dejarán sin fumar, es para lo único que me queda voluntad.
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