TERESA BLANCH & ANNA GASOL, El libro de los valores para niños, Block, Barcelona, 2016, 144 páxinas.
[AI BLA lib]
EL MAESTRO PERUANO
[Un cuento sobre la solidaridad]
Luis Enrique se inició como maestro en una aldea de los Andes
peruanos. Su escuela no era muy grande y sus alumnos venían andando
desde varias aldeas cercanas, a veces por caminos abruptos, otras con
los pies cubiertos de barro...
Como era nuevo en la región, antes de empezar el curso visitó a
todas las familias de los niños y niñas matriculados e intentó
convencer a los padres de las niñas no inscritas, condenadas desde
pequeñas a quedarse en casa a ayudar a sus madres, de que las
dejasen asistir a clase.
—Es muy importante que su hija aprenda a leer y escribir—les
decía. Y agregaba—: Así, cuando ustedes sean ancianos, les
ayudará mejor.
Estaba convencido del poder de la lectura, y antes de llegar a su
destino había hecho una buena provisión de libros infantiles,
nuevos y atractivos, para instalar una pequeña biblioteca en un
rincón del aula.
Cada vez que iba de vacaciones a su ciudad natal, buscaba más y más
libros para fomentar entre sus alumnos el placer de la lectura.
Un día entraba con un libro espectacular bajo el brazo, lo dejaba
encima de su mesa y no permitía que ninguno lo tocara.
—Es mi nuevo tesoro —decía—. Todavía no lo ha abierto nadie.
Antes de prestarlo tengo que saber qué contiene.
Otro día, estaba tan centrado en la lectura que olvidaba empezar la
clase.
—Profesor —decían los niños—, ¿no temamos mates a primera
hora?
—¡Oh! Se me ha pasado el tiempo volando. Es que este cuento que
trata de... —Observaba un momento los rostros expectantes s
añadía—: ¿Queréis que os lo lea?
—Síiii —respondía un coro de voces.
Curso tras curso, los niños y niñas aprendieron a leer, escribir,
cálculo, ciencias...
Un día, un niño le dijo:
—Han venido mis tíos y mis primos de la aldea que hay al otro lado
de la montaña. En su escuela apenas hay libros. Y dicen que son
viejos y están medio rotos.
Luis Enrique se interesó. Quiso ponerse en contacto con la maestra
de aquella escuela, pero el sistema telefónico era muy deficiente.
Un fin de semana se decidió. Llenó una mochila de libros y se
encaminó a la aldea que se encontraba más allá de la montaña. La
ascensión era durísima y los libros que cargaba a la espalda
pesaban como piedras.
Finalmente, llegó. Preguntó y se dirigió a la casa de la maestra.
Ella se mostró encantada con el regalo y le propuso a Luis Enrique:
—Mañana, domingo, podríamos reunir a los niños en la plaza para
presentarles los libros. Tú, que los has leído, podrías
explicarles algún cuento.
La reunión, a la que asistieron todos los habitantes de la aldea,
fue un éxito.
—¿No podrías venir de vez en cuando? —pidió la maestra.
—Claro, ya lo había pensado. Además, necesitaréis nuevas
lecturas —se ofreció Luis Enrique.
Así, durante aquel curso y el siguiente, un fin de semana cada
trimestre, llenaba una mochila de libros, se la cargaba a la espalda
y ascendía la pendiente montañosa para llevar nuevas lecturas a la
aldea,
Un día pidió prestada una llama al padre de una alumna.
—¿Para qué la quiere, profesor? —preguntó el hombre.
—Para llevar libros a la aldea. Podré cargar más de los que
entran en la mochila —explicó Luis Enrique.
—Tenga cuidado, no se acerque demasiado a la llama. Escupe.
Manténgala sujeta. ¿Está seguro de que sabrá dominarla?
—El hombre la dejó atada a una estaca y se alejó encogiéndose de
hombros.
Luis Enrique cargó un par de cajas con libros a lomos de la llama.
Las ató bien, cargó la mochila con unos pocos libros a su espalda,
desató la llama, sujetó la cuerda a su brazo y empezó la ascensión
a la montaña.
A medio camino, decidió hacer un alto para descansar y permitir al
animal que pastara un poco. Al aflojar un momento la presión de la
cuerda con que la sujetaba con intención de atarla a un árbol, la
llama se soltó y empezó a correr montaña arriba.
—¡Vuelveeee! —chilló hasta desgañitarse Luis Enrique,
corriendo en un desesperado intento de alcanzarla.
Cuando, finalmente, la llama desapareció, él se sentó en una roca
para recuperar el resuello.
—Tendré que regresar —murmuró—. ¡Qué decepción se van a
llevar al ver que no aparezco! Pero... —En su cabeza daban vueltas
las ideas—. ¿Por qué no?
Recogió la mochila con los pocos libros que contenía, se la cargó
a la espalda y continuó la ascensión. En la aldea lo esperaban
expectantes, como siempre, y lo recibieron con grandes muestras de
cariño y simpatía.
Más tarde, después de contar su experiencia con la llama a los
niños y niñas, Luis Enrique se puso de acuerdo con la maestra para
organizar una rueda de cuentos e historias en la plaza del pueblo.
Al día siguiente, la maestra fue la primera en explicar una
historia. Luis Enrique siguió... Después se hizo el silencio. Nadie
se atrevía a hablar. Finalmente, un abuelo se levantó y, apoyando
las dos manos en el grueso bastón que utilizaba para caminar. contó
que guardaba como un gran tesoro un libro que le habían regalado de
niño, con el cual había aprendido a leer y sabía de memoria.
Siempre había soñado con poseer más libros, pero nunca se había
atrevido a hacer realidad este sueño. Ahora, el joven maestro había
logrado llenar de libros, curiosidad por conocer e ilusión la
escuela y la aldea.
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